Apuntes sobre la transición y la democracia

MIGUEL ANGEL H.C. – PENASPOLITICAS.BLOGSPOT.COM.ES – 18/06/17

· Con motivo de la diabólica crisis que amenazaba al Reino Unido al abdicar Eduardo VIII en 1936, escribió por entonces Ortega y Gasset con su memorable colorismo:

“Pero este pueblo de setenta millones de hombres, con tantos bebedores de cerveza, con tantos fumadores de pipa, ha resuelto su terrible conflicto con una perfección maravillosa. Y esto es lo que ha causado el nuevo y más imprevisto estupor.”

Comparada con la tarea de pasar en paz de Franco a la democracia aquella hazaña parece una obra de aprendices. Hay que preguntarse si la maestría que demostró el pueblo español no se ha ido tornando en un paulatino dejarse llevar.

Con la ilusión de poder responder en algún momento valgan estas consideraciones y conjeturas sobre la trastienda social y política de la transición y sus consecuencias.

-La oposición de izquierda consideraba repugnante la posibilidad de reformar el franquismo como vía a la democracia y sobre todo inverosímil. Se disputaba cómo hacer la revolución. Unos creían que pasaba por un período de democracia “burguesa” a lo Kerensky, otros pretendía que se hiciera directamente. Sólo la “derecha” del PCE, los Tamames, Solé Tura etc, apostaban por una democracia “formal” duradera y estable. Se les añadió con mayor coherencia Bandera Roja quienes desde el maoísmo se convirtieron en los fugaces teóricos del “eurocomunismo”. Se puso a la cabeza pronto el PSUC con su eurocomunismo “a la catalana”. Por supuesto el PSOE no existía. Por supuesto la bandera republicana amparaba cualquier alternativa.

-El pueblo estaba a la expectativa. Quería la democracia porque tocaba y porque confiaba en que le iba a gustar. Disfrutaba la prosperidad naciente y se temía volver a la guerra. El desastre de la guerra y la prosperidad son argumentos de lo más poderosos. No se movía por posicionamientos políticos, sino por el sexto sentido político sobre la marcha de los tiempos, arte en el que se demostró de lo más fino. Predominó el pragmatismo, porque los españoles son tremendamente pragmáticos y tolerantes cuando se ponen a ello, y no menos fanáticos y utopistas quijoteros cuando también se ponen en esas. Pero aparte del deseo de prosperidad, paz y tranquilidad, nada ilusionaba más que verse libres del corsé mogijato de las costumbres y de la vida privada. Pesó lo suyo el turismo, el destape y también al fútbol. Por eso la expresión “política” más espontánea de la democracia fue “la movida”.

-No había datos fiables sobre la reacción del pueblo ante el período que se abría a la muerte del dictador. La oposición de izquierdas, pleonasmo, creía en un pueblo imaginario, heredero del pueblo que libró la guerra civil en el bando republicano. Los del régimen temían al pueblo y sobre todo recelaban de la oposición y de la capacidad de control y de movilización de la oposición. Pero ya se atisbaba que el nacimiento de las clases medias no iba a ser en balde. Cuanto más radical era la izquierda menos lo podía percibir. Se daba por supuesto que la cerrazón del régimen era inevitable, lo que significaba la oportunidad única para la ruptura y hasta para la revolución. Se daba por supuesto que al abrirse cualquier grieta “las masas” asaltarían el Pardo.

-El miedo del régimen a la ruptura y la incertidumbre sobre el verdadero poder de la izquierda y sobre todo sus verdaderas intenciones tuvo la virtud de fortalecer a los reformistas y sobre todo decantar la reforma hacia una democracia coherente y verdadera. Debemos el éxito de la transición al hecho afortunado de que el miedo animase la prudencia y la clarividencia, cuando normalmente estimula la bunkerización. Visto desde ahora la fachería no tenía chance. Pero entonces se la veía como el espíritu de un régimen que estaría dispuesto a morir matando.

-Más en contacto con la realidad del pueblo (ahora se dice “la gente”) Carrillo era consciente de lo incierta que era la actitud popular, pero que en todo caso no estaba para aventuras épicas. Fue el primero que apreció hacia donde se dirigía el régimen al fracasar Arias, y sobre todo hacia donde se podía dirigir. Vio en el aperturismo, con razón, la oportunidad de ser indispensable y pronto tuvo la llave del éxito de la operación. Creía que podía rentabilizar, dando paso a la democracia a través de la reforma, el sacrificio de la lucha contra el franquismo. Obtuvo reconocimiento moral por su patriotismo, pero en contra de lo que esperaba no alcanzó el predominio de la izquierda para iniciar la vía eurocomunista a la italiana.

