- Tras el triunfo del PP en Andalucía y las derrotas de Ciudadanos, comunistas y PSOE, alguien tendría que irse a su casa. Que diga, no sé, que tiene mucha plancha
El verbo dimitir es tabú entre nuestros políticos, y decir que tu líder debería hacerlo es mucho peor que acordarse de sus muertos. Todito te lo consiento, menos faltarle a mi cargo, que una poltrona es una poltrona, y a ti te encontré en la calle. Ahora bien, aunque solo fuese por vergüenza torera Arrimadas debería dimitir y convocar un congreso del que surgiera un nuevo líder. Que la cuenta de resultados de la chiquilla es para hacérselo mirar: elecciones al parlamento catalán, de 36 a 6; Madrid, de 26 a cero; Castilla y León, de 12 a 1 y en Andalucía de 21 a ná de ná. Los números demuestran que Arrimadas es veneno para su partido, ese que empezó a cargarse cuando, aprovechando que el IBEX había decidido defenestrar a Albert Rivera, se puso pesadísima con dejar Cataluña e instalarse en Madrid. Dudo mucho que dimita, pero si C’s tiene alguna posibilidad es poniendo al frente a alguien como Edmundo Bal y olvidándose de la Corte de Faraón que ha llevado a la gran esperanza liberal española a una mesa de café de pueblo donde juegan al tute haciéndose trampas.
El socialismo no es que debería exigir dimisiones, es que debería dimitir en su totalidad porque si bien los naranjas tiene a Bal, en el PSOE ya no queda nadie entre los moderniquis que sepa hacer la O con un canuto. Alguien me decía que el socialismo ha de volver la vista atrás, como Feijoo, y buscar eficaces bomberos en personas como mi admirado Nicolás Redondo o Joaquín Leguina, gente sólida y de fundamento que sabe dónde está la llave de paso del agua de la socialdemocracia. Pero Sánchez no está para nada que no sea aguantar, aunque acabe de hundirnos, con tal de agotar la legislatura. Y como entre los barones no hay nadie que le plante cara decididamente – Page lo hizo, pero se desdijo a la primera de cambio – no es de prever que Su Pedridad mueva ni un pelo del esculpido a la navaja que luce.
Del comunismo, para qué hablar. Peleados a muerte entre ellos, atomizados y, encima, con escándalos como el de Oltra que serían de cese inmediato en cualquier gobierno con un mínimo de decencia. Es el resultado de querer superar “la vieja política” con una banda de estultos barbilampiños. De aquellos Podemos y Ciudadanos apenas queda nada, solo cargos y sueldos públicos. Lo único que se ha mantenido es VOX, que tampoco ha conseguido ganar un disco de oro en las andaluzas. El Macarenazo se ha quedado en un discreto aunque loable aumento de diputados y ya está. Por cierto, desanimen a sus más cafeteros a decir que el resultado es un pucherazo porque Indra tiene capital de Soros y bla bla bla. Créanme, lo digo con la mejor de las intenciones. Y aprendan que los gobiernos no se ganan en las redes sociales. Eso ya lo intentó Podemos. En tiempos en los que la gente se palpa el bolsillo y solo encuentra pelusilla, un político que hable con calma, no diga enormidades y ofrezca ni que sea media solución lo tiene todo ganado. Tengo para mí que la sociedad está harta de jornadas históricas, victorias homéricas, héroes asgardianos y promesas bíblicas. La gente quiere trabajar, pagar, vivir, en fin, lo de siempre. Y lo que rodea a estas necesidades que conlleven cambios drásticos – el control de la inmigración ilegal, verbigracia – hay que explicarlo bien.
Que no me olvide: a quien desee ocupar la Moncloa cuando toque, que cada día parece que toca más, otro consejo: mucha humildad. Lo que requiere saber perder, saber ganar, mostrarse como tus compatriotas y reconocer los yerros propios. Dimitiendo, si es menester. Lo demás, política de feriante tramposo.