Cuando acudió a declarar ante el juez por su reunión con los representantes de Batasuna, Ibarretxe dijo que le parecía una aberración «criminalizar el diálogo» y no quiso responder al abogado del Foro Ermua «porque esta organización sólo busca destruir la convivencia». No es de extrañar que se esté practicando un tratamiento tan favorable al mundo político de ETA.
Pendientes del debate del estado de la nación de la próxima semana para dar por finalizado el curso ya se puede concluir que éste ha sido un año tan tenso, que ha dejado desbordado al presidente Zapatero, con la frustración del proceso de negociación con ETA, y descolocado, por partida doble, al lehendakari Ibarretxe con su sumario pendiente de resolución por haberse reunido, a pesar del requerimiento, con los representantes de la ilegalizada Batasuna y con la fórmula del tripartito puesta en cuestión por muchos de sus propios allegados.
No ha sido éste un buen año para nuestros máximos mandatarios: ni para el presidente del Gobierno, ni para el lehendakari. Pero la sombra alargada de la banda terrorista ha estado tan presente en todas y cada una de las facetas del debate político, (el proceso propiamente dicho que tanto le costaba entender a Blanco, los pactos postelectorales en Navarra tan condicionados por las exigencias de la banda en las mesas de negociación) que los apuros los ha pasado todo el mundo. Porque, con el engaño de la banda en su pulso negociador con el Gobierno, hemos perdido todos aunque la responsabilidad, lógicamente, recaiga sobre el Gobierno que creyó, erróneamente, que podría engatusar a los profesionales del terrorismo a base de un pase de señas sobreentendidas en un juego convocado con bases falsas. Nadie impedirá que, con uno u otro formato, la negociación frustrada con ETA sea motivo de nueva confrontación entre Zapatero y Rajoy en el Congreso de los Diputados pero lo que parece claro, a estas alturas, es que el principal partido de la oposición necesite declaraciones de fe manifestadas explícitamente por el propio presidente del Gobierno para tener la garantía de que no va a volver a negociar con la banda terrorista. Por eso insiste aunque su empeño no le sirva de gran cosa.
En la misma cruzada están empeñados los populares vascos que ayer, en el Parlamento de Vitoria pudieron observar cómo el tratamiento que otros grupos daban en anteriores legislaturas a Batasuna (los socialistas, por ejemplo) ahora lo reciben ellos. Sus iniciativas sobre la política antiterrorista caen en el hemiciclo como si fueran transparentes: no se ven, no se notan, no traspasan. El popular Urquijo quiso que se debatiera sobre la necesidad de recuperar la unidad democrática contra el terrorismo y el resto de los grupos se quedaron, como si oyeran llover. Sin discutir; a rechazar la propuesta y a otro tercio, que estamos en feria.
Así está el ambiente desde hace demasiado tiempo. Si el lehendakari Ibarretxe, cuando acudió a declarar ante el juez para dar cuenta de su reunión con los representantes de Batasuna, dijo que le parecía una aberración «criminalizar el diálogo» y, al mismo tiempo, reconocía que no quiso responder al abogado del Foro de Ermua «porque esta organización sólo busca destruir la convivencia», no es de extrañar que en Euskadi se esté practicando un tratamiento tan desigualmente favorable al mundo político de ETA.
Los socialistas vascos también se reunieron con parecidos interlocutores, aunque el caso es distinto porque ellos tenían el permiso del juez. Pero, si no se engañan, tampoco podrán ocultar su frustración. Eran unas reuniones, recordarán, para mirarles a los ojos a los de Batasuna y decirles «o la izquierda abertzale fuerza el fin de ETA o va al suicidio político». Eso declaró Patxi López. El caso es que ni la izquierda abertzale se ha impuesto a ETA (sería la primera vez) ni parece que los amigos de Otegi se vayan a suicidar políticamente. Un resultado muy poco lucido; la verdad.
Tonia Etxarri, EL DIARIO VASCO, 30/6/2007