Aquel delirio, este

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 20/04/17

Arcadi Espada
Arcadi Espada

· Es difícil explicar lo que llegaron a ser en Cataluña, entre los años 80 y 90, Lluís Prenafeta y Macià Alavedra. El poder del primero arranca de aquella emocionada confidencia de Jordi Pujol, poco después de que tomara posesión de la presidencia: «Ara, Lluís, la Generalitat som tu i jo». Fue así y fue así durante muchos años. Del segundo baste decir que se le conocía como el líder del llamado «sector de los negocios» de Convergencia.

Tal sobrenombre hubiera acabado con cualquier político: a él solo le dio un aura perdurable. Los dos han acabado por reconocer, en el marco del juicio por el caso Pretoria, sus delitos. «Acepto los hechos tal como están escritos», dijo Prenafeta a la fiscal. Los hechos son blanqueo de capitales, tráfico de influencias y fraude fiscal.

Hace siete años Prenafeta escribió un libro con el director de TV3, Vicent Sanchis. Tengo interés en leerlo, teniendo en cuenta la confrontación de esta confesión de ayer con este párrafo de contraportada de entonces: «Baltasar Garzón lo implicó en la hipotética trama de la operación judicial conocida como Pretoria. Este libro es la crónica personal de alguien que se ha sentido injustamente acusado, maltratado y vejado por la administración de justicia española.

Alguien que vivió los cargos que le imputó el juez Garzón como un delirio, alguien que considera que si no se hubiera tratado de Lluís Prenafeta todo esto no hubiera pasado. El hilo de esta historia es, pues, una profunda arbitrariedad, consecuencia de un sistema nefasto. «Explico unos hechos y mucho sufrimiento. Ha habido un exceso del todo injustificado y unas víctimas que hemos sufrido decisiones desmesuradas de gente que no es consciente del mal que hace. Gente arbitraria, prepotente, injusta. Querían que fuera un muerto civil. Lo superaré, pero no lo olvidaré».

Es un párrafo impresionante. Lo de menos es el contraste entre lo que ayer era un delirio y hoy es una confesión. Lo de más es el victimismo del nacionalista (la Justicia… española, naturalmente), que acaba en amenaza: «Pero no lo olvidaré». Encarado con la realidad de los hechos, este párrafo explica por sí solo lo que fue aquel régimen y el mecanismo básico de aquellos hombres –Pujol, Prenafeta, Alavedra– hoy convictos y confesos, que mientras robaban, iban dando gritos histéricos. Confieso yo ahora que los gritos siempre me molestaron más.

Lo sospechoso, en términos sociológicos, es cómo la mayoría del honrado pueblo de Cataluña no solo les ha perdonado el robo sino que sigue gritando con ellos.