Marta García Aller-El Confidencial
- La apuesta de Cs seguramente sea la más arriesgada, porque es la única que desafía la inercia de la polarización actual en la que tan a gusto campan los populismos
Dice poco de nuestro panorama político que los partidos puedan dividirse entre aquellos a los que la existencia de Vox hace más digerible pactar con Bildu, y aquellos a quienes la existencia de Bildu hace más digerible sus pactos con Vox. En realidad, es solo un efecto óptico que pone más a mano, para quienes no tienen escrúpulos en llegar al poder apoyándose en unos y otros, un argumentario del ‘todo a cien’ para agitar espantajos ajenos cuando uno no se enorgullece de los propios. Como si no se pudieran considerar tan deplorables quienes no condenan el terrorismo como quienes no condenan el franquismo, ya no existen en el arco parlamentario partidos que muestren el mismo escrúpulo por pactar con Bildu que con Vox. Eso no quiere decir que no existan votantes para esa preferencia huérfana. Debe de haber muchos ciudadanos perplejos por la naturalidad con la que de un año para otro se espera que caduquen ciertos principios. Qué digo un año. De un día para otro.
Hace no tanto, la noticia era que el PSOE pasaba de excluir a Bildu de las negociaciones a blanquearlo excusándose en su socio Podemos como intermediario. Pero eso era anteayer y esto va rápido. Nada más aprobarse la tramitación de los Presupuestos, el ministro Ábalos defendía que con el apoyo de Bildu a los Presupuestos “ha ganado la democracia”. Podía haber tratado de convencernos de que el apoyo de los independentistas vascos no va a condicionar la política del Gobierno y, aunque no sea plato de gusto, libres son los ‘abertzales’ de votar a favor de sus cuentas si así lo desean. No hizo eso, no. Muy al contrario, el secretario de Organización del PSOE se enorgulleció. Añadió que semejante hito le recordaba al golpe de Estado del 81, cuando el coronel Tejero entró armado en el Congreso de los Diputados. Ni más ni menos. En concreto, Ábalos aclaró que se refería a “la escena del señor Carrillo con Gutiérrez Mellado”. En aquel emblemático suceso, el militar se encaró al golpista y el líder comunista (al igual que Adolfo Suárez) se mantuvo en su escaño. En el sorprendente ‘remake’ de Ábalos, Otegi no sería el de la metralleta, sino uno de los defensores de la democracia. Para encontrarle sentido a la evocación, no sé si me falta más estómago o imaginación.
Mientras el PSOE se sienta cada vez con más naturalidad con los socios independentistas con los que hasta hace un año consideraba inverosímil pactar, el PP y Cs andan alejándose cada uno a su manera de la foto de Colón. Así que entre tanto giro ideológico no es extraño que haya mucho desconcierto también en sus filas. La ventaja del PSOE es que los vaivenes argumentales se digieren mejor en el poder que cuando se trata de llegar a él. Al esfuerzo de Casado por alejarse de Vox, que le dio protagonismo en la reciente moción de censura fallida, hay que sumar la apuesta de Arrimadas por ofrecerse a negociar las cuentas con el PSOE. De todas las apuestas, la de Cs seguramente sea la más arriesgada, porque es la única que desafía la inercia de la polarización actual en la que tan a gusto campan los populismos a izquierda y derecha.
La decisión de Ciudadanos de negociar hasta el final los Presupuestos, aunque está por ver que finalmente los apoye, deja claro que Pedro Sánchez tiene la opción de no depender de Bildu. Por más que Ábalos trate ahora de dotarlo de inesperada heroicidad, hay mucho malestar entre los barones del partido socialista. Y la excusa de que el Gobierno no tiene alternativa a pactar con los independentismos se desmonta desde que Arrimadas se ha puesto a engrasar la bisagra a la que su partido renunció hace un año, cuando Cs se negó a pactar con Sánchez. Poner esta contradicción en evidencia ante el ala más centrada del PSOE seguramente sea lo más útil que pueda hacer Cs con los 10 escaños que le quedan tras el batacazo que se dio el partido con Albert Rivera, cuando se empeñó en apostarlo todo al sorpaso al PP que nunca llegó. Su insistencia en ofrecer su apoyo a cambio de que el Gobierno revierta las políticas negociadas con los independentistas vascos y catalanes desafía la inercia de las concesiones al separatismo.
Entre tanto, Arrimadas se ha vuelto el blanco de las críticas en la negociación de los Presupuestos. De Bildu a Vox. Y, sobre todo, Podemos. Esto último es bastante insólito, no es habitual que un partido del Gobierno quiera sabotear los apoyos a sus propios Presupuestos. Será que a los morados no les conviene que pongan en tela de juicio su influencia sobre los mismos. Será que efectivamente queda margen para negociar la letra pequeña de los PGE. No debe de estar siendo fácil para Inés Arrimadas tender la mano al Gobierno en este contexto. Puede que el partido desaparezca en el nuevo intento de recentrarse, pero no tiene más alternativa.
Sánchez no es de fiar más que cuando se trata de velar por sus propios intereses. Y debería tener cuidado con provocar la implosión de Cs entre tanto veto de quita y pon. A Podemos desde luego le beneficiaría que salga mal la apuesta de Arrimadas de tratar de centrar el PSOE, pero al PSOE seguramente no le convenga hundir a Arrimadas. Si a Cs le sale mal la redención centrista, el mayor beneficiado podría ser Casado. Mientras duren las negociaciones, faltan por ver muchos cambios de guion. Solo los extremos están quietos, deseando que nada cambie, en su afán por que la polarización los siga justificando.