Kepa Aulestia-El Correo
La ruptura de Vox con el Partido Popular no responde a una lógica infalible por parte de Santiago Abascal. Si acaso a la presunción, inexplicable, de que a la extrema derecha española podría irle mejor en solitario. Como si, lejos de lastrar al PP con su presencia en los órganos de gobierno de cinco comunidades autónomas, los dirigentes de Vox hubiesen llegado a la conclusión de que eran ellos los hipotecados. Lo cierto es que unos y otros han dado señales de sentirse liberados desde el jueves. Liberación que se haría extensible al conjunto del panorama político si no fuese porque la polarización es esencialmente atractiva.
El partido de Alberto Núñez Feijóo se ha sacudido el estigma por el que se veía rechazado por todas las demás formaciones. Ahora podrá actuar con mayor soltura. Aunque la sombra y el marcaje de Vox continuarán afectando a los populares hasta que las distancias queden bien definidas y dejen atrás su excesivo vértigo electoral. El socialismo de Pedro Sánchez tendrá que hacer un esfuerzo por prescindir del latiguillo de ‘la derecha y la extrema derecha’ y del muro de contención; aunque probablemente no se deshaga del todo de ellos. De ahí a que las políticas de consenso pasen a formar parte de la agenda de Moncloa dista un trecho que PSOE y PP se resistirán a recorrer en esta legislatura, que Núñez Feijóo considera una prórroga impropia para Sánchez.
El acuerdo entre socialistas y populares para la renovación del CGPJ y un cambio legislativo para su elección en adelante, junto al reparto de entre diez y veinte menores no acompañados por comunidad, han despertado la impaciencia de Vox. La nueva situación permite a Pedro Sánchez amagar ante sus socios de investidura con la eventualidad de seguir pactando iniciativas con el PP si se ve desatendido por los grupos a su izquierda y por los nacionalistas e independentistas. Pero es poco probable que eso conduzca a una estrategia de geometría variable. El presidente no está en condiciones de pendular, votación a votación parlamentaria, entre quienes le invistieron y seguirán invistiéndole cada vez que le resulte necesario, y quienes trataron y continuarán tratando de desbancarle cuanto antes. Es cierto que la geometría variable podría darle un halo aún más presidencial a Sánchez. Pero los socialistas se quedarían sin la garra maniquea de un relato dramático en blanco y negro que puntualmente presente al PP y a Vox juntos.
La democracia no es solo procedimiento. Son también las formas. El desfile de ministras y ministros previo a la reunión de Tenerife diciendo todos ellos lo mismo sobre la necesidad de que la distribución de menores acompañados por las distintas comunidades sea obligatoria por ley responde a un mal hábito de poder que se repite todos los días ante cualquier asunto. Como si la geometría gubernamental se basara en dibujarlo todo con el trazo más grueso posible. Es una paradoja significativa que el reparto de poco más de trescientos menores migrantes haya separado la esfera de la derecha del triángulo más extremo. Mientras el Gobierno insiste en tratar aparte a Cataluña también en un tema que, por ahora, no encuentra solución porque la geometría sigue invariable.