Carlos Sánchez-El Confidencial
- La economía mundial se tambalea mientras el dólar se aprecia. El mundo gira en torno al billete verde, lo que causa estragos en Europa. Detrás de cada choque energético surge un nuevo orden mundial. ¿O desorden?
El historiador Atish R. Ghosh, actualmente funcionario del FMI, se ha hecho eco recientemente de la publicación de un libro de Jeffrey E. Garten, un economista estadounidense que trabajó durante años para las administraciones de Nixon, Ford y Carter. El libro de Garten, exdecano de la escuela de negocios de Yale, recrea las conversaciones secretas que se celebraron entre el 13 y el 15 de agosto de 1971 en Camp David, la residencia de verano de los presidentes de EEUU.
En aquellas fechas, el presidente Nixon reunió con la máxima discreción a sus principales colaboradores económicos, Arthur Burns (presidente de la Reserva Federal), John Connolly (secretario del Tesoro), Paul Volcker (por entonces subsecretario para asuntos monetarios internacionales), George Shultz (todavía jefe de la Oficina presupuestaria de la Casa Blanca) y otros altos funcionarios para analizar la dramática situación de la economía estadounidense, que tras los gloriosos años 50 —lo que hoy Macron llamaría época de la abundancia— había comenzado a generar durante los años 60 enormes déficits en su balanza de pagos. Entre otras razones, por el enorme coste de la guerra de Vietnam y por la carrera armamentista con la URSS.
EEUU, como se sabe, era el garante del patrón oro después de Bretton Woods, pero entonces ya no era capaz de proporcionar suficiente liquidez al sistema sin generar fuertes desequilibrios internos, lo que finalmente le llevó a abandonar el sistema de cambios fijos (35 dólares la onza) cerrando la ventanilla del oro, lo que a la postre desencadenó un tsunami financiero que está detrás de algunos movimientos telúricos posteriores. En particular, los procesos inflacionistas de los años 70, que no solo tuvieron su origen en el alza del petróleo, sino también en el desanclaje del patrón oro, sin duda necesario para reactivar la economía y mantener altos niveles de vida, en lo que Carlos Solchaga llamó en su día ‘edad dorada’.
Todos keynesianos
Fue por entonces cuando Connolly, que anteriormente había sido gobernador de Texas y, como tal, viajaba en la limusina en la que fue asesinado Kennedy, dijo una frase que aún hoy resuena: «El dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema». Y que el propio Nixon remataría poco tiempo después cuando proclamó por aquellas fechas «ahora todos somos keynesianos».
Al igual que sucede con las guerras, detrás de cada choque energético nace un nuevo orden mundial. O desorden, como se prefiera
Lo que vino después ya es historia, pero si una cosa dejaron claro las crisis de los años 70, la primera desencadenada por la guerra del Yom Kippur y la segunda por la llegada de los ayatolás a Irán, es que detrás de cada choque energético, como el actual, se producen cambios estructurales.
La reaganomics de los años 80, con sus procesos de privatizaciones, liberalizaciones y desregulaciones, incluida la globalización, son herederos de una crisis energética. Se puede decir, de hecho, que al igual que sucede con las guerras, detrás de cada choque nace un nuevo orden mundial. O desorden, como se prefiera. Básicamente, porque sacan a la luz crisis larvadas a fuego lento durante años que solo emergen cuando hay un suceso disruptivo, en este caso, la guerra de Ucrania. Los problemas generados por la hiperglobalización de los 80 y 90 solo han salido a flote tras la quiebra de las cadenas globales de suministro que desató el covid.
La importancia de aquella reunión secreta de tres días en Camp David, como sugiere el libro de Garten, viene dada porque EEUU, al abandonar el patrón oro, eludía sus responsabilidades internacionales en materia económica, no así en el plano militar o de seguridad. Fruto de ello es su formidable capacidad para exportar crisis económicas derivadas de sus excesos y desequilibrios internos, ya sea en el mercado hipotecario subprime o en el calentón estructural de sus mercados bursátiles, lo que sin duda hay que vincular a que el dólar sigue teniendo un papel predominante en el sistema financiero mundial que no se corresponde con su peso en el comercio mundial de bienes y servicios.
En definitiva, un privilegio ‘exorbitante’, como lo denominó Giscard d’Estaing, que paga el resto del mundo. Y, por supuesto, su mejor aliado: Europa. Obviamente, a cambio de algo. Mientras que EEUU ha financiado durante décadas la seguridad de Europa, Alemania y otros países han podido dedicar sus recursos a crear prosperidad. Ese ha sido el pacto velado entre las dos democracias liberales.