Fue una debacle moral que sumió a los comunistas en la amargura y que hizo creer a los vencedores en la batalla por la hegemonía de la izquierda que el socialismo había encabezado la batalla contra el franquismo. As se ha marcado el escenario político de la democracia. Carrillo esperaba que con la política de Reconciliación nacional y el acatamiento de los símbolos el PCE quedaba limpio y presentable como una alternativa de orden. Era necesario pero lo suficiente no estaba en su mano. Por mucho esfuerzo que hiciera el PC y las izquierdas antifranquistas “realmente existentes” no podían evitar ser visto como un peligro de guerra civil por todo un pueblo que no tenía otra referencia política que el recuerdo de la guerra y los años de tranquilidad y naciente prosperidad.

-Curiosamente la entrada en escena del PSOE aceleró el acuerdo entre Carrillo y Suarez, una pinza de circunstancias pero decisiva, de la que resulto el gran beneficio de la confianza colectiva en la transición. El PSOE jugó a prepararse como alternativa guardándose la baza de ser la alternativa a la vez a Suarez y al franquismo. Apoyándose en la parte del pueblo que se creía antifranquista de toda la vida pero sólo intencionalmente , el PSOE dejó descubierto una parte del cadáver franquista para aparecer en su momento como su auténtico enterrador. Sembraba así una duda de legitimidad sobre la derecha y le disputaba al PCE la primogenitura antifranquista, con la ventaja de que su liderazgo significaba la verdadera garantía de no volver a la guerra civil.

-Sólo se podía tirar adelante con el máximo consenso. Sólo se podía ofrecer a la nación práctica unanimidad y consenso. Salvada la unidad de España, la monarquía y la bandera, símbolos y evidencias del orden y la paz, se constituyó una democracia incomparablemente generosa que pecaba más por exceso que por defecto. Valió porque estaba amparado en el consenso, lo único en el que el pueblo podía confiar.

-Las vanguardias antifranquistas olvidaron pronto los sueños revolucionarios e incluso rupturistas. A la gran mayoría le fue pareciendo una ensoñación de circunstancias, algo llamado a ser un bello recuerdo. Encontraron un renovado orgullo interior en la democracia que hubiera sido imposible sin su lucha. Pero rumiaron lo que a su modo de ver era una injusticia clamorosa: que no hubiese vencedores ni vencidos y que en términos morales los herederos del franquismo tuvieran el mismo mérito que los luchadores antifranquistas. Este rescoldo no se apagó y ha seguido oculto presto a reavivarse con las debilidades de la sociedad y del sistema.

-El éxito tan clamoroso de la transición quedó corroborado con la consolidación de la democracia. Consolidación sumamente meritoria porque tiene lugar a pesar de todos los vicios y debilidades de su diseño y de la sociedad española y está por encima de todo ello: partitocracia obsesiva, despido de Montesquieu, cainismo latente, capitalamigismo, corrupción, caciquismo, separatismo, un pueblo que lo fía todo en política al instinto sin aprecio a la cultura política…etc

Sobrevivir al terrorismo sin descomponer el armazón del sistema, aunque haya quedado dañada la responsabilidad del pueblo y de la clase política con la democracia y las víctimas, sería la prueba definitiva de que la democracia es indestructible y funciona sin necesidad de que tenga un apoyo expreso. En los peores peligros que atravesamos todo se sostiene por esta confianza apabullante y ciega ante el peligro. Confianza tanto mayor cuanto que convive esquizofrénicamente con la desconfianza y el repudio de la clase política, pero también de “la otra España” e incluso de todos nosotros mismos.

-La clase política que protagoniza el bipartidismo creyó por su parte que el triunfo del consenso significaba la desaparición de los peligros que obligaban al consenso. Así se creía que desaparecía el peligro del separatismo y del retorno al guerracivilismo, cuando en realidad se creaba un escenario en el que estos males iban a proliferar si una renovación enérgica del consenso no lo remediaba. Si este consenso no se sustentaba en el convencimiento de que nadie es más demócrata que los demás mientras no se demuestre lo contrario; sino comportaba la conducta unánime ante la evidencia de que no puede considerarse leales las conductas que tienen por fin quebrar la libertad e igualdad de los españoles.

MIGUEL ANGEL H.C. – PENASPOLITICAS.BLOGSPOT.COM.ES – 18/06/17