Algunos nacionalistas reclaman, de nuevo, el «acercamiento» de los presos de ETA, para humanizar el conflicto, y que sus padres no tengan que pagar por lo que hacen sus hijos. Lo que están pidiendo es su reagrupamiento, y cuando los miembros de un grupo criminal se juntan, aprovechan para organizarse. Pero cuando se trata «de los nuestros» todo se ve de distinto.
La memoria del adolescente Jokin sigue enganchada en el proceso penal: una reciente actuación judicial ha echado por tierra la sentencia definitiva pronunciada por la Audiencia Provincial. Hay gente que comenta que este juicio es un «cachondeo». Yo, sin embargo, encuentro este lío muy familiar. La clave hay que buscarla en el conflicto con que nos desayunamos cada día.
La juez de menores decidió primero que los acusados se rehabilitarían mejor con sus familias que en un correccional. Parece razonable, ya que a los menores no se les condena sólo para que paguen por el daño cometido, sino con la finalidad de educarlos para que no vuelvan a hacerlo.La Audiencia Provincial revocó luego esa decisión. Atendiendo al dictamen de un cualificado médico siquiatra, declaró que, actualmente, sus familias no son el ámbito idóneo para que los menores agresores interioricen el significado perverso de la conducta de desmantelamiento emocional al que condujeron a Jokin. En consecuencia, sentenciaron su internamiento por dos años.
Ahora, el caso ha vuelto a la juez de menores para que aplique la pena. Pero lo que ha hecho es suspenderla, porque el mismo «Equipo Técnico» de la Administración cuya opinión fue rechazada por la Audiencia ha considerado muy relevante que este año todos los menores agresores han superado el curso académico.
La causa de este lío hay que buscarla en el conflicto respecto del valor que damos a la fuerza de la ley aprobada por los parlamentos. Esa ley está bien para que la cumplan los demás. No la tenemos excesivo respeto. Es cosa del Estado, lo que es tanto como decir, ajena, hecha por otros y para otros.
No es sólo cosa de nacionalistas vascos. Esto de usar dos varas de medir es muy español y, tal vez si me apuran, muy humano. Sin embargo, en Euskadi, el conflicto se ha elevado a columna de nuestra identidad. Los padres de los adolescentes condenados por delinquir contra la integridad moral y la salud psíquica de Jokin les quieren y creen en ellos. Consideran que lo importante es que desarrollen de forma normalizada su enseñanza, sus clases particulares, sus actividades deportivas. Lo demás son «cosas de críos».
Coincide que algunos nacionalistas moderados reclaman, de nuevo, el «acercamiento» de los presos de ETA, para humanizar el conflicto, para que sus padres no tengan que pagar por lo que hacen sus hijos. Lo que están pidiendo es su reagrupamiento. Todos sabemos que los miembros de un grupo criminal cuando se les junta en una cárcel, aprovechan para organizarse.
Pero cuando se trata de presos «de los nuestros» todo se ve de distinta manera. ¿Qué hay de malo en acercarles para que sus madres puedan besarles tiernamente?
También aquí, como en el tratamiento de los agresores de Jokin, tenemos dos argumentos razonables, en apariencia. Y tenemos un conflicto. Los vascos tenemos un conflicto.
Ainhoa Peñaflorida, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 28/9/2005