El autor extrae dos conclusiones del resultado electoral: el ciclo de Lizarra gestionado por Ibarretxe con la muleta de quienes apoyan a ETA ha tocado a su fin, y el Partido Socialista de Patxi López tiene la responsabilidad de inaugurar una nueva etapa que supere la política de frentes.
En una democracia representativa como la nuestra, la tarea de interpretación política postelectoral es fundamental para acertar en la gobernabilidad de la sociedad. La clave es acertar con la corriente de fondo, positiva o negativa, de la voluntad plural expresada en las urnas, así como con los mensajes complementarios. La campaña ha estado muy polarizada en torno al PNV y el PSE-EE y sus candidatos respectivos (Ibarretxe y López) y la incertidumbre sobre el resultado final, no tanto por quién sería el ganador (la opinión pública apostaba mayoritariamente por el PNV), cuanto por las dudas razonables sobre la continuidad de la actual fórmula de gobierno y la confusión sobre las alternativas posibles. Pero lo cierto es que no ha sido una campaña que movilizara a la ciudadanía como en 2001. De hecho, además de por la merma del censo, en estas elecciones han votado unos 70.000 electores menos que hace cuatro años. El nacionalismo ha perdido casi 60.000 electores (incluyendo los 90.000 seguidores estimados de D3M al llamamiento del voto nulo) y el autonomismo, algo menos de la mitad. Por lo tanto, el nacionalismo ha acusado el desgaste, pero el autonomismo no ha logrado movilizar a todo su electorado (se ha quedado a 135.000 votos de su máxima autonómica de 2001 ó a casi 170.000 de la cota histórica de las últimas legislativas de hace un año) y que le habría servido para respaldar una alternancia rotunda. Sin embargo, ha servido para concentrar el voto en las dos opciones útiles y llamadas a gobernar: PNV y PSE-EE. Entre ambos suman casi el 70% de los votos y casi tres de cada cuatro escaños parlamentarios, constituyéndose en el eje central de la política vasca. Por una parte, al PNV, atando su futuro inmediato a Ibarretxe y su figura, la estrategia le ha dado resultado al lograr captar el apoyo de cuatro de cada cinco votos nacionalistas, y permitirle un último aliento de esperanza al ganar las elecciones. Por otra, el PSE-EE, aunque se ha quedado por debajo de sus expectativas, también ha logrado concentrar tres de cada cinco votos autonomistas, cuya mayoría absoluta sirve para avalar su propuesta de cambio.
En efecto, las urnas le han dado el triunfo al PNV y a Ibarretxe con su primera posición y sus 30 escaños (con algo menos de 400.000 votos), pero con un retroceso claro en su respaldo electoral (30.000 menos, especialmente en Guipúzcoa y, en menor medida, en Vizcaya), si comparamos los votos obtenidos por el PNV y EA por separado con los logrados conjuntamente hace cuatro años. El PNV ha fagocitado a sus socios, beneficiándose del voto útil, y, sin variar en su porcentaje conjunto de apoyo (38,6%), ha conseguido sumar dos escaños a los de 2005, aprovechándose de parte del botín liberado por la ilegalización de Batasuna y sus secuaces. No cabe duda de que la campaña de Ibarretxe ha sido eficaz al basarse en cinco ejes: 1) la repetición del gobierno del frente nacionalista; 2) la ocultación del programa soberanista; 3) el guiño a los apoyos ilegalizados de ETA, buscando su complicidad a través del cuestionamiento de la ilegalización y de sus consecuencias político-electorales; 4) la agitación del fantasma del frente españolista y su peligro para el autogobierno; y 5) la supuesta mayor capacidad nacionalista para gestionar la crisis y los asuntos económicos del país, en comparación con España y sus gobiernos, asunto este que ha introducido en la segunda mitad de la campaña y que ha podido descolocar la estrategia de campaña y el discurso de su principal oponente.
Frente a ellos, el PSE-EE se ha convertido, por derecho propio, en la fuerza del cambio, al batir todos sus récords: ha alcanzado los 25 escaños (7 más), un 30,7% de los votos válidos (más de 8 puntos de incremento en estos cuatro años) y 315.000 votos (con un incremento del 16% en su electorado y más de 40.000 votos). Ha arrastrado para su alternativa de cambio tranquilo y transversal a buena parte del voto útil de izquierda (EB ha perdido 30.000 votos) y autonomista (el PP ha perdido 60.000 votos). A pesar de todo, los límites y ambigüedades de la alternancia propuesta o sugerida y, especialmente, la falta de credenciales y la debilidad del discurso para afrontar la actual crisis económica han limitado las expectativas sobre un mayor empuje de sus apoyos potenciales, como se ha podido comprobar en Vitoria o en las poblaciones industriales, en las que se ha visto afectado por la menor movilización de su electorado potencial.
