La mera decisión de ETA buscando matar es una advertencia para quienes coquetean con la izquierda abertzale y reducían la muerte a un fantasma del pasado. ETA va a matar si puede y Batasuna nunca va a condenar los crímenes. ¿Por qué preferir la hipótesis de que Batasuna podría cambiar y no manejar la realidad de que no está cambiando?
Qué cosas. Cataluña siempre ha querido ser Euskadi y ahora, gracias a un calentón, Euskadi va a ser Cataluña. Me refiero al calentón climático que prevén los expertos. Subirá la temperatura y disminuirán las precipitaciones, por lo que fauna y flora se convertirán en mediterráneos. Lo único bueno que traerá el invento es que nos ahorraremos un pico en viajes a Benidorm, un Benidorm que a lo mejor entonces también es Cataluña.
Ya me veo llamando conseller en cap al lehendakari, honorable a Egibar y practicando el seny, esa forma de ser como Josep Pla (o no). Quizá nos quedemos sin playas y sin Guggenheim, pero allá cada cual con su lista de prioridades, lo cierto es que podríamos acabar teniendo el pa amb tomaca como plato nacional, aunque tal vez resulte más difícil. La culpa la tendrán quienes siguen empeñados en hacernos comer cadáver y que parecen inmunes a cualquier clase de cambio, aunque sea climático.
No digo lo de comer cadáver a humo de pajas, sino que venía escrito del puño y letra del cabecilla mayor de cierta banda de asesinos con efecto invernadero en las entrañas: «Hay que poner muertos encima de la mesa».
Esta abominable práctica de antropofagia a la que nos quieren convertir pasa por deshumanizar primero el plato. Resulta característico y sintomático que los asesinos hablen entre ellos no de personas a las que quieren arrebatar la vida (por cierto, no hablan de asesinar pero tampoco de matar, dicen «tirar», como se tira una colilla), sino de objetos o animales.
Así, se refieren a la futura víctima como un bicho al que hay que poner «patas arriba» o como un objeto, ya sea recurriendo a la eufemística metonimia de la herramienta por la persona, que designará a la víctima como «un uniforme», o bien utilizando metáforas como la de «algo gordo» («Si no podéis conseguir algo gordo…», escribía el redactor jefe de la macabra lista de la compra) en que concurrirán el efecto que se persigue -matar a quien pueda causar mucha conmoción con su muerte, es decir, algo gordo- y la propia cualidad del sujeto al que se quiere suprimir que será considerado como «algo» aunque sea delgado.
Y luego está esa mesa sobre la que quieren poner el asesinado para, en una sesión de canibalismo, apaciguar los nervios sublimando en la muerte del otro la crisis interna que estarían sufriendo, pero también para cortar de raíz la risa de quienes les están tomando por el pito de un sereno.
O sea, que si por ellos fuera tendríamos que volver a llorar a los muertos desde este fin de semana y en todas las que vengan, porque eso es lo único que ETA quiere meter en las urnas, cadáveres. Confiemos en que la policía -en cualquiera de sus acepciones y territorialidades- pueda mostrarse tan efectiva como ahora y frustre los atentados deteniendo a sus autores potenciales.
Pero la mera decisión de ETA buscando matar tendría que tener más de alguna consecuencia política. La primera y evidente es que con ETA no se puede negociar, pese a lo que sugieran los Carontes, digo Carodes, y demás almas cándidas. Porque ETA no busca negociar, sólo desea perpetuarse y, si acaso, poner tan altas sus exigencias que no merezca la pena tenerlas en cuenta porque, además, suele acompañarlas con una escalada de crímenes. Siempre lo ha hecho, incluso cuando ha decretado alguna tregua previa: recordemos Argel. No parece que el Gobierno se haya dejado coger en la trampa, pero hubo momentos de diciembre y enero que sí lo pareció.
La segunda advertencia de ETA debería ser para quienes coquetean con la llamada izquierda abertzale y reducían la presencia de la muerte a un fantasma del pasado. ETA va a matar si puede y Batasuna nunca va a condenar los crímenes. ¿Por qué preferir la hipótesis de que Batasuna podría cambiar y no manejar la realidad de que no está cambiando? Ahora que somos casi mediterráneos podríamos decir con Josep Pla: «Llegar a una banalidad profunda puede ser un auténtico propósito literario». Llámese a eso seny o coseny.
Javier Mina, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 21/2/2005