Francisco Sosa Wagner-Vozpópuli
- El cuadro de la nueva España, eso sí, lleno de cándidas sobrinas, muchas sobrinas, viciosas y compactas como racimos de plátanos
El pasado es un libro abierto, la fuente Castalia de la inspiración, y si en ese pasado incluimos – como es de rigor- la historia del arte, hallaremos las claves para entender aquello que nos atormenta.
Si esto es así, estamos viendo cómo los mercaderes de la política chirle están recurriendo a Arcimboldo, un pintor del siglo XVI que confeccionaba sus retratos con elementos muy diversos como frutas, flores, hortalizas, animales marinos y terrestres … todo un fuego inspirado de imaginación y de ironías.
Charlas de viajes
Porque no es verdad que aquellos viajeros del Peugeot carecieran de cultura ni tampoco que dedicaran sus viajes a hablar de izas y rabizas; por el contrario, estaban configurando su pensamiento constitucional, aquilatándolo tras haberse empapado de los libros escritos por cráneos privilegiados.
Se cae en el atolondramiento si se piensa que tales bravos viajantes dedicaban sus cogitaciones a asuntos triviales.
No, tenían en sus mentes, movidas por el traqueteo del coche y la potencia de su entendimiento, la nueva configuración política y constitucional que iban a dar a España, una vez hubieran logrado instalarse en el Poder.
Cavilando sobre asunto tan grave, en medio de constantes invocaciones a los clásicos, entreveradas con algún que otro regüeldo (al fin y al cabo estamos hablando de seres humanos), dieron con los cuadros de Arcimboldo que habían visto en el almanaque que colgaba en la casa del pueblo.
Cuando tuviéramos una Constitución
Y dieron en soñar que la felicidad de los españoles se alcanzaría cuando tuviéramos una Constitución en la que cupieran los ingredientes más variados, mezclados e iluminados por la poderosa linterna del Progreso.
Y allí donde Arcimboldo ponía una zanahoria para pintar una nariz o una lechuga como expresión de una cabellera alborotada, nuestras lumbreras pondrían una república confederal donde hay una monarquía parlamentaria. Y, por tanto, un buen presidente de la República, a ser posible uno cualquiera de los sentados en el Peugeot, en lugar de un Borbón, estampa de la historia que – como se sabe- es un árbol de hoja caduca.
Allí donde deben estar los políticos instruidos, con sus estudios terminados, sus tesis doctorales originales, sin plagios, la nueva Constitución orientada por las mezclas de Arcimboldo pondría una gavilla de zascandiles y de gentes echadas a perder.
Indultos y amnistías
Preciso es asimismo -discurrieron- dar un nuevo sentido a las cárceles, lugares lóbregos donde ningún sentimiento noble tiene cabida. Y sacar de ellas a todos aquellos que, alimentados por los mejores sentimientos patrióticos, hubieran planeado y ejecutado un vistoso golpe de Estado, siempre que tal acción tuviera fines gloriosos, es decir, confederales, plurinacionales e inclusivos.
Por ello solo se recluirían en ellas a los contumaces defensores de la Constitución actual, extremistas incapaces de ver más allá de sus narices y que, por esta dificultad oftalmológica, siguieran aferrados a una atávica chatarra ideológica, veteada por la podredumbre y contaminada con los hechizos distribuidos por los carcas irrecuperables.
En este futuro, en cuyas salas entraríamos con las llaves confederales, al juez, con su toga negra como ala de cuervo, procedería mandarlo a hacer puñetas para sustituirlo por un compañero del sindicato del Metal, si acreditaba experiencia y trienios de liberado.
Quedaría de esta forma compuesto el cuadro de una nueva España. Solo que del pincel de Arcimboldo salían el misterio del arte y sus metáforas plásticas, mientras que de la mente de estos compadres está saliendo un adefesio.
Eso sí, lleno de cándidas sobrinas, muchas sobrinas, viciosas y compactas como racimos de plátanos, pues que la sobrina es la musa de los corruptos fogosos.