IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Un billón, trescientos diez mil millones. Eso debemos. En lugar de reducir la cifra de 2019, una necesidad impuesta por el incumplimiento continuado de las reglas europeas de los equilibrios financieros, la hemos aumentado en 122.439 millones por culpa de la pandemia. Supone ya el 117,1% del PIB. ¿Y? Pues nada, las cosas suceden en medio de la indiferencia general. Nadie, ni siquiera los pocos insensatos que estamos preocupados por su evolución, discutimos la necesidad de caminar en la dirección exactamente contraria a la de nuestras conveniencias. La razón es que han aparecido otras conveniencias más urgentes e imperiosas. Sin los ERTE, el paro habría alcanzado alturas insoportables; y sin los créditos ICO, las quiebras de empresas habrían sumado cifras intolerables.

Correcto, no hay que oponerse a los millones acumulados durante el año 2020. Pero hay dos cosas que no podemos olvidar. Una es que, en 2021, vamos a insistir en la tendencia pues nadie se cree las previsiones de crecimiento realizadas por el Gobierno antes de la tercera ola. Los ingresos serán menores y los gastos crecerán más. Es decir, el déficit y, en consecuencia, la deuda acumulada serán aún mayores.

La segunda es que esta situación no es sostenible y me parece un tanto iluso contar con la posibilidad de implantar condonaciones de la deuda, porque es técnicamente difícil de aplicar, además de atentar contra la reputación y fiabilidad del sistema y ser injusto con quienes han sido virtuosos. ¿Por qué razón deberían soportar las consecuencias de nuestras penurias? Salvo que las cosas vayan tan lejos que el resultado de no hacer nada sea aún peor. Recuerde entonces lo que sucedió en Grecia durante la intervención de los ‘hombres de negro’. No quiero ni pensar lo que exigirían hoy a cambio… Por eso, mientras mantenemos el grifo público abierto para compensar la sequía privada, deberíamos debatir la manera de afrontar el equilibrio de nuestras cuentas…, cuando pase la pandemia.

Las cifras son tremendas. Para devolver la ratio de deuda sobre el PIB a valores normales, y por más que la senda de acercamiento sea suave, necesitaremos muchos años de ortodoxia. Y como no será fácil que renunciemos a los derechos que provocan los gastos, ni podremos subir los impuestos sin dañar con severidad a la actividad, tan solo nos queda la opción de que ésta crezca con brío. Más y mejores empresas es la única receta para aumentar los ingresos de manera sostenible. Disponemos -¿seguro?- de las ayudas europeas para lograrlo. Es nuestra única esperanza. Así de simple.