Editorial, EL PAÍS, 8/11/11
Rubalcaba pasó de puntillas sobre su balance de Gobierno y Rajoy evitó definir su programa
El único debate electoral que se celebrará en la campaña para las elecciones del 20 de noviembre no lo fue en realidad. Las exigencias de PP y PSOE en cuanto a los temas que abordarían sus respectivos candidatos y el tiempo que podían consumir, además de los detalles de la puesta en escena, limitaron el intercambio fluido de argumentos que habría ayudado a decantar el voto. Como en convocatorias anteriores, lo de anoche no era exactamente un debate, sino una calculada representación en la que los dos principales partidos permitieron estar presente a un periodista. En el futuro habría que preguntarse si tiene sentido que las reglas se acomoden a los intereses propagandísticos de los partidos y no al deber informativo de los medios.
Aunque encorsetados por el formato que acordaron sus equipos de campaña, tanto Rubalcaba como Rajoy se atuvieron a los guiones preparados de antemano. Con las encuestas abrumadoramente en contra, el candidato socialista estaba obligado a pasar de puntillas sobre su responsabilidad de Gobierno y a concentrarse en el punto más débil de su adversario, la deliberada indefinición de su programa. Exactamente lo contrario de lo que buscó Rajoy, que fue subrayar la pertenencia de Rubalcaba al Ejecutivo que, en su opinión, ha profundizado los efectos internos de la crisis económica internacional. Desde estos planteamientos de partida por parte de uno y otro candidato, el cara a cara estaba condenado a convertirse en sendas series de argumentos en paralelo, solo interrumpidas a iniciativa del candidato socialista.
Rubalcaba disponía de escaso margen de maniobra, y consiguió aprovecharlo. Quiso contrastar la concreción de sus propuestas frente a la generalidad de las de Rajoy, más preocupado por no enajenarse a ningún sector de su heterogéneo electorado ni comprometerse en exceso para el momento en que, si se cumplen los pronósticos, tenga que formar Gobierno. El candidato socialista logró poner en evidencia ambas limitaciones de Rajoy, aunque falta por saber si su evidente logro tendrá repercusión en un electorado que ya las conocía y, pese a todo, se decanta hasta el momento por el PP. Por su parte, Rajoy intentó, y seguramente logró, mantener la ventajosa posición electoral con la que partía. El mayor riesgo que corría no era perder apoyos a favor de Rubalcaba sino movilizar a los potenciales votantes socialistas, y ofreció su rostro más componedor para evitarlo.
Ateniéndose a experiencias anteriores, el efecto de estos cara a cara será escaso en la decisión final del electorado. Pero tal vez marque alguna diferencia, no en cuanto al resultado electoral, sino al futuro del Partido Socialista en la oposición. El objetivo de obtener un número de escaños suficiente como para optar a la secretaría general socialista en el congreso que se celebrará tras las elecciones, sigue siendo realizable para Rubalcaba. Pero la campaña no ha hecho más que empezar, y la lucha interna socialista está de momento aplazada.
Editorial, EL PAÍS, 8/11/11