Detrás de la fortaleza del dólar ha estado, sin duda, la constatación de que los mercados financieros estadounidenses son imbatibles en términos de amplitud y liquidez, además de la confianza en sus instituciones, lo que refuerza el uso del billete verde en las transacciones financieras y en los mercados de materias primas. Algo que deja a Europa en fuera de juego sin que desde Bruselas, históricamente, se le haya dado ninguna importancia a esto, lo cual es coherente con su política de vasallaje hacia EEUU. Buena parte de la inflación que soporta hoy Europa, de hecho, tiene que ver con el desplome del euro, un 13% en apenas siete meses. Se podría pensar que la desglobalización, cada vez más evidente, debilitaría al dólar, pero no está sucediendo precisamente eso ante la agresividad de la Reserva Federal para doblegar la inflación.
Europa tiene un problema
Y para muestra el hecho de que el BCE se verá obligado a subir los tipos de interés más de lo que sugieren los fundamentos económicos de la zona euro por un error macroprudencial de la Reserva Federal, que ha vuelto a dejar que las bolsas se calienten (media docena de valores capitalizando más de un billón de dólares) hasta niveles incomprensibles. O permitiendo que el consumo privado se disparara sin tomar ninguna medida, lo que finalmente ha metido en problemas a Europa.
Esta correlación de fuerza es, precisamente, la que le permite al Gobierno de EEUU continuar con abultados déficits fiscales y convivir todavía con tipos de interés reales bajos. Todo gracias al dólar. Ni siquiera el menor peso de EEUU en la economía global (alrededor de un 25%) ha hecho mella de forma relevante en su vasallaje. El dólar aún representa cerca del 60% de las reservas mundiales de divisas, el triple que la zona euro, que apenas ha ganado cuota desde 1999, cuando nació la moneda única.
Buena parte de la inflación que soporta hoy Europa, de hecho, tiene que ver con el desplome del euro, un 13% en apenas siete meses
El economista Triffin, en su famoso dilema, ya identificó este problema en los años 60, cuando advirtió del conflicto de intereses que se produce cuando el país de referencia, EEUU, elude sus responsabilidades globales y piensa solo en términos internos, lo que hace, por ejemplo, que los países pobres se empobrezcan un poco más porque su deuda está financiada en dólares. O que regiones como Europa, que han mantenido mayor disciplina fiscal, sufran los habituales errores macroprudenciales que se comenten al otro lado del Atlántico, no solo en política exterior o de defensa.
Algunos economistas como Anthony Elson ya han propuesto caminar hacia un sistema de moneda de reserva múltiple que incluya el euro y el yuan chino, lo que podría tener ventajas sobre el sistema existente basado en el dólar, ya que sería más estable. Pero para eso parece evidente que Europa debe tener voz propia frente a EEUU, lo cual, en el actual contexto, no parece viable. El viejo continente, como su propio nombre indica, se ha quedado obsoleto y ahora se mece al albur que marca EEUU, ya sea en guerras cambiarias o en conflictos de otra naturaleza mucho más crueles.
Miserias y rencillas
No parece, sin embargo, que este debate de fondo sobre por qué los conflictos que no nacen en Europa son especialmente dañinos en esta parte del Atlántico preocupe en demasía. Probablemente, porque centrada en sus miserias y rencillas internas, ha olvidado rentabilizar su peso económico en el mundo, dejando a sus ciudadanos a merced de lo que se decida en Washington o Pekín. Como si detrás de lo que se decide en EEUU o China no hubiera objetivos estratégicos que Europa ha descuidado. ¿O habría que decir que maltratado? Incluido, el desinterés por el funcionamiento de las cadenas de suministro globales o la dejadez para crear una red de abastecimiento energético integrado que hoy se echa en falta por un error de previsión. Máxime, cuando en paralelo se avanza hacia la transición energética.
¿Alguien en los gobiernos de Bruselas, Londres, París o Berlín está mirando los precios que se cruzan en el mercado eléctrico europeo?
Desde luego que no basta con hablar de una ‘Comisión geopolítica’, una de esas muletillas bienintencionadas, pero inútiles, que acompañan a Bruselas, si, en paralelo no se hace nada o muy poco. ¿Dónde está Europa hoy en medio de un choque energético que arruina a todos más allá de estar ‘profundamente preocupada’? ¿De verdad que la respuesta es reducir el consumo y llenar los tanques cuando los precios del gas en Europa son ahora alrededor de 10 veces más altos que en la última década y 10 veces más caros que en los EEUU? ¿Para cuándo la reforma del sistema de fijación de precios, que hace que el gas esté sobredimensionado en el mercado de la energía? Como decía hace unos días el especialista de Bloomberg, Javier Blas: ¿Alguien en los gobiernos de Bruselas, Londres, París o Berlín está mirando los precios que se cruzan en el mercado eléctrico europeo?
Ver hoy a los gobiernos de España y Alemania, campeones en la lucha contra el cambio climático, tirando de carbón, buscando fórmulas para construir gasoductos con los que transportar energía sucia o comprando de forma desmesurada gas extraído del fracking es, sin duda, uno de esos casos de justicia poética que proporciona de vez en cuando la historia. El problema es que lo pagan los ciudadanos.
*Three days at Camp David’ How a Secret Meeting in 1971 transformed the global economy. Jeffrey E. Garten. HarperCollins. 2021.