ABC 01/08/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Rajoy debe dar a Sánchez la oportunidad de vengarse antes de plegarse a una abstención inevitable
MARIANO Rajoy ha hecho toda su carrera política ateniéndose a la máxima de que quien resiste gana. Su habilidad para mirar fijamente al adversario sin parpadear, fuese cual fuese el adversario, lo ha llevado hasta La Moncloa y allí lo mantiene a día de hoy, tras haber ganado unas elecciones fallidas y declinado la oferta real de formar gobierno. Su máxima fortaleza es una paciencia ilimitada, una cachaza inasequible al nerviosismo, las presiones y por supuesto la crítica, capaz de sacar de quicio al mismísimo Job. Como don Tancredo, no tiene rival. Pero el tancredismo, merced al cual ha sobrevivido a toda una generación de políticos protagonistas de innumerables escándalos de corrupción, tiene a España paralizada, huérfana de liderazgo y de proyecto, a punto de mandar al diablo a unos representantes electos cuya seña de identidad más notoria hasta la fecha es la irresponsabilidad.
Mariano Rajoy ha ganado por segunda vez en las urnas incrementando su ventaja anterior, tal como subrayan quienes pretenden empujar a Ciudadanos a darle el «sí» con el fin de forzar que el PSOE se abstenga. No aclaran esos acérrimos que votar PP implica necesariamente votar Rajoy, dado que nuestro sistema electoral impone listas cerradas y bloqueadas, al tiempo que la formación de la gaviota, cuyo congreso interno debería haberse celebrado hace ya casi dos años (febrero de 2015), permanece anclada a un sistema «digital» de designación del candidato dudosamente democrático. En otras palabras, que respaldar en las urnas el ideario y programa del PP no deja otra opción que aceptar el nombre de Mariano Rajoy, guste o no guste. Que se lo digan, por ejemplo, a la valerosa gente integrante de la Red Floridablanca, víctima de una sucia campaña de acoso por atreverse a exigir desde dentro del partido que se cumplan los estatutos y se dé una oportunidad a la renovación. Marianismo y PP han sufrido una simbiosos tan profunda como ajena a cualquier forma de libertad, que cuando menos debería llevar a los entusiastas a matizar su argumentario cesarista. Claro que el matiz encaja mal con el momento que vive la política española.
Sea como fuere, Mariano Rajoy ha obtenido una ventaja de cincuenta diputados sobre su inmediato seguidor, que le impone el deber de intentarlo. No solo porque en esta ocasión sí haya aceptado la encomienda del Rey y, con ella, lo que dispone la Constitución en su artículo 99, sin margen para la interpretación. No solo porque el PP apeló insistentemente al voto útil durante la última campaña y nada resultaría más inútil que ver cómo esas papeletas iban otra vez a la basura ante la falta de coraje del líder llamado a hacerlas valer. No solo porque unos terceros comicios dejarían las cosas en una situación muy parecida a la actual, tal como revelan las encuestas que se manejan en la sede de la calle Génova y otorgan a esa fuerza siete escaños más (a 32 de la mayoría absoluta) ya C’s seis menos, sin un trasvase significativo entre bloques ideológicos. Rajoy debe presentarse a la investidura, incluso a riesgo de perder, porque esa es la única forma que tiene de poner al PSOE ante el hecho consumado. Debe dar a Pedro Sánchez la oportunidad de vengarse (un comportamiento infantil y ruin, desde luego, aunque humano) antes de plegarse a una abstención inevitable. Debe articular en la tribuna del Congreso un discurso inapelable a ojos de la opinión pública, que demuestre su auténtica voluntad de gobernar mediante pactos… o bien marcharse a su casa. Lo que no cabe en modo alguno es una nueva espantada.