Los pueblos tardan en tomar conciencia de los daños del populismo y, a veces, cuando lo hacen como en Venezuela, es ya irreversible
En la antesala de alcanzar Pedro Sánchez la Presidencia del Gobierno, la dictadura chavista lanzó una campaña con la consigna: “Aquí no se habla mal de Chávez” coincidiendo con el estreno mundial, salvo en Venezuela, de la serie El comandante. El sucesor del caudillo tropical, Nicolás Maduro, expelió la cruzada para cerrar filas en momento crítico del chavismo rampante desde 1999. “Si usted trabaja en un ministerio y tiene un huequito de oficina, usted coloca un cartel: ‘Aquí no se habla mal de Chávez’; si usted es taxista, usted coloca ‘Aquí no se habla mal de Chávez’…”, exhortaba Diosdado Cabello a sus televidentes del show Con el mazo dando. “Hablar mal de Chávez es -aporreaba- hablar mal del pueblo, es hablar mal de la patria”.
Hodierno, con mazo igualmente gubernamental, el sanchismo también emprende una arremetida pareja a la del chavismo mediante un eufemístico “Plan de Acción Democrática” que enmascara su apetencia de amordazar a la Prensa materializando la “vendetta” que el Ufano de La Moncloa verbalizó al ser imputada su mujer por corrupción. Si el mandamás de la narcodictadura ordenaba sembrar el país con carteles invocando el buen nombre de Chávez, otro tanto el edecán sanchista Bolaños para que quien enardece (y enaltece) como “Puto Amo” sea objeto de especial estima con un plan al que han declinado apodar de “regeneración” por ser una “degeneración” en toda regla.
Como las cosas para verlas bien conviene mirarlas del revés, como observaba Baltasar Gracián, es palmario que, si Sánchez hubiera albergado el menor interés regeneracionista lo habría afrontado nada más de aterrizar a La Moncloa cuando, además, utilizó como bandera de conveniencia la lucha contra la corrupción en su moción de censura Frankenstein para defenestrar a Rajoy. No hubiera aguardado a servir este gato por liebre a que corrieran seis años largos y cuando se halla en un atolladero judicial merced a informaciones periodísticas. Así, los recortes de periódico que antes aventaba para propulsarse hacia La Moncloa ahora los tilda de bulos de “seudomedios” siendo, de facto, el mayor tenedor de ellos (todos los de carácter público, así como la flota privada que vive del favor gubernamental mediante la publicidad institucional y el arrimo de recursos presupuestados para la digitalización). El inquilino monclovita trata de proscribir los medios críticos como Federico II de Prusia al dueño del molino que le afeaba la vista de su residencia palaciega y cuya arbitrariedad frenó que hubiera jueces en Berlín.
Dicho lo cual, no hay mayor síntoma de degradación y bunkerizacion de un régimen que cuando este arrolla la libertad de Prensa y la independencia judicial que son, a la sazón, instrumentos sin los cuales se imposibilita la alternancia democrática. Sin esas garantías, Sánchez no ocuparía La Moncloa y, por eso, quiere derogarlas para enfeudarse ejemplificando cómo las democracias se destruyen desde dentro colonizando y derribando los pilares que las cimentan. De hecho, en la actualización de su manual de resistencia, sigue los pasos que el politólogo alemán Jan-Werner Müller describe en su ensayo ¿Qué es el populismo?: polarizar la sociedad entre Pueblo y No Pueblo, capturar el Poder Legislativo y el Poder Judicial, arrinconar o excluir a los partidos de oposición, atrapar los órganos del Estado, controlar a los “mass media”, desmantelar la sociedad civil, adueñarse del control de las urnas y crear otra Constitución (o metamorfosearla). Para Müller, sabedor del desguace de la República de Weimar por Hitler, ello no tiene por qué ajustarse a una secuencia cronológica, pero desmonta la democracia con sus propios instrumentos. Un presidente irrestricto puede tener así el camino expedito para instaurar una tiranía constitucional en la que “aquí no se puede hablar de Sánchez (ni de su mujer)”.
