Luis Ventoso-ABC

Muchos españoles observan con impotencia las regalías a los separatistas

A Sánchez se le puede objetar con pruebas su elástica relación con la verdad y sus desinhibidos bandazos. También que antepone su híper yo a los intereses generales de España, que por razón de cargo está llamado a defender. Pero toca reconocer que se trata de un adversario temible, un político habilidoso en el sentido maquiavélico del término. Lo demostró reconquistando su sillón de Ferraz, casi haciendo autostop, tras ser defenestrado por el sector constitucionalista. También cuando tejió una alianza subterránea con los separatistas para echar a Rajoy, al tiempo que en un atrevido doble juego lo visitaba en La Moncloa garantizándole lealtad plena frente a los sediciosos catalanes. Un superviviente que maniobra con audacia extrema, pues su ambición se

ve espoleada por un punto de amoralidad. Ahora acaba de cerrar una jugada maestra para sus intereses (que no para los del país). Sin ceder en la autodeterminación, concesión que no podría otorgar sin delinquir, ha logrado que los separatistas catalanes y Bildu apoyen su techo de gasto. Lo ha logrado engatusándolos con el vistoso espectáculo de la mesa en La Moncloa y ofreciéndoles fórmulas que de facto equivalen a una amnistía. Un triunfo relevante, porque supone el paso previo a la luz verde a los Presupuestos. Si logra sacarlos adelante, completará la legislatura. Nada le importará prorrogar las cuentas lo que haga falta. De hecho gobierna encantado con las de Montoro.

Los bloques de izquierda y derecha prácticamente empataron en las últimas elecciones. Pero cunde un aroma de derrota entre quienes ven cómo se afloja la unidad del país y se ponen en solfa principios democráticos. Según contaron fuentes del Govern ayer a ABC, el Gobierno les ofertó en La Moncloa sacar a los presos a la calle y traer de vuelta a los fugitivos («los exiliados», en la jerga separatista ya asimilada por el tertulianismo progresista). Una oferta así supone cepillarse pilares de cualquier Estado de Derecho, pues lo que está diciendo el Ejecutivo es que él se pone a la Justicia por montera y si quiere liberará a los presos a la calle y perdonará a los fugados cuando le dé la gana, digan lo que digan los jueces, proteste lo que proteste la oposición, se ofendan lo que se ofendan la mayoría de los españoles.

¿Es normal que Junqueras, condenado en firme a 13 años hace solo cinco meses por declarar la república catalana, salga ya de permiso tres días por semana? ¿Es normal que el nuevo ministro de Justicia le enmiende la plana al máximo tribunal del país y declare que sus penas fueron «excesivas» y que se aplicó una figura penal «del siglo XIX»? ¿Es normal que se reforme el Código Penal a la carta solo para comprar a Junqueras a fin de que apoye los presupuestos de Sánchez? ¿Es normal colocar en la Fiscalía General a una exministra del PSOE, que además ha elegido como su segundo a un fiscal que participaba en mítines socialistas? ¿Es normal la cadena de embustes del caso Ábalos y la chulería sin explicaciones? Lo anormal es la nueva normalidad. Y así será durante al menos tres años (o más, si los tres partidos de derechas no se unen).