Arantza Zulueta: «A estos hay que darles matarile»

ABC 12/01/14

· Víctimas, policías y fiscales relatan a ABC su experiencia con Zulueta y revelan su perfil más siniestro.

La abogada Arantza Zulueta.
Arantza Zulueta. EL MUNDO

Lleva tres décadas apuntando objetivos para que otros, los pistoleros, disparen. Enfundada en la impunidad de su toga, Arantza Zulueta comenzó a dirigir en los ochenta el «frente de cárceles» de ETA. Es la «alcaidesa» que controla, expedienta y sanciona a aquellos presos que incumplen el «código». Desde que en julio de 2011 la Guardia Civil le detuvo con planos sobre la ubicación de varios depósitos de armas, se ha hecho acreededora al alias de «Zuloeta». Muchos de quienes se han topado con ella coinciden en haber sentido ante sí que tenían a una etarra.

Daniel Portero, hijo del fiscal jefe de Andalucía Luis Portero, asesinado por ETA en octubre de 2000, quiso declarar como testigo en el juicio contra Juan Antonio Olarra, inductor del crimen. Horas después del atentado, y mientras la víctima luchaba en vano por aferrarse a la vida, alguien de la banda llamó al domicilio de los Portero para confirmar si ya había muerto. La víbora «estuvo hablando con mi hermana Charo. ¿Hasta qué punto se puede ser tan mezquino?», se preguntó Daniel. A Olarra le asistía Arantza Zulueta. Mientras aguardaba el inicio de la vista, acompañada de otros integrantes del «comando togalari», miraba desafiante a la familia Portero. «A estos —apuntó «Zuloeta»—, hay que darles matarile». «No dejaba de sonreír con su mirada de odio, vengativa, con la que pretendía decirnos que no íbamos a conseguir nada», recuerda Daniel.

Simulaba la pistola

Una sonrisa que la abogada de ETA exporta allá donde va, como quien traslada a cuestas la mochila repleta de amonal. También la vio desafiante Daniel Portero con motivo del macrojuicio contra Ekin. «Allí estaba de nuevo con su sonrisa. Hablaba con Nekane Txapartegi, hoy en la dirección de ETA. Continuamente nos miraban y nos amenazaban apuntándonos con la mano, como si nos fueran a disparar». Antes, en 2002, se había celebrado el juicio contra los autores materiales del asesinato del fiscal jefe de Andalucía. Jon Igor Solana y Harriet Iragi. «Tuvimos que escuchar cómo Arantza Zulueta preguntaba a sus clientes terroristas, mientras nos miraba de reojo, si no creían que en efecto habían matado a mi padre por una motivación política.

Vamos, ante la familia, justificaba el asesinato». «Y mientras provocada de esa manera, mantenía esa sonrisa obsesiva, insultante, vengativa, sin pestañear… Mis encuentros con ella me han impactado mucho. Encarna todos los elementos del mal: Odio, venganza, crueldad, complicidad con los criminales…Impone miedo, inquietud». «Con motivo del juicio contra Jarrai —recuerda—, Zulueta no dejaba de bromear con los niñatos que casi copaban los asientos del público. Un día acudió la esposa de un agente que tenía que declarar como perito. A una señal de la abogada, que la reconoció, lo ví perfectamente, los niñatos comenzaron a canturrear la música que se escucha en Tiburón, la película de Steven Spielberg, cada vez que el enorme escualose acercaba a su víctima para devorarla. Ella lo organiza y controla todo».

Resulta significativa una escena que presenciaron varios periodistas al final de un juicio. El fiscal Jesús Alonso estaba hablando con una víctima aún con la toga puesta y un batasuno que asistía como público a la vista pasó a su lado y le llamó en voz baja «hijo de puta». El fiscal le retó a que lo repitiera y entonces intervino «Zuloeta», quien en vez de interceder y poner fin a la situación, se encaró también con Alonso.

