Ignacio Camacho-ABC

  • Este Otegi que rinde a un terrorista orgulloso homenaje de discípulo es hoy el más sólido y leal

La teología moderna ha relativizado bastante el concepto del infierno. Los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI lo definieron como la ausencia de Dios, y Von Balthasar llegó a preguntarse si la idea de misericordia divina no resulta incompatible con la de un castigo perpetuo. Pero el ser humano necesita creer, siquiera como consuelo, en la existencia de una justicia metafísica que compense la frecuente gratuidad terrenal del sufrimiento, algún espacio trascendente donde penen aquellos que hayan dedicado su vida a un mal absoluto, categórico, consciente, completo. Tipos como Pagoaga Gallastegui, ‘Peixoto’, por ejemplo; un cruel pistolero de ETA que ha muerto sin traza de arrepentimiento y despedido con elogiosos homenajes de sus antiguos compañeros.

Entre otras hazañas, Pagoaga formó parte (presuntamente y según el testimonio de un infiltrado, porque nunca se cerró el caso) del grupo que secuestró y torturó a tres desgraciados que en tiempos de la censura se fueron a ver en San Juan de Luz la película ‘El último tango en París’. Los confundieron con policías o comandos de guerra sucia y se ensañaron. Sus cadáveres nunca aparecieron pese al esfuerzo de una exsenadora socialista, sobrina de una de las víctimas, por localizarlos. El etarra, que quedó tuerto en un atentado parapolicial, escaló hasta la dirección de la banda, donde se encargó del cobro del impuesto revolucionario, y figuró en una lista electoral de Herri Batasuna como candidato.

Este era el sujeto al que Arnaldo Otegi ha honrado como un héroe de su causa. «Gracias por todo lo que nos enseñaste (y a mí), por tu protección y amor. Ha sido un honor conocerte y aprender de ti», ha escrito en su nota funeraria; imposible una confesión más explícita de haberse ilustrado con sus macabras enseñanzas, que tuvo ocasión de poner en práctica antes de su falsa reconversión institucional como líder de la ultraizquierda separatista vasca. Así se escribe hoy el relato de la mayor agresión sufrida por el Estado y sus ciudadanos en la España democrática; de la equidistancia hemos pasado a la exaltación impune y no parece muy lejana la etapa en que los pistoleros sean declarados próceres o mártires de la patria.

Sucede que Otegi, además de ser un exterrorista convicto reciclado en comisión de servicios, funge a día de hoy como el más leal aliado del sanchismo, el único que nunca le falla a la hora de convalidar sus proyectos políticos. Lo que pudo aprender de ‘Peixoto’ produce escalofríos, pero el peso de su influencia en el bloque gubernamental define la profunda degradación, la inversión de valores de este funesto período de desistimiento moral colectivo. Y más aún el ominoso, vergonzante silencio de un partido con muchos muertos en sus filas ante la pública apología de los asesinos. Cuando Sartre escribió que el infierno son los demás se olvidó de que a menudo lo somos también nosotros mismos.