IGNACIO CAMACHO-ABC

Los fantasmas de la corrupción estaban mal enterrados. La dura sentencia Gürtel devuelve la legislatura al colapso

DIECIOCHO horas le ha durado al Gobierno el impulso de los Presupuestos; si en la política todo se ha vuelto volátil, en el PP ya no hay nada más fugaz que un éxito. El mayor logro de Rajoy en lo que va de año, casi de legislatura, no le ha alcanzado para una pizca de merecido lucimiento. La sentencia Gürtel, por esperada que fuese, representa mucho más que un nuevo contratiempo: tiene un efecto acumulativo devastador en el mismo día que a Zaplana lo metían preso. El partido vive en estado de angustia, sin tregua ni resuello. Los dirigentes reaccionan con un ánimo desganado, escéptico; salen a explicarse por pura rutina pero sin la menor confianza en sus propios argumentos. La teoría de los «casos aislados» suena ya ridícula, como un tirito de pistola para defenderse de un bombardeo. Y todavía quedan los juicios de Púnica y Lezo, más el de los papeles de Bárcenas, en el que el presidente podría quedar directamente expuesto. La corrupción no estaba amortizada, sólo dormía un sueño de legajos polvorientos. Los fantasmas del pasado han vuelto a escaparse entre inquietantes crujidos de armarios abiertos.

Esta vez es la propia organización la que sale malparada de la condena. Las siglas, el mayor patrimonio de un partido, han quedado en evidencia. Sí, lo del «título lucrativo» tiene matices atenuantes y las penas son más duras que por homicidio, pero el ruido es demasiado atronador para combatirlo con cuestiones técnicas. El veredicto de la Audiencia es un regalo en bandeja para Cs y la izquierda, dueña de la opinión pública desde que el Gobierno instituyó un duopolio televisivo contra el dictamen de la Comisión de Competencia. Rajoy resistirá el huracán todo lo que pueda pero esta vez tiene un problema: está en minoría parlamentaria, a merced de una oposición que puede presentarle otra moción de censura o abrasarlo a fuego lento en la hoguera. Y la perspectiva de unas elecciones anticipadas conduciría el conflicto separatista –¿sería posible un 155 en funciones?– a la tormenta perfecta.

El momento político se ha vuelto dramático y lo de menos es la ruptura con Ciudadanos. La colaboración, ya muy agrietada, se acabó de hecho el miércoles con el pacto presupuestario y el objetivo de Rivera consiste ahora en ensanchar su espacio. La cuestión es que el país se queda en manos de un Gabinete escondido de sí mismo, bajo una sensación creciente de interinato y acosado en las sedes como en los tiempos del «pásalo». Este mandato, que hace dos años se prometía razonablemente estable, ha entrado en colapso. Al marianismo sólo le queda la posibilidad de autorrescatarse del naufragio mostrando en Cataluña su voluntad de liderazgo. Ése es el único plano en que el presidente aún puede encontrar un mínimo y desconfiado consenso constitucionalista en torno a la defensa del Estado. Si los adversarios no lo desalojan antes asaltando el poder por un atajo.