IGNACIO CAMACHO – ABC – 24/07/16
· La Corona no puede presionar a nadie. El margen arbitral del Rey no da para eso. Y menos en el nuevo paradigma político.
Se equivocó Rivera, se equivocaba. Como la paloma de Alberti, creyó que el mar era el cielo y la noche, la mañana. Y guiado de ese afán adanista tan propio de los nuevos dirigentes, ha confundido transparencia con indiscreción y cometido un error de ingenuidad que dinamita la ronda de consultas del Rey antes de que empiece. Al anunciar su intención de pedirle a Felipe VI que presione a Sánchez para que se abstenga, el líder de Ciudadanos ha bloqueado cualquier capacidad de mediación del Monarca.
Si lo ha hecho adrede sería aún peor; significaría que pretende bloquear aún más la situación. Lo más probable es que se trate de un desliz de buena fe motivado por la incontinencia comunicativa de la llamada nueva política, surgida en los platós, en las redes sociales, en los escenarios mediáticos. El silencio sigue siendo una herramienta imprescindible en el manejo de ciertos asuntos de Estado. Ser transparente consiste en publicar los acuerdos, no en radiar las conversaciones.
Un hombre sensato y prudente, como Rivera ha demostrado ser, ha de saber que la Corona no puede presionar a nadie. Ni siquiera recomendar, inspirar o sugerir nada por su propia cuenta. El margen arbitral del Rey no consiste en eso. Hubo un tiempo en que acaso fue posible, cuando don Juan Carlos apuraba los límites constitucionales investido de su legitimidad de hecho, pero esa época pertenece al ciclo fundacional que partidos como C’s pretenden dar por clausurado.
El actual jefe del Estado se mueve en un ámbito de actuación mucho más reducido porque ha cambiado el paradigma político. Su función moderadora carece de la auctoritas intervencionista que su padre utilizó basándose en su condición liminar de arquitecto del proyecto democrático. Pero incluso si don Felipe decidiese, por razones de excepcionalidad circunstancial, aventurar el prestigio de la institución explorando la ambigüedad del artículo 56 en una indeterminada tarea mediadora, sólo podría hacerlo con absolutas garantías de discreción que la extemporánea locuacidad del dirigente centrista ha disipado. Ahora más que nunca está obligado a preservar no sólo su neutralidad, sino la apariencia de neutralidad. Escuchar y decidir: ya no tiene la más mínima rendija para la insinuación o la sugerencia.
Si Rivera no quería realmente cerrar esa puerta, si de veras pretendía entreabrirla, lo ha hecho al revés y la ha clausurado. Más aún: ha recordado al soberano, en el improbable caso de que éste no lo supiera, que cualquier cosa que se diga en Palacio puede ser contada, publicada o twitteada. Hasta ahora la Zarzuela era el último ámbito de reserva de la vida pública española, un lugar donde las relaciones políticas aún se basaban en la mutua confianza. La nueva Constitución no escrita de la posmodernidad ha reducido aún más las atribuciones del Rey: ya ni siquiera podrá decir en su casa lo que le dé la gana.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 24/07/16