España parece el patio trasero de una dictadura a la que se ha negado a condenar, tanto en las Cortes como en el Parlamento europeo, y que permite que su embajada en Caracas sea una ratonera
Para desmedro de la democracia española, el sanchismo se embarca en la deriva de la satrapía venezolana de la que se ha hecho cómplice afianzando el autogolpe de Estado de Maduro tras ser barrido en las elecciones presidenciales de julio por una oposición que hubo de buscarse un candidato de circunstancias como el diplomático jubilado Edmundo González Urrutia al prohibírsele serlo a su líder natural, María Corina Machado. A este fin, España parece el patio trasero de una dictadura a la que se ha negado a condenar tanto en las Cortes como en el Parlamento europeo, y que permite que su embajada sea una ratonera en la que dos acusados de los más altos delitos como los hermanos Rodríguez (Delcy, vicepresidenta del Gobierno, y Jorge, presidente de la Asamblea) extorsionen a un indefenso setentón con la vejación de grabarle sin su consentimiento.
Por esa vía convergente, “la vida de los otros” (de los demócratas venezolanos), rememorando la aplaudida película de este título sobre la Alemania comunista, puede concluir en “la vida de nosotros”. De hecho, en el acogimiento de Edmundo González tras marcharse de la legación holandesa donde residió 32 días, diríase que la embajada España fue un centro de interrogatorios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) que opera en Venezuela (y ahora también en España, a lo que se ve) como la Stasi en la extinta República Democrática Alemana. A un héroe contra su voluntad que quiso prestar un servicio a la causa de la libertad no cabe reclamarle que sea Guzmán el Bueno y que, como en la leyenda, arroje una daga desde las almenas del castillo de Tarifa para que maten a su hijo secuestrado antes de rendir la plaza al infante don Juan, hermano de Sancho IV, asistido por meriníes y nazaríes. “Matadle con este cuchillo, si lo habéis determinado, que más quiero honra sin hijo, que hijo con mi honor manchado”, según el romance de la epopeya.
No se le puede pedir tamaño heroísmo, en efecto, a un anciano convertido en un juguete roto del que servirse para perpetuar a un régimen criminal con la complicidad canalla de Zapatero al que no hay que descartar que la dictadura blanquee haciéndole artífice de la liberación de los dos españoles secuestrados por Maduro bajo la acusación de ser espías del CNI y dejados a su suerte para no incomodar a quienes, con el dinero del petróleo, municionan que España sea desembarcadero del narcobolivarismo en Europa.
Ojalá no sea el designio del bravo pueblo venezolano que, durante demasiado tiempo, se hizo la falaz idea de que allí no ocurriría lo que ha terminado acaeciendo con secuaces como Zapatero, hoy gran consejero de Sánchez y decisorio en el volantazo de una diplomacia española
Pero, aunque ese acto de coacción invalida lo firmado, la foto del rehén González Urrutia vale su peso en oro para la dictadura como pretendía Zapatero, a la par que ponía puente de plata para sacar del país a un triunfador sin corona con la consiguiente desmoralización de los ocho millones de venezolanos que le votaron y de los ocho millones exiliados. Como refiere un protagonista de Banderas de nuestros mayores, la cinta de Clint Eastwood sobre quienes plantaron la enseña norteamericana en Iwo Jima, “incluso en la terrible crueldad de una guerra, tenemos que darle un sentido y necesitamos una verdad fácil de entender y muy pocas palabras”. “Con la foto adecuada -explica a su interlocutor- puedes ganar o perder una guerra. Fíjese, en cambio, en Vietnam como envés de Iwo Jima. La imagen del oficial sudvietnamita volándole los sesos a aquel chaval. Pam. Y se acabó. La guerra estaba perdida. Simplemente nos quedamos más tiempo para disimular.” Ojalá no sea el designio del bravo pueblo venezolano que, durante demasiado tiempo, se hizo la falaz idea de que allí no ocurriría lo que ha terminado acaeciendo con secuaces como Zapatero, hoy gran consejero de Sánchez y decisorio en el volantazo de una diplomacia española que ya no pasa tanto por Bruselas y Washington como por Pekín y Caracas.
Después de ser mudo testigo del pucherazo del narcorégimen comunista, el Gobierno español sigue su senda en un proceso de devastación de la nación y de la libertad tras haber hecho de aquella nación un gran negocio desde el arribo de Zapatero al poder en 2004 y que ha enriquecido al expresidente desde una embajada que fue un foco de corrupción con Raúl Morodo, como prólogo del aterrizaje de Delcy Rodríguez y sus maletas a Barajas, sorteando la prohibición de entrar en el espacio aéreo europeo.