En los demás casos, todo son retrocesos significativos, si exceptuamos a Aralar. Por un lado, los socios menores del tripartito han quedado al borde de la extinción: EA supera ligeramente el 3%, se queda con un escaño (en su reducto guipuzcoano) y menos de 40.000 votos, fracasando en su estrategia de liderar el supuesto ‘polo independentista’ y constatando el error estratégico de dar por finalizada la coalición electoral con el PNV; EB se ha quedado con un solo escaño (en Guipúzcoa), desapareciendo su representación en Álava y, sobre todo, en Vizcaya, y obtiene un respaldo casi idéntico a los anteriores (3,5% y 36.000 votos), repitiendo lo que ya sucedió hace un año y reabriendo su larvada crisis interna. Sin embargo, Aralar, al duplicar sus apoyos (34.000 nuevos votos), se ha visto beneficiada de la crisis interna de los viejos apoyos de ETA, a la que le ha podido arrebatar buena parte de sus más de 50.000 votos perdidos. Aralar, por tanto, se ha convertido ya en el referente del polo independentista democrático con sus 62.000 votos (4 escaños y un 6%) -más de la mitad en Guipúzcoa con el 10% de los votos, pero con representación en Álava y Vizcaya también- y la cuarta posición en el ránking partidista vasco.
El PP, tras su crisis interna, ha visto cómo retrocedían sus apoyos de hace cuatro años en casi un tercio (60.000 votos y dos escaños menos), pero los 13 escaños de su tercera posición (145.000 votos y un 14%) revalorizan su papel, al convertirse en necesario o clave para la alternancia y, en todo caso, para condicionar la gobernabilidad. La abstención, el voto útil autonomista hacia el PSE-EE y el voto crítico hacia UPD son las claves de su retroceso. Precisamente, la UPD de Rosa Díez, con su escaño alavés y el 2% de los votos (22.000 y 11.000 más que en las legislativas de hace un año), además de estar a punto de convertirse en clave para la alternancia, ha podido restar a PP y PSE-EE votos y algún escaño marginal, especialmente en Álava.
Finalmente, el otro gran dato de estas elecciones, además de su desaparición parlamentaria, es la pérdida por parte de ETA de un tercio de sus apoyos (alrededor de 50.000 votos) hacia el nacionalismo útil o el abertzalismo pacífico, que era el objetivo perseguido por quienes impusieron la decisión del voto nulo a las papeletas de D3M (en torno a los 90.000 votos propios) frente a la abstención activadora del control social. Lo significativo es que, a pesar de los ataques violentos producidos, ETA no ha podido intervenir con su intensidad habitual en esta campaña electoral, tanto por sus limitaciones operativas como por las estratégicas, para no erosionar más sus apoyos.
Lo complicado de unas elecciones no es tanto la lectura de la aritmética de los datos como la obtención de conclusiones políticas, que puedan dar satisfacción a la voluntad pluriforme de los ciudadanos expresada en las urnas. Estas novenas elecciones autonómicas en Euskadi señalan un camino sin retorno. En primer lugar, el ciclo de Lizarra gestionado por Ibarretxe con la muleta de quienes apoyan a ETA ha tocado a su fin. En segundo lugar, el Partido Socialista de Patxi López tiene la responsabilidad de inaugurar una nueva etapa que supere la política de frentes, en la que se ha basado la hegemonía artificial del nacionalismo. En esta ocasión y en el inicio de la novena legislatura autonómica en Euskadi, la fuerza del cambio es la que tiene que fijar el rumbo de un nuevo tiempo político de integración plural para el País Vasco, por muy difíciles que puedan parecen las salidas. Porque es obvio que la sociedad vasca necesita y demanda un cambio de rumbo, que ponga las instituciones al servicio del pluralismo y acompase la política a las necesidades y problemas de vertebración y cohesión social de su ciudadanía plural.
El PNV parece inhabilitado para concitar la mayoría parlamentaria y encabezar el cambio necesario, mientras que el PSE-EE ha aceptado el reto, sabiendo que cuenta con la capacidad de aglutinar la mayoría suficiente y, sobre todo, la corriente de fondo de la sociedad vasca. Es cierto que la opción preferida, aunque minoritaria, antes de las elecciones era la del entendimiento entre el PNV y el PSE-EE, lo que, sin duda, daría una gran estabilidad a la gobernabilidad del país en estos momentos de crisis global. El entendimiento necesario entre PNV y PSE-EE sólo puede darse si hay un cambio institucional y el PNV revisa en serio y en profundidad su estrategia y su política, para recuperar la confianza necesaria. De lo contrario, sería un pacto en falso que buena parte del electorado socialista no entendería y que frustraría las expectativas. Por eso, Patxi López y el PSE-EE no pueden eludir la responsabilidad democrática de formar el mejor gobierno posible, aparentemente frágil e inestable en sus apoyos iniciales, pero que puede afrontar una primera etapa transitoria eficaz para que la nueva aritmética cambie la política.
(Francisco José Llera Ramo es catedrático de Ciencia Política en la UPV y director del Euskobarómetro)
Francisco José Llera, EL CORREO, 12/3/2009