EDITORIAL EL MUNDO – 03/04/16
· El final de la Guerra Fría permitió durante algún tiempo soñar con la idea de un mundo sin armas nucleares. Duró poco el espejismo y pronto se demostró que la caída del Telón de Acero y el deshielo entre Occidente y el Este no traerían consigo ni la paz mundial ni vacunaría a nuevas naciones emergentes contra la carrera armamentística.
Aun así, hace apenas ocho años, cuando un líder todavía bisoño, Barack Obama, estaba a punto de alcanzar la Casa Blanca, enarbolaba la bandera de la desnuclearización. Al poco, se lo recompensarían con el Nobel de la Paz. Hoy ninguna de las potencias del concierto internacional se toma en serio la idea de acabar con las armas nucleares. Su obsesión es bien distinta: la de evitar por todos los medios que tecnología atómica o materiales radiactivos caigan en manos de los nuevos enemigos número uno del planeta: las redes yihadistas, en especial, el Estado Islámico y Al Qaeda.
La Cumbre para la Seguridad Nuclear de Washington, con presencia de mandatarios de 50 países, ha servido para compartir información y hacer que el problema escale puestos en la agenda global. Pero poco más. Al final ha sido otra oportunidad perdida para sondear fórmulas que eviten que este material altamente mortífero pueda caer en manos de actores no estatales, mucho más difíciles de controlar que regímenes como el de Corea del Norte o el iraní, las mayores bestias negras durante décadas en este asunto.
La razón principal que abocaba a la Cumbre patrocinada por Obama al fracaso ha sido el boicot de Putin. EEUU y Rusia suman más del 90% del arsenal nuclear mundial. Y nada se puede avanzar en esta cuestión sin el consenso de ambos países. Los antiguos enemigos irreconciliables se siguen observando hoy con recelo, pero son conscientes de que en una nueva era multilateral siguen ejerciendo roles de gendarmes internacionales y necesitan colaboración mutua. Sin embargo, el Kremlin no quiere que EEUU marque las reglas y exige todo el protagonismo para el Organismo Internacional de Energía Nuclear (OIEA), dependiente de la ONU, porque éste no controla a las potencias atómicas y se limita a monitorizar a los países que no disponen de esta tecnología. Dicho de otro modo, Rusia sigue manteniendo una actitud propia de la Guerra Fría y se niega a que nadie meta las narices en sus arsenales.
Pero el ritmo vertiginoso de los acontecimientos deja al descubierto los riesgos reales a los que se enfrenta la humanidad. Hoy ha disminuido mucho la preocupación por la posibilidad de ataques nucleares interestatales, pese a que Pyongyang ya tiene capacidad para instalar bombas atómicas en miniatura en misiles, un avance que desestabiliza toda la región de Asia Pacífico. Pero se han disparado las alarmas por la amenaza del yihadismo. Inquieta que el IS, Al Qaeda o cualquiera de sus filiales se apropien de tecnología nuclear y sustancias radiactivas, que a buen seguro usarían, por ejemplo, para hacer explotar bombas sucias que sembrarían el caos tanto por su alta capacidad mortífera instantánea como por los efectos duraderos de esos ataques que dejarían zonas dañadas por agentes cancerígenos durante décadas.
Los expertos alertan que el IS tiene capacidad para fabricar bombas sucias. Y la guerra en Irak y Siria, entre otras terribles consecuencias, permite a los yihadistas estar demasiado cerca de instalaciones con uranio del régimen de Asad. Tanto o más preocupante es la desestabilización de Pakistán –no lo olvidemos, uno de los ocho países que reconocen la posesión del arma nuclear– y la penetración creciente de la insurgencia talibán. Son ejemplos de que es imprescindible la actuación urgente de la comunidad internacional para evitar que material de destrucción masiva caiga en manos de los terroristas. Por lo pronto, en el mundo hay toneladas de residuos atómicos situados en instalaciones poco seguras. Muchos de los países presentes en Washington se han comprometido a remediarlo en sus respectivos territorios.
En todo caso, si algo vuelve a demostrar esta amenaza es que el yihadismo es hoy el mayor desafío mundial, que sólo puede ser enfrentado con estrategias multilaterales. Washington y Moscú están obligados a asumirlo.
EDITORIAL EL MUNDO – 03/04/16