JON JUARISTI-ABC

Lo que llega de la universidad a la administración, llega maleado o impotente

He apostado con mi cuadrilla (pequeña horda viril de jubiletas con títulos pero sin másteres) a que Cifuentes seguirá impávida en la Presidencia de la Comunidad de Madrid, toda vez que sus chanchullos académicos le importan muy poco a la gente. Menos incluso que las corruptelas de las universidades. Por otra parte, aunque a estas alturas parezca verosímil que la señora presidenta haya mentido acerca de sus exámenes y trabajos de fin de temporada, nadie piensa que se trate de mentiras graves. Quizá, como mucho, mentirijillas arriesgadas en las que es más fácil pillarle a una que a un chorizo patituerto huyendo de Harry el Sucio. O sea, que no se la tendría fundamentalmente por mentirosa, sino sólo por desaprensiva, irresponsable y acaso un tanto zángana, pero hay miles de estudiantes con ese perfil moral. Aprueban, pasan de curso y, tras graduarse, obtienen becas para másteres de los que salen tan ceporros como entraron. Es decir, preparados para dedicarse enteramente a la política.

Creo que se equivocan los que se escandalizan de que la gestión de la política se esté llenando de gente sin estudios o con titulaciones falsificadas. Primero, porque no es así, y, segundo, porque, aun si lo fuera, no demostraría, a priori, que resultara peor que un desembarco masivo de bibliotecarios de Alejandría en la cosa pública. Sócrates era cantero y Jesús de Nazaret, constructor de casas rústicas. Ambos, tipos muy solventes. Enmendaban la plana a sofistas y doctores, que venían forrados de diplomas. Y además lavaban los pies a sus discípulos, sin encargarles redacciones de documentos apócrifos bajo presión rectoral. De las bibliotecas quizá no salgan los asesinos, en contra de lo que afirmara Bertolt Brecht, pero sí muchedumbres de mangantes.

Con esto no quiero decir que prefiera Cifuentes a Gabilondo. En rigor, no votaría a ninguno de los dos, no porque me caigan personalmente antipáticos, nada de eso, sino porque representan a partidos muy deteriorados. No diré que corruptos, pero sí incapaces de vérselas con la corrupción, tanto en sus propias filas como en las instituciones del Estado. O en las propias universidades públicas, de las que salen de vez en cuando catedráticos de Hacienda o de Filosofía que llegan a ministros y son incapaces de poner coto a las malversaciones de las mafias autonómicas o académicas. Poner coto sería demasiado: ni las perciben. En general, todo lo que llega de las universidades a la administración llega maleado o impotente. No sólo en España. Por eso, y a la desesperada, los americanos han terminado optando por los millonarios bordes frente a los listillos de Harvard.

El lamentable asunto de la presidenta de la CAM y de los másters de la Universidad Rey Juan Carlos, como ya pronostiqué hace dos semanas, no ha tenido siquiera la virtud de desencadenar una catarsis en la enseñanza superior. Porque, ¿quién podría llevarla a cabo? ¿El Gobierno? ¿Y cómo lo haría este Gobierno? No tiene competencia ni para modificar las condiciones de enseñanza de la lengua del Estado en las escuelas e institutos de Cataluña, según afirma el ministro Portavoz. ¿Los gobiernos autónomos, que, en teoría, tienen transferidas las competencias? El caso de Cifuentes ilustra lo que se puede esperar de los gobiernos autónomos en este terreno. Y bien, ¿los rectores, los equipos rectorales, la CRUE, la CRUMA, etcétera? ¿No se podría esperar una iniciativa endógena, un impulso reformista que surgiera del seno mismo de la úniversidad pública? Dejémoslo piadosamente en que no, no se podría. Entonces, ¿qué cabe esperar? ¿No hay solución posible?

¿Perdón? ¿Solución a qué? ¿Es que ha pasado algo?