Santiago González, santiagonzalez.wordpress.com, 5/11/11
Como se sabe, la juez Ángela Murillo tuvo un arrebato sentimental después de oír el testimonio desgarrado de la viuda del concejal José Javier Múgica, Adoración Zubeldia y pronunció el ya famoso “encima se ríen, estos cabrones”. No está acreditado por las imágenes que se rieran. Txapote y los suyos mostraron más bien su indiferencia moral ante el dolor de su víctima. Lo que pasa es que los jueces no están ahí para mostrarnos sus sentimientos, sino para hacer justicia y sólo deben expresarse el el texto de la sentencia.
Esta es una era muy sentimental, lo tengo escrito en un libro, aunque las diferencias entre el sentimentalismo de la juez Murillo y la del Gobierno de España son dos y básicas. Ella no pretendía exhibir la bondad de su fondo de almario, como el zapaterismo, en primer lugar. Fue un micrófono abierto. En segundo, ella asumió la responsabilidad por los hechos, es decir, renunció y el juicio volvió a repetirse al día siguiente, con su baja cubierta por otro juez.
Mereció la pena. En esta ocasión no quiso biombo protector, como la anterior. Ayer, después de repetir su testimonio con la voz quebrada y cuando salía de la sala, Adoración Zubeldia preguntó al oficial que la acompañaba: “¿Les puedo mirar a estos chicos?” Y se volvió hacia el banquillo, recorriendo durante unos segundos las caras de los cuatro procesados, que clavaron la vista en suelo. Después, la viuda se sentó entre el público para seguir el resto de la vista contra los asesinos (presuntos) de su marido.
No es la primera vez que Txapote se encuentra con una mirada que no se agacha. Ya le pasó con María San Gil durante el juicio por el asesinato de Gregorio Ordóñez el 29 de noviembre de 2006. También le pasó con José María Múgica de las Heras el 20 de julio de 2006, durante el juicio que lo condenó por el asesinato de Fernando Múgica Herzog, el 6 de febrero de 1996. “Es el terrorista que asesinó a mi padre”, dijo. El día de autos, también lo miró la dependienta de un comercio. “No me mires, que te mato”.
Arcadi Espada no acababa de ver clara la necesidad de mirar a los terroristas a la cara:
”La cuestión es que la mirada de San Gil humaniza al terrorista y le propone, ¡quién lo diría!, diálogo. No debiera haberlo hecho. Los ojos de San Gil aceptan que hay otros ojos en ese concepto enjaulado y que hasta puede verse en ellos. Ojos que aceptan al soldado. Entre la mirada de María San Gil y las declaraciones de Patxi López sobre la existencia de razones (es decir, de buenas razones) para el terrorismo hay una gran distancia política; pero los dos admiten que hay alguien al otro lado”. [Pues claro que hay alguien al otro lado: el que asesinó a Ordóñez, Fernando Múgica, Miguel Angel Blanco y (presuntamente de manera muy provisional) José Javier Múgica].
Esas miradas establecen el relato necesario para toda esta miserable historia. La cuestión es que las víctimas, los testigos, el cuerpo social entero, renuncien