Arcanos

Jon Juaristi, ABC, 15/7/12

El Gobierno necesita perder el miedo a la opinión pública y decirle a la gente incluso lo que no quiere oír

ENTRE el mutismo radical y la locuacidad desenfrenada tiene que existir un término medio más o menos razonable que al Gobierno le resulta muy difícil encontrar. Su tendencia al primero de los extremos (supongo que por prudencia) parece, a estas alturas, algo patético. El presidente y los ministros deberían darse cuenta de que ni la situación del país ni la del contexto internacional les permiten reservarse un mínimo margen de juego con los arcanaimperii . Hoy, los secretos del poder son secretos a voces, lo que no obsta para que, aun siendo conocidos antes incluso de los primeros conatos para ocultarlos, la propia reserva oficial favorezca su refracción espontánea en rumores catastrofistas, como si no hubiera suficientes elementos desestabilizadores en el escenario político más dividido y tensionado que ha conocido la actual democracia española.

Un ejemplo que ilustra perfectamente este fenómeno general es el de la última conferencia interregional del Ministerio de Hacienda, celebrada el pasado jueves. En ella se amonestó a varios gobiernos autónomos renuentes a aplicar los ajustes para cumplir con los objetivos del déficit, pero el equipo ministerial se negó a facilitar a la prensa la relación de los mismos. No hizo falta, porque los consejeros de Hacienda de las autonomías díscolas largaron lo que quisieron ante los medios en cuanto terminó la reunión, y el viernes, la prensa hostil al Gobierno hablaba ya de la insurrección de Extremadura y de Castilla y León (la resistencia de Cataluña y Andalucía no eran en absoluto noticia). Se conseguía de esta manera producir una impresión de caos interno en el campo gubernamental que el ministro Montoro podía haberse ahorrado —y ahorrarnos— siendo algo más explícito con la opinión pública. ¿A qué viene este empeño en portarse como un profe permisivo con los gamberros de la clase?

Porque lo que está claro es que el proyecto reformista del Gobierno no cuenta en España con un solo aliado fuera de su partido. Lo que tiene enfrente, en el Congreso y en el Senado, es un conglomerado de fuerzas disolutas, particularistas hasta el extremo, ajenas a todo lo que se parezca de lejos al interés nacional, pero a las que el resentimiento dota de una cohesión diamantina. De ellas no van a salir grandes ni pequeños acuerdos con el partido del Gobierno ni aunque sobreviniera la bancarrota total. Detestan al PP de Rajoy tanto como al de Aznar, y es comprensible que al presidente, tras ocho años de aguantar en la oposición el irresponsable contubernio de las izquierdas y los nacionalismos, le deprima la obligación ritual e inútil de invocar su colaboración para sacar al país del atolladero. Pero ni él ni su Gobierno deberían inhibirse en público. El laconismo a la defensiva o, peor aún, la tendencia a maquillar una realidad desagradable —es decir, el recurso a una incipiente lengua de madera para dulcificar el impacto de unas medidas tan impopulares como necesarias— les puede pasar factura a corto plazo, erosionando lo que es su único capital: el apoyo mayoritario conseguido en las urnas. El Gobierno necesita perder el miedo a su electorado, al real y al potencial, y explicarle con claridad y todo detalle el porqué de sus iniciativas yendo más allá de la alusión en abstracto a los sacrificios y a la dificultad de la reforma emprendida. El hecho de que la oposición no tenga una sola alternativa sensata que ofrecer y se limite a contribuir con gasolina verbal a la piromanía callejera tendría que ser un acicate para abordar resueltamente la tarea que aún tiene pendiente: decirle a la gente incluso lo que no quiere oír.

Jon Juaristi, ABC, 15/7/12