EL CONFIDENCIAL 16/10/14
IRENE LOZANO
Una escena inolvidable de Breaking Bad muestra a Walter White, un dócil profesor de Química antes de su metamorfosis, tomando el desayuno en casa. Pincha con el tenedor una loncha de algo que parece una especie indefinida de embutido, lo come y, con cara de extrañeza ante el sabor, le pregunta a su mujer: “¿Esto qué es?”. Ella contesta: “Bacon vegetal”. Walter White es aún, en estos primeros capítulos, un hombre arrollado por la vida.
Artur Mas también lo es, con la diferencia de que él conduce el camión que lo está atropellando. Su último artefacto ha consistido en un llamamiento al pueblo para que el 9N comparta con él un ridículo sin límites. Inicialmente el presidente de la Generalitat quería celebrar un referéndum, vocablo inequívocamente político que descartó para escamotearnos la ilegalidad frontal de su pretensión.
El término “referéndum” se refiere al acto político de “aceptar algo por votación”, según María Moliner, la sabia. Debe cumplir una serie de requisitos legales (un censo aceptado, unas garantías democráticas, la imparcialidad de la Administración). Y esto no es así por casualidad, sino porque el resultado de esa votación otorga legitimación política –y según los casos también jurídica– a una decisión o una postura. La manera de obtener esa legitimación sin pasar por las arcas caudinas de la legalidad, engorrosas y opresivas para Mas, era la consulta ya declarada fallida. El problema es que ya la palabra ‘consulta’ devaluaba políticamente la votación, de manera que ahora no sabemos cómo llamar a este último engendro.
El president promete ahora una votación, aunque sin censo; y se celebrará el día 9 pero sin convocatoria jurídica muy probablemente. No habrá campaña, porque no tendrá validez, pero habrá urnas festivas, como en los sanfermines hay toros. Esto arrebata al 9N todo carácter político, y rebaja el voto a un acto simbólico, lo cual resulta enormemente peligroso, porque si algo da valor al voto en democracia es justamente el hecho de que no es simbólico sino ejecutivo: pone y quita gobiernos, aprueba y deroga leyes. No hay nada simbólico en votar, pero Mas lo quiere reducir a eso: cualquier urna en cualquier sitio, cualquier papeleta y cualquier censo.
No hay nada simbólico en votar, pero Mas lo quiere reducir a eso: cualquier urna en cualquier sitio, cualquier papeleta y cualquier censo
Creer que la democracia consiste en meter la papeleta en la urna es como pensar que el sexo se reduce a la penetración. Pero ojo con los que banalizan la democracia de una forma tan grosera; si cualquier manera de organizar una votación sirve, entonces tendremos que felicitar a Mas por convencernos en unos días de aquello que Putin lleva veinte años intentando. En democracia los procedimientos son tan importantes como el fondo. No sirve cualquier referéndum, y éste no recibiría la aprobación de observadores internacionales, aunque no quiero dar ideas que pudieran amplificar el ridículo.
Ahora el problema es sobre todo semántico. El referéndum pasó a llamarse consulta, y la consulta pasa a ser… ¿sucedáneo de consulta? ¿pseudoconsulta? Así lo han escrito algunos medios. ‘Charlotada’ resultaría preciso, pero ofendería a Charles Chaplin. No sabemos cómo llamarlo porque no es nada. Es el fake que queda cuando ha fracasado el fraude. Es como el bacon vegetal que comía Walter White: repugnante.
Cuando los médicos le prohíben a uno el cerdo, conviene pasarse a la lechuga, porque quien no acepta los hechos empieza enseguida a falsificar la realidad. Y sigue pensando que en algún lugar del mundo existe un acto político parecido a ese engendro a que ha quedado reducido el 9N; y sigue creyendo que en algún país exótico los árboles dan bacon.