El descarado equilibrio que pretenden mantener los jeltzales entre la legalidad democrática y la izquierda abertzale puede debilitar su arrastre electoral.
La actividad política del Partido Nacionalista Vasco en los últimos tiempos deambula entre paradojas y contradicciones, entre la teoría y la práctica, entre Vitoria y Madrid y entre Vizcaya y Guipúzcoa. Los dirigentes del partido que lidera Iñigo Urkullu, ante la complejidad del mapa político vasco y español, están articulando una política ‘a la carta’ que les lleva de un extremo a su contrario: engrosando una manifestación de dudoso crédito democrático a la vez que respaldan en solitario en el Congreso de los Diputados a un presidente como Zapatero cuyo liderazgo se encuentra en fase terminal.
Todo es posible en este momento en el actual PNV. Desde los radicales de Egibar que en Guipúzcoa intentan ocupar el hueco que dejan los ilegalizados de Batasuna o, como ‘plan b’, se sitúan en línea de salida si al final el entorno político de ETA entra en las listas. Semejante actitud no casa con un pragmatismo que roza la asepsia ideológica convirtiéndose en acérrimos estatutistas en lucha por una transferencia. Una conversión saludada explícitamente por los socialistas vascos y por el propio lehendakari Patxi López.
Pero a nadie se le escapa que el ‘estatutismo’ de última hornada corresponde a una necesidad de maquillaje de este otoño. Esta arquitectura de equilibrio inestable comporta serios riesgos a corto y medio plazo. Lo que ahora son disputas domésticas con los seguidores de Egibar podrían convertirse en desgarros mayores. La persistencia en abarcar un horizonte electoral tan amplio puede desembocar en una grave crisis de su identidad y las urnas con frecuencia han confirmado que quien quiere ocupar desde el centro mucho terreno lo acaba pagando en fuga de votos.
Tan encelado se encuentra el PNV en la búsqueda de su hueco para el día después de que ETA entregue sus armas que este fin de semana se metió en el ‘avispero’ abertzale radical del que salió manifiestamente descalabrado. Todos los observadores de la manifestación que se celebró el pasado sábado en Bilbao conocían el propósito de los convocantes: reivindicar un independentismo radical exigiendo, al mismo tiempo, la homologación del entorno político de ETA para que, en el juego electoral, vuelvan a competir directamente con el PNV. Todos lo sabían menos, al parecer , los propios jelkides que creyeron que en la exigencia del derecho a decidir y la denuncia de un supuesto «Estado de excepción», tenían un papel que jugar.
El PNV calculó que tenía un hueco en el tinglado soberanista. Pero se encontró con que otros también practican el doble juego: invitan y emplazan al PNV a unirse a ellos «contra el Estado» pero insultan a sus representantes cuando acuden a la marcha y les comprometen con gritos en favor de los presos de ETA sin que en ningún momento emplacen a la banda para que abandone de una vez la violencia. Puede ser que algunos dirigentes socialistas vascos, como sospecha el ex lehendakari Carlos Garaikoetxea, sean partidarios de volver a legalizar a Batasuna y compartan las tesis más cándidas de Eguiguren, pero la voz oficial del PSE, expresada a través de José Antonio Pastor, no sale de su asombro al ver que el PNV reclama, al menos en Guipúzcoa, la abolición de la ley de partidos (lo que le parece a Urkullu, ahora mismo, «aullar a la luna») mientras reivindica el derecho a decidir.
Es cierto que Egibar no es el interlocutor jeltzale en el Congreso y que minimiza el valor de las transferencias que sus compañeros han pactado con el presidente Zapatero, pero el intento de los nacionalistas de mantenerse como socios de fortuna y salvavidas de los socialistas refleja una cadena de incongruencias que podría romperse por el eslabón más débil. Y la debilidad puede darse a través del desconcierto que genera, entre sus propios votantes, ver a un mismo partido pactando transferencias con el presidente del Gobierno, puenteando al lehendakari Patxi López a la vez que acompaña a quienes jalean a ETA en la calle. Con todo, la enrevesada y contradictoria acción política diaria del PNV no renuncia a generar divisiones y contradicciones internas en el PSE con tal de agudizar la operación desgaste contra el inquilino de Ajuria Enea. Algunos amagos de recobrar el vasquismo ineficaz de la época de la fusión con EE como la financiación de las ikastolas de Pirineos Atlánticos indican que está latente su idea de no dejar el ámbito del euskera bajo el dominio exclusivo de las fuerzas nacionalistas. Pero, de momento, parece imponerse la gran prioridad de los socialistas: no abrir fisuras en su alianza con el Partido Popular.
Una opción que resiste a pesar de la intromisión del PNV en la relación entre el presidente Zapatero y el lehendakari López. Pero son tiempos convulsos, difíciles para un presidente de Gobierno que ha dejado en el camino a no pocos compañeros de partido. A la espera de acontecimientos, el PP se resigna a mantener una actitud contemplativa dejando pasar el tiempo hasta las municipales donde obligatoriamente deberá mover ficha. Pero siete meses en política pueden suponer una eternidad.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 4/10/2010