La bomba de Sevilla

Pedro Cerracín, abogado de la AVT durante los años de plomo, se ha topado también con la «carcelera» de los presos etarras. En su opinión, «Zuloeta» ha cruzado a menudo esas líneas rojas que marcan la diferencia entre el ejercicio de la abogacía y la complicidad con el delincuente. «Hasta el diablo en persona es merecedor de la defensa letrada —recuerda–. pero el abogado, aunque simpatice profundamente con él, no debe convertirse ni en su cómplice, ni en su encubridor». Algo que con reiteración ha hecho la jefa del «frente de cárceles». Cerracín revela cómo en 1991 Zulueta entregó a un preso de ETA, en la cárcel de Sevilla-1, un mensaje escrito en euskera. Fue un día antes de que estallara, en la sección de paquetería de la prisión, una bomba. Murieron un funcionario, un visitante y dos internos, ninguno de ETA, que ya estaban avisados. «Con Arancha Zulueta he coincidido en muchísimos juicios en los que ella defendía al terrorista y yo a la víctima». Recuerda que la sala donde se guardan las togas que deben ponerse en los juicios suele ser lugar común, donde los abogados mantienen, por lo menos, las formas. Hablan, comentan aspectos del caso… Con abogados tan en las antípodas como Iruin o Goiricelaiada, al menos se puede hablar. «Con Arantza no, se colocaba con sus colaboradores en una esquina y allí permanecía, sin hablar con nadie.».

«Zulueta siempre me ha parecido muy fanatizada, se cree lo que dice». Para Cerracín resulta significativo que mientras ejerció como abogado de la AVT, la letrada defendió a 118 pistoleros, de la calaña de «Kubati», Henri Parot y los hermanos Troitiños. «Cuando yo iba a prisión a ver a algún cliente de mi despacho, alguna vez me la he encontrado allí, visitando a los suyos. Siempre tuve la impresión de que acabaría detenida. Es muy dañina, incluso para sus defendidos».

En el Servicio de Información de la Guardia Civil se conoce bien a Arantza Zulueta, aunque «no deja de sorprendernos» cada vez que es detenida —tres veces en los últimos tres años—. «Compañeros nuestros han visto hundirse en los interrogatorios a Parot o al mismísimo Txeroki; perder los nervios a Gadafi o a Txapote. A otros que iban de duros ha habido que decirles en los interrogatorios que hablaran más despacio para tomar dato de todo. En cambio, Arantza Zulueta siempre ha tenido la misma actitud: crecida y poco colaboradora. Incluso chula». «En los interrogatorios —aclaran agentes del Cuerpo—, clava la mirada como si quisiera grabar nuestros rostros en su memoria y pasar luego fotocopia a la organización terrorista».

«Manuales de tortura»

Claro que parte con ventaja respecto a otros etarras, ya que ella es una de las artífices de la leyenda, falsa, de que en España se tortura. «Arantza —explica un mando de la Guardia Civil que estuvo destinado muchos años en el País Vasco— ha participado en la confección de aquellos manuales en los que se daban consejos en caso de ser detenido y uno de ellos era denunciar torturas». «Da la impresión de que tiene muy asumido su papel. No es muy normal que haya sido detenida varias veces y que al poco tiempo de quedar en libertad, reincida en lo mismo». «En la cárcel ha puesto firme al mismísimo Txikierdi y nadie se ha enfrentado a ella cara a cara», asegura un funcionario de prisiones con larga experiencia.

Para los fiscales de la Audiencia Nacional, «Zuloeta» era hasta su penúltima detención una «clásica» de los pasillos de este tribunal. «La mirabas y te dabas cuenta de que en vez de un bolígrafo podía tener una pistola en la mano. La percepción que teníamos de ella es que era una militante de la organización terrorista», sostiene un fiscal. En su opinión, lo más impactante de esta abogada es su mirada, tan «retadoratadora» como su pose y la forma de dirigdirigirse al tribunal, como si no le diediera legitimidad alguna. Sus ininformes durante los juicios, ddice, también resultan llamattivos, son soflamas proetarrras a diferencia de la calidad técnica-jurídica que pueden tetener los de su compañero Íñigogo IIruín, «del que profesionalmentemente está a años luz». ArantzArantza Zulueta está particularmente pendiente de todas las causas abiertas en la Audiencia contra ETA y su entorno. «Siempre he estado convencido de que tenía información de primera mano, que siempre ha sabido cómo estaba la banda en cada momento», comenta otro fiscal de este tribunal. Hasta el punto de que algún representante del Ministerio Público le llegó a preguntar un viernes, medio en broma medio en serio, si ese fin de semana podría salir tranquilo a la calle o tenía que llevar escolta.

ABC 12/01/14