Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 26/7/2011
Ahora que no hay recursos, no sólo a nuestro nivel interno, Gobierno y diputaciones, sino a nivel nacional, la cosa no funciona tan idealmente, pues varias autonomías están dispuestas a no recibir más competencias, otra a devolver la de Justicia, y, tiempo al tiempo, más de una acabará declarando que no puede hacer frente a la asistencia sanitaria.
No se les ocurra cantarlo con la musiquilla de «aquí no hay playa», porque sale escatológico. Pero no hay verano, lo confirmo, está muy triste, y aunque sepamos que la belleza de nuestros verdes prados es feudataria de tanta humedad, ya estamos un poco cansados de que el locutor, o locutora, que nos cuenta lo del tiempo siempre diga eso de «a excepción de la cornisa cantábrica». Deprime tanto nubarrón.
Mientras el Congreso se divierte con la guerra de las corbatas, pues sólo nos faltaba ésta tras la de sucesión, la de las naranjas, la de la independencia, las carlistas y la civil, y el paro sigue donde estaba, y la euforia inversora tras las medidas europeas ante la deuda griega dura dos días, y Rubalcaba aparece hasta en lo más increíbles programas, y yo almaceno gasolina para cuando después de ir a por los bancos nos pida ir a por los conventos -pues siempre hemos solucionado la canalla hispánica los problemas quemando conventos- la limitada popularidad del Gobierno de Patxi López se va desvaneciendo mientras el Gobierno central pacta las últimas transferencias con el PNV el día anterior a que nuestro lehendakari llame a consulta a los tres diputados generales. Felipe II dijo aquello de que él no mandó sus barcos contra los elementos, confirmando que el que no se consuela es porque no quiere, puesto que el que manda barcos debiera esperarse alguna tormenta que otra.
Quizás es que la nave no estaba preparada para los nubarrones. Muchos años ha pasado en humilde y franciscano silencio mi compañero de escaño en aquellos años de la tramitación de la LTH, Xabier Olaberri, para salir ahora diciendo «ya lo decía yo», que aquella organización sólo estaba prevista si el PNV mandaba en las tres diputaciones, y, para colmo, con recaudación, y no para este endiablado escenario en el que cada partido dirige una institución sin un duro.
Quizás es que la autonomía, y nuestra particular «subautonomía» provincial, estuviera pensada para un futuro de crecimiento económico imparable, y que la lealtad entre partidos e instituciones no fuera necesaria porque el poder iba a ser monopolizado, pero la realidad no es así. Tanta dispersión resulta cara, y si no hay lealtad entre las partes, además, resulta inviable. Máxime, cuando la autonomía se pensó para que los partidos locales fueran de guapos repartiendo servicios y subvenciones. Ahora que no hay recursos, no sólo a nuestro nivel interno, Gobierno y diputaciones, sino a nivel nacional, la cosa no funciona tan idealmente, pues varias autonomías están dispuestas a no recibir más competencias, otra a devolver la de Justicia, y, tiempo al tiempo, más de una acabará declarando que no puede hacer frente a la asistencia sanitaria. Es que lo hemos dejado ir sin control y al final, sin un duro, esto es muy difícil de gestionar por caro. Alguien creyó que en un futuro no iban a producirse vendavales económicos, o que no iba a perder tanto poder. Pero si, por el contrario, lo pensó, ¿no acabaría malignamente excusándose diciendo «el que venga detrás que arree»? Es lo que da el partidismo.