Jon Juaristi-ABC

  • De una vieja maldición poética que cobra actualidad

La catástrofe de La Palma no parece tener fácil pronóstico. No siendo vulcanólogo, me limitaré a tomarla como pretexto para evocar a dos maestros de mi juventud: el palmero don José Pérez Vidal (1907-1990) y don Julio Caro Baroja (1914-1995). Ambos trabajaron en épocas sucesivas en el Museo del Pueblo Español: don Julio como director hasta 1955, y don José como conservador desde el año siguiente. En su necrológica de Pérez Vidal, Caro Baroja lamentaba que la bondad y timidez del eminente etnógrafo canario le hubieran privado del reconocimiento público que su obra merecía. Entre sus muchos estudios, el que más influyó en mí fue, sin duda, ‘Endechas populares en trístrofos monorrimos’, publicado en La Laguna en 1952. El título, indescifrable para los profanos en filología, significa sencillamente «cantos fúnebres populares en estrofas de tres versos que riman entre sí».

Pérez Vidal descubrió que en los siglos XV y XVI existía una tradición común de endechadores que utilizaban la misma forma poética en tres puntos muy distantes y con lenguas diferentes. Guanches, vascos y corsos cantaban endechas muy parecidas, que comenzaban con una invitación al llanto por el difunto y seguían con imprecaciones o maldiciones explícitas sobre el lugar de la muerte. En el mencionado trabajo, Pérez Vidal divulgaba también una endecha en castellano compuesta en 1443, a la muerte de un joven capitán sevillano, Guillén de Peraza, caído en combate durante la conquista de la isla de La Palma. Endecha que vivía aún en la tradición oral cuando la recogió, un siglo después, Gonzalo Argote de Molina. Esta endecha imitaba la forma de los cantos fúnebres del enemigo, algunos de los cuales fueron recolectados a finales del siglo XVI por el ingeniero militar italiano Leonardo Torriani en Hierro y Gran Canaria. El estudio de Pérez Vidal sugirió a uno de los ideólogos de la ETA de los años sesenta, Federico Krutwig, la hipótesis de un continente atlántico desaparecido de cuya primitiva población fueran restos dispersos guanches, vascos y corsos. Atlantes todos, vamos.

Pero lo que me interesaba era traer aquí la tercera estrofa de la endecha de Guillén Peraza, que contiene la maldición sobre La Palma: «Tus campos rompan tristes volcanes./ No vean placeres, sino pesares./ Cubran tus flores los arenales». Está claro que ya en el siglo XV los conquistadores castellanos de las Canarias conocieron en la isla actividad volcánica. Intensa, si se juzga por el primer verso. El segundo es como para acordarse hoy de los muertos del poeta. Pero el tercero es el que mayor interés lingüístico presenta. Demuestra que en La Palma de 1443 no se distinguía entre ceniza volcánica y arena. Tampoco ahora, cuando hemos oído a cultivadores palmeros quejarse de que plátanos y piñas se hayan cubierto de arena y a más de un hostelero deplorar que la playa invada sus aparcamientos y piscinas… desde el volcán.