IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

  • El apoyo logrado por Sánchez a los Presupuestos no garantiza una legislatura plácida dado el evidente enfrentamiento que se vive entre los dos socios del Gobierno de coalición
En cuanto los diputados que votaron a favor de los Presupuestos confirmaron que su número era suficiente para garantizar su aprobación holgada se rompieron las manos con los aplausos. Ya sabe que este Gobierno se parece al público que asiste al tablao ‘El Corral de la Morería’ de tanto como practica el toque de palmas. Los diputados allegados se distribuían por todos los rincones del hemiciclo y celebraban lo que sin duda era un gran éxito, pues les habilita, nada menos, para alcanzar el final de la legislatura. Pero que tengan asegurada la singladura no es sinónimo de que esta vaya a ser plácida. Más bien todo lo contrario. La biodiversidad de los apoyos a los Presupuestos es tan enorme, que asegura un conflicto interno constante. A cambio, no tienen por qué preocuparse del conflicto externo, dada la escasa munición que poseen los partidos de la oposición, que en ocasiones se une para criticar al Gobierno y en otras para criticarse entre sí.

Han pasado muy pocos días desde entonces y ya tenemos muchos ejemplos: la prohibición de los desahucios; la gestión de la imparable inmigración irregular; el alcance de la reforma de la reforma laboral del PP; el aumento del salario mínimo o el tratamiento de la situación penitenciaria de los políticos presos en Cataluña son buenos ejemplos que ponen de manifiesto lo difícil que va a ser el mantenimiento de la unidad de voto, una vez obtenida la cosecha necesaria para culminar el proceso de aprobación presupuestaria.

Para ello se utilizarán todos los mecanismos posibles, incluida la mentira sin respuesta. En el mismo momento en que veíamos en los informativos el aterrizaje en Granada de los aviones que transportaban a los inmigrantes procedentes de Canarias, el Ministerio del Interior aseguraba que no existían tales vuelos, para reconocer después que eran esporádicos, que se trataba de personas en situación especial y que se pagaban ellos mismos el billete y terminar hablando de cientos o de miles. ¿Se imaginan que dirían ‘los Pedros Sánchez y los Pablos Iglesias’ si al PP le metiera Marruecos más de 8.000 inmigrantes en Canarias; si estuviesen alojados 6.000 de ellos en hoteles de las islas y si algunos -siempre demasiados- se hubieran muerto en la travesía e incluso en la misma playa?

También utilizarán el eufemismo. Esta misma semana la ministra de Trabajo ha visitado Bruselas a donde ha ido a contar sus planes de reforma laboral y ha pedido ¿permiso? para aplicarla. El comunicado final emitido habla de «repaso a la situación laboral en España» y no refleja la negativa europea a los experimentos en la materia que puede llegar a condicionar la llegada de los fondos de recuperación. En Bruselas apelan al diálogo social -en lo que la ministra ha conseguido éxitos relevantes-, pero la patronal hablará allí sin duda de la inoportunidad del momento con las listas del paro atiborradas y con los ERTE sin solucionar. Mientras, el Gobierno se debate entre la inacción, el retoque a los aspectos más lesivos o el derribo total.

Pero no siempre conseguirán ocultar la discrepancia. Es el caso del salario mínimo. La parte ultraprogresista del gobierno progresista quiere seguir con el proceso y decretar una subida apreciable. La parte simplemente progresista considera que los aumentos han sido ya importantes y ha comprobado que sus efectos en algunos sectores, como la agricultura, son muy perniciosos. ¿Quién ganará? Apuesto por una solución de maquillaje como lo sería una subida del mágico 0,9% que se ha utilizado para pensionistas y empleados públicos. No da para más que 9 euros al mes, pero salvaría la cara de todos. Si los que tienen el puesto de trabajo o el ingreso asegurado obtienen esa mejora en un entorno de inflación negativa, ¿quién se atreverá a escamotearla a quienes ingresan menos y su empleo depende del fino hilo de una coyuntura muy adversa?