- Un cadáver. Demasiados sospechosos. Poirot deberá utilizar al máximo sus células grises para dar con el criminal
Cuando aparece asesinado por múltiples puñaladas un idioma como el español es inevitable que alguien intervenga en aras de la justicia. Hércules Poirot, que sabía cuan lento es el procedimiento legal, decidió que le resultaba intolerable encontrarse a un muerto de tanta importancia y no intervenir. El ex astro de la policía belga estaba perplejo. Todos los sospechosos tenían coartadas imbatibles. Claro está que las de unos se apoyaban en las de los otros…
Reunió a los implicados en el salón comedor del Catalán Express, detenido por falta de combustible, vía que recorrer y destino conocido al que llegar. La tensión era palpable entre los presentes salvo en Poirot, que sorbía a traguitos un delicioso Curasao mientras daba pequeñas caladas a un purito filipino de la mejor factura. Su voz, potente y firme, resonó en los reunidos como una trompeta del Apocalipsis.
“Eh bien, mes amis, tenemos a un idioma salvajemente asesinado por la espalda, con un ensañamiento feroz. Nadie ha visto ni oído nada según sus declaraciones. Ni el responsable del vagón, la delegada del gobierno, ni el señor Illa o el señor Junqueras, que aseguran haber estado manteniendo una conversación acerca de la independencia. De la India, por supuesto. La señora Rahola dice desconocer lo sucedido, la duquesa Borrás se ampara en su sordera y los señores Rull y Turull se apoyan: estuvieron leyendo la biografía de Pujol juntos. Lo mismo cabe decir de la señora Madaula, de Junts, que afirma haber visto pasar a una dama con un kimono con la estelada en la espalda. Ahí tenemos, asimismo, a Madame Arrimadas, que asegura tener el sueño muy pesado, al señor Feijoo, que, a pesar de tener relación con el asesinado, también la tiene con el gallego y el catalán, o la secretaria, Miss Colau, que jura que a ella también la han intentado asesinar, prohibir, eliminarle las tildes, las preposiciones y dejarla hecha un dialecto. De otros sospechosos como los señores González, Zapatero, Obiols, Iceta, Collboni o Pepe Álvarez, me abstendré de hacer mención porque, aunque tengan su papel en este lamentable delito, no son relevantes”. Todos aguantaron la respiración ante aquel hombrecillo de apariencia insignificante y bigotillo ridículo, que parecía apuntarlos como un dedo acusador.
“Tras reflexionar he llegado a la única conclusión posible: ¡todos participaron en tan abominable acto! ¡Todos han clavado una puñalada a ese idioma, con más o menos saña, más odio o más indiferencia, pero son culpables incluso por omisión, por mirar hacia otro lado, por limitarse simplemente a rasgar la piel de una de las tres lenguas más habladas del mundo! Socialistas, comunistas, separatistas, derechistas que quieren quedar bien con todos menos con sus conciencias, ustedes han dejado morir a un idioma que no tenía más defensa que la que ustedes le han negado. No concibo nada peor que clavar una cuchillada a tu lengua materna. Es un parricidio lingüístico sin parangón”.
Fue Illa quien preguntó a Poirot si pensaba denunciarlos. El detective suspiró. “¿Denunciarlos? No. ¿De qué serviría? Sánchez los indultaría”. Y Poirot se alejó arrastrando los pies lentamente por el pasillo de aquel tren que no iba a ninguna parte porque en su interior no había nadie digno de llegar a ningún lugar.