Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 31/8/11
Algunas cosas cambian. Antes el cachalote lo traía el Caudillo en el Azor a la marinera villa de Bermeo, lo que dio origen a una celebrada canción. Ahora el cachalote viene solo y queda varado en la playa de Zarautz, donde la gente se fotografía ante la moribunda criatura en una pose festiva. En otra cuestión que nada tiene que ver con la anterior, un hecho me ha sorprendido mucho: creía que no habría paisaje con banderas en el que no se destacase al menos alguna colorida ikurriña, y, aunque posiblemente las hubiera, no he podido vislumbrar en los barridos panorámicos de los actos papales, donde descubrí hasta alguna inglesa, ninguna vasca. ¿Hemos dejado de ser papistas los vascos? Posiblemente sí. La religión de sustitución que inventara don Sabino ha acabado por desentenderse de las pompas vaticanas. El nacionalismo se aproxima más a heterodoxias contestatarias que a la fe oficial, por aquello de salvaguardar la propia, la de Dios y Ley Vieja. En aquel mar no había ikurriñas, hito histórico. Lo tendré en cuenta para alguna cura.
Pero, a la vez que anoto los cambios que se producen, hay que testimoniar lo inmutable. En el nacionalismo nada se transforma, todo permanece; es más, sus seguidores tienen muy a gala ser siempre lo mismo, como los regimientos cosacos que se pasaron de bando más de cuatro veces en la guerra civil rusa, pero ellos siempre seguían en su mismo regimiento. Ante la reforma constitucional que de una forma llamativamente rápida se va a producir, cuando el ciclo Zapatero finiquita y el bolsillo aprieta, aprovechando que la reforma pasa por Valladolid dicen los del PNV que van a presentar una enmienda postulando el derecho a decidir. Es decir, lo del derecho de autodeterminación de toda la vida. No perdonan, erre que erre, pero de lo que se trata en el fondo es de marcar perfil, difuminándolo, con el de Bildu. Cuando los nacionalistas quieren marcar perfil se aproximan entre ellos.
Todo a sabiendas de que lo que el PNV haya hecho o vaya a hacer en las Cortes no es más que para llamar la atención sobre la nueva etapa soberanista, pues después de que pacientemente Zapatero haya entregado a la autonomía vasca las competencias que, a criterio del PNV, faltaban, van ahora y, en palabras de Urkullu, reconocido que se ha «encauzado el cumplimiento íntegro del Estatuto», anuncian un nuevo tiempo en el que Euskadi sea reconocida como «nación europea». Es de agradecer que a este nuevo tiempo no lo haya calificado -como lo hacen nacionalistas y ahora también los socialistas- de histórico. Tenía razón el ministro canadiense de la Ley de la Claridad Stéphane Dion, el que propuso a los quebequenses un referéndum para la independencia en su caso, pero bajo cauces legales: «Si la descentralización de un país se hace para calmar al nacionalismo, será un fracaso. Los separatistas no quieren una descentralización, sino su propio Estado». Tiempo perdido.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 31/8/11