EL CORREO 13/07/14
ANDONI UNZALU GARAIGORDOBIL
· Como figura del colectivo abertzale, debería ser la mano que baja la bandera y reivindica la reinserción
Los presos de ETA han sido siempre para la izquierda abertzale como las tropas auxiliares para los romanos; herramientas humanas para usar en beneficio de las legiones. Los presos y sus familias nunca han tenido libertad para decidir, nunca. Es hora de que hablemos claro. No han podido elegir el abogado de su confianza para que les defendiera de forma seria y legal. Las estrategias de defensa no se construían utilizando las posibilidades legales, eran ‘políticas’. Los terroristas de salón, que siempre han estado a cubierto (bueno, al final, cuando se han visto en riesgo han mandado parar), primero les enviaron al frente y, una vez detenidos, los han utilizado como mansas tropas para la propaganda política.
Esta es la pura verdad. Y lo han hecho con crueldad y fuerza para lograr el sometimiento de todos, tanto de los presos como de sus familiares. El asesinato de Yoyes delante de su hijo pequeño lo dejó bien claro: el que se mueva se va a enterar. Además de con recuerdo del asesinato de Yoyes, que ningún preso ha olvidado nunca, a los presos disidentes se les ha amenazado con el aislamiento y el repudio social. Es seguramente la amenaza más dura, a parte del asesinato. A los presos que están en una situación de aislamiento total, que lo único que les une a la sociedad, al ser social, es la comunidad que les apoya, se les amenaza con dejarles aislados de todo y repudiados por los suyos. Seguramente es difícil de comprender por las personas que no están en esa situación y que creen que en las sociedades libres hay otros espacios de socialización, pero para los presos es su peor condena, peor que la de permanecer más años en la cárcel. Y cada vez que algún preso ha reunido el valor suficiente para la disidencia lo han aplicado con rigor y crueldad, extendiendo el rechazo del grupo a sus familiares y amigos.
En las cárceles se han vivido y se están viviendo situaciones dramáticas: familiares animando a sus presos para que den el paso de la reinserción y aceptación de la legalidad mientras el preso les dice que no puede, que no puede ser porque si lo hace será un leproso en su mundo. Y, al revés, presos que por fin quieren dar el paso, son contenidos por sus propios familiares que les dicen que por favor que no, que si no van a quedar como leprosos ellos.
Los comandantes ‘bons vivants’ han impuesto todas las políticas penitenciarias posibles y contradictorias entre sí, salvo la de la reinserción. Prohibieron de forma taxativa el acogerse a beneficios penitenciarios para pasar a exigirlos, sin ni siquiera solicitarlos de forma reglamentaria. Hemos oído defender, en el pasado, a gente que hoy puebla despachos públicos, la afirmación más kafkiana: «El derecho del preso a cumplir íntegramente su condena».
Cuando estos terroristas de salón braman diciendo que hay que defender los derechos de los presos, hay algo que me enerva (de las manifestaciones de los familiares no hago comentarios, son casi tan prisioneros como sus familiares presos). Si quieren que hablemos de los derechos de los presos hablemos, pero para que les escuchemos nos tendrán que oír que han sido ellos los que han echado un candado extra que se añade a la condena del juez. Y hablemos en términos de justicia y de derechos, no en términos de oportunidad política –porque si es por oportunidad política cada día que pasa hay más gente que quiere olvidar y que se olvide la cuestión de los presos, y creo que en el futuro estaremos cada vez menos gente defendiendo que cuando un preso da el paso la Administración le tiene que ayudar–, y mucho menos en términos de propaganda política con la tontería del ‘proceso de paz’, una ficción para seguir legitimando el terrorismo del pasado.
Previsiblemente, pronto otro grupo considerable abandonará las cárceles al computarles el tiempo cumplido en otro país. Y quedarán los últimos, los que pueden ser los olvidados, porque su salida ya no beneficia políticamente a nadie. Y no hay más que dos caminos, cumplir íntegra la condena –los condenados con el nuevo código hasta 40 años– o acogerse a la reinserción. Y acogerse a la reinserción es mostrar la voluntad de redemocratización. El requisito de reconocer el daño causado es una falacia; claro que lo reconocen, es más, lo solían reivindicar. Lo que tienen que reconocer es que el daño causado estuvo mal, que era ilegítimo.
Pero este paso a la reinserción solo lo pueden dar ellos, los presos –no pueden pretender que los demás asumamos la responsabilidad que ellos no asumen–, pero la mayor responsabilidad es la de las personas que durante tantos años han aplaudido el terrorismo y les han controlado con mano de hierro en las cárceles. Hay muchos presos esperando a ver la mano que corta el candado que les atenaza, esperando a ver cuando bajan la bandera. Aunque no es la única, quiero mencionar una persona: Arnaldo Otegi, preso él mismo, que ha cumplido los 3/4 y que no está en tercer grado, que no está en la calle, porque se niega a asumir la vía establecida de la reinserción. Podría estar en la calle, el que no esté es su propia decisión. Y de esta decisión depende también que muchos otros cumplan cientos de años más. Esta sí sería una gran aportación para ayudar a los presos: ser la mano que baja la bandera y reivindica la reinserción de todos, sin el oprobio del colectivo abertzale. Y no es complicado, sería suficiente un tuit, un simple tuit de Otegi que diga: «Acabo de firmar una solicitud pidiendo un permiso ordinario de fin de semana». Pero no lo va a hacer, prefiere estar dos años más en la cárcel a correr el riesgo de que le llamen traidor. Debiera quitarle el sueño saber que está en sus manos reducir cientos de años de cárcel a los penados y, sin embargo, se niega.