«Con tal de que no gobernara la CUP, el PP permitió al PSC gobernar en Badalona. Con tal de que no gobernara el PP, el PSC estaba dispuesto a pactar con la CUP», decía ayer Andrea Mármol en su cuenta de Twitter.
Ahí tienen, en dos brochazos, la España de los garrotazos de Goya defendida hoy por el sanchismo como modelo de futuro para este país. La España de la que nos libramos en 1978, que José Luis Rodríguez Zapatero trajo de vuelta en 2004 y que Pedro Sánchez ha elevado a dogma de fe: en la cabeza del presidente, y sobre todo de sus socios de Podemos, la anomalía española es la existencia de españoles de derechas.
Y si Xavier Garcia Albiol gobierna hoy en Badalona no es por justicia poética, sino porque el PSC ha forjado alianzas con fanáticos y el fanatismo es una pistola con retroceso.
Mi amigo Rafa Latorre me regaló ayer Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (1936-1939), de Andrés Trapiello, y lo primero que salta a la vista ya en sus primeras páginas –la 39, en concreto– es lo cómodos que se sentían los radicales de la época en la incomodidad de las degollinas.
Llama también la atención lo contemporáneos que suenan muchos de los bocinazos intelectuales de la generación del 27. Algunos de ellos andarían hoy reclamando el óbolo gubernamental, como Antonio Resines, o lamentándose de la «excesiva calidad» de las mascarillas de la Comunidad de Madrid en alguna de las televisiones del régimen.
Al menos sabían escribir y eso los sitúa en un peldaño superior a la generación del 15-M, la peor en cuarenta años de democracia.
«Ante todo es necesario sentar este principio: en el momento actual, los que se llaman liberales son los retrasados, los reaccionarios. Violencia. Lucha. Arte Nuevo, al fin. Un joven puede ser comunista, fascista, cualquier cosa, menos tener ideas liberales». Esto lo decía César Arconada, redactor jefe de La Gaceta Literaria, en 1928.
Arconada, comunista, acabó exiliándose en Moscú. Pero antes tuvo la inmensa suerte de catar la España con la que soñaba. Una sin liberales y con la mayoría de la población amontonada en los extremos. Esperando al día en que se pudiera pasar de la teoría a la práctica del exterminio del vecino. La Guerra Civil fue obra de gente como Arconada.
Arconada sería hoy un ideólogo de esa Nueva Normalidad que rechaza reactivar la economía pero subvencionar la miseria, instaurar la renta vital a costa del lomo de los alemanes, cerrar España al turismo, estrangular al sector privado, controlar los medios de comunicación y convertir España en un infierno fiscal para cualquiera que no aspire a vivir del presupuesto público.
Para el populismo, la epidemia no ha sido una crisis, sino una oportunidad.
Frente a ese estado de la cuestión anda la tercera España de siempre esquivando las embestidas de un lado, del otro y, ahora, novedad absoluta, también de los suyos. A Ciudadanos sólo le faltaba su Aznar, su González, su Zapatero. Es decir, el ex que nunca ha asumido su condición de tal. Si algo bueno hizo Mariano Rajoy es callarse una vez abandonado el cargo.
Parece que Ciudadanos ya tiene su ex y bien que lo siento porque Inés Arrimadas tiene tanto derecho a equivocarse como el que tuvo su antecesor. Albert Rivera acertó en el diagnóstico –son una banda– pero erró con el remedio. Quizá, especulo, porque Rivera sentía el mismo rechazo instintivo, moral y epidérmico por Sánchez que el que puedo sentir yo.
Pero yo soy periodista y me lo puedo permitir. Ciudadanos no, a riesgo de acabar convertido en un PSC cualquiera, dándole alcaldías a los pangolines tóxicos de turno.
Si Ciudadanos fuera un partido ideológico, Rivera no tendría motivo para haber dimitido. Pero Ciudadanos es un partido instrumental al que no se juzga por sus purezas sino por sus resultados. Y resultado es que haya pasado una semana desde el sí de Ciudadanos a la prórroga del estado de alarma y la astilla siga ahí, entre la uña y la carne de Podemos, de ERC y del PNV.
Arrimadas tiene derecho a explorar ese camino en paz. Con toda la admiración hacia quien estuvo a punto de llevar a Ciudadanos a la Moncloa. Pero Arrimadas tiene derecho.