Dada la creciente asimilación del bolivarismo por el sanchismo como adalid del cártel que tiraniza la que fuera una de las democracias más sólidas y con mayor grado del bienestar del continente, al igual que lo fue Cuba, cada vez se perfila más claro el signo de la respuesta al interrogante que le trasladaba a los lectores de Vózpopuli en agosto: ¿Quién se atrevería a poner la mano en el fuego de que, llegado el caso, Sánchez no haría lo que Maduro en Venezuela? Enterrando la división de poderes y persiguiendo a la Prensa, se dicta su sentencia de muerte al Estado de derecho por quien participa de la idea de que un presidente dispone de autoridad suficiente para violar la ley como explicitó Nixon en 1977, enterrándose en vida, al periodista David Frost tras dejar la Casa Blanca por el “caso Watergate”.
No pudiendo contener su soberbia, le espetó: “Cuando lo hace un presidente, significa que no es ilegal”. En este sentido, no sólo el poder ha corrompido a Sánchez, sino que éste corrompe al poder promoviendo leyes contra la Prensa y pertrechando una supuesta guerra sucia contra periodistas y jueces en línea con lo que ya se vivió en momentos críticos con el felipismo. Así lo ha revelado El Confidencial con pruebas evidentes como las cartas de recomendación de Begoña Gómez para que el Consejo de Ministros presidido por su marido beneficiara a los patrocinadores de los negocios privados que promovía desde La Moncloa.
Como en el Watergate, según las grabaciones, Sánchez habría encargado al secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, chef de la cocina del infierno, junto a una fontanera a nómina antes en empresas públicas, de recopilar soplos contra periodistas y jueces aportados por procesados a cambio del favor de la fiscalía. En una cinta, un imputado ratifica la encomienda del “gran jefe” de “acabar con esto como sea”, aclarando otro que el “gran jefe” es “un señor que se llama Pedro, de apellido Sánchez”. Este habría pegado “un puñetazo en la mesa que te cagas porque él sigue manteniendo, y te lo dice a gritos, que su mujer… puede ser una pichona, pero no una corrupta”.
A los periodistas se les hacía figurar en un registro de afectos al Régimen que reservaba el carnet número 1 a Franco como Sánchez podrá disponer del mismo con su ley de censura para racionar un bien de primera necesidad en una democracia
Ello retrotrae a octubre de 2009 cuando la entonces fiscal, María Dolores Delgado, luego ministra de Justicia y fiscal general del Estado, fue grabada conversando afable con el ex comisario Villarejo y está asentía cuando el policía se jactaba de haber montado una agencia de modelos para sonsacar “información vaginal” a políticos y empresarios. “Le ponías una chorbita, se la tiraba y.… muerto”, confesaba. “Ya está, éxito asegurado”, contestaba Delgado al lado del exjuez Garzón. Buscando su “éxito asegurado”, Sánchez emana lo que algunos nominan “Ley Begoña” con esa querencia hispánica a restar fuste a lo que lo tiene. No transpone ninguna directiva europea como finge el autócrata, sino adapta la ley fascista de Serrano Suñer de 1938 que pervirtió la prensa en institución al servicio del Estado, transmisora de consignas y órgano de adoctrinamiento. A los periodistas se les hacía figurar en un registro de afectos al Régimen que reservaba el carnet número 1 a Franco como Sánchez podrá disponer con el mismo timbre de gloria con su ley de censura para racionar un bien de primera necesidad en una democracia.
«Mismo mar de felicidad del pueblo cubano»
Por esa senda inconstitucional, cualquier día las Cortes democráticas se hace el harakiri como las franquistas, pero rumbo a una autocracia caraqueña con el Rey firmando la disolución de la Monarquía con la naturalidad con la que rubrica por imperativo legal la amnistía u otras leyes atentatorias contra la nación y la democracia. Una distopía en marcha que, si las ranas no se desperezan, puede ser una realidad comandada por quien en 2018 puso en marcha la autocracia que culminará si no se le paran los pies. Los pueblos tardan en tomar conciencia de los daños del populismo y, a veces, cuando lo hacen como en Venezuela, es ya irreversible al haberse anulado la separación de poderes, la libertad de expresión, las garantías individuales y la confianza en el sistema electoral hasta navegar, como prometió Hugo Chávez en 1998, tras pisotear las urnas que le encumbraron en el Palacio de Miraflores, “en el mismo mar de felicidad del pueblo cubano”.