EL MUNDO – 10/05/15 – EDITORIAL
IÑAKI REKARTE, ex miembro de ETA condenado a 203 años de cárcel por el asesinato en 1992 de tres personas, goza desde hace dos años de una libertad de la que él privó a sus víctimas. Una paradoja que admite puesto que, mientras estuvo en prisión, manifestó y probó su arrepentimiento sincero. Condenó la violencia e hizo pública su repulsa hacia lo que significó y significa todo lo relacionado con la banda armada: «No me arrepentiré lo suficiente el resto de mi vida. Otegi no es un hombre de paz, es un cobarde», declara hoy a Crónica.
Rekarte ingresó en ETA con 19 años. En poco tiempo fue nombrado jefe del comando Santander que perpetró su atentado: tres personas fueron asesinadas al errar de objetivo cuando intentaba hacer volar un furgón de la Policía. Fue detenido y encarcelado meses más tarde. Ya en prisión, su relación con una trabajadora social –su actual mujer– produjo el cambio moral en el terrorista. Ella, tras enamorarse, sorteó no pocos obstáculos hasta ayudarle a conseguir que él repudiara la violencia. Su ruptura con ETA se vería recompensada con un progresivo acercamiento al País Vasco antes de salir en libertad, tras cumplir 21 años de pena.
Ninguna condena será nunca suficiente para reparar el daño que los terroristas han causado. Pero este caso demuestra que el arrepentimiento es posible, aunque, por desgracia, sigue siendo excepcional entre los etarras. Y marca el único camino a seguir. La sociedad española ha demostrado una enorme generosidad estas décadas. Ahora bien, el Estado acierta al señalar como línea roja de la política penitenciaria y de reinserción la sincera contrición, que pasa por desmarcarse y repudiar definitivamente a ETA, pero también por la colaboración para esclarecer los crímenes. Hechos, no palabras.