Kepa Aulestia-El Correo

El año de la pandemia ha permitido a la política de gobierno recurrir a tácticas de comunicación, presidencialismos acusados y llamadas interesadas a la unidad de las que difícilmente se desprenderá en 2021. Para lo cual se ha hecho valer de un lenguaje al que seguirá recurriendo. «Sin precedentes» es cómo el poder político ha insistido en calificar la situación una y otra vez. El argumento para acallar a la oposición y desviar preguntas incómodas con una verdad incuestionable, de Perogrullo, que de tanto emplearse ha acabado perdiendo sentido. Presidentes, ministros y consejeros autonómicos se han guarecido tras él, a pesar de que la opinión pública comprendiese la dificultad de la tarea que nunca pensaron iban a tener que afrontar. Sería bueno que cesasen de repetirlo tras el forzado entrenamiento de 2020.

«No dejar a nadie atrás» es la meta insistente que continúa bendiciendo toda acción de gobierno, como si la jaculatoria sirviese para multiplicar los recursos disponibles, hacer que las medidas adoptadas se vuelvan indiscutibles, y redoblar la confianza ciudadana en la buena intención de los gestores públicos. Una forma muy sutil de obviar el recuento de quienes sí se van quedando atrás. «Movilizar» miles de millones de euros, invocando claro está a la colaboración público-privada, es el verbo que infla las cuentas de la recuperación con una suerte de desiderátum que aparece como si se tratara de una partida presupuestaria ya comprometida. Cuando en realidad el apostante público no las tiene todas consigo para contribuir con su parte al negocio, y mucho menos puede garantizar que el apostante privado acabe entrando en el juego.

«Mantener la guardia alta» ante los riesgos de contagio sugiere una visión pugilística del desafío al que nos enfrentamos, y sería extraño su uso constante sin recursos sinónimos si no fuera porque -se nos ha olvidado ya- el primer estado de alarma estuvo acompañado de evocaciones bélicas en la lucha contra el coronavirus. Más difícil es encontrar una explicación a que los gobiernos emplearan «distancia social» al referirse a la «distancia física» aconsejable para evitar la transmisión, cuando trataban de apelar a una conciencia cívica solidaria.

En aquellos primeros meses de la pandemia, de pronto, todas las y los integrantes del Consejo de Ministros se pusieron a hablar en nombre del «Gobierno de España», marca que ha reaparecido esta semana en las cajas que portaban las primeras vacunas. Puede que solo mimetizasen el recurso de Pedro Sánchez a hablar siempre en nombre del «Gobierno de España». Una referencia nada inocente, que no solo transmitía la sensación de una concentración inusitada de poder en la emergencia. Inducía también la imposibilidad de imaginar un gobierno en España distinto a este de ahora. Aunque ahora se pondrá a prueba otro artefacto verbal de 2020, la «cogobernanza». El ‘Next Generation’ dirá si hay algo de verdad en el uso de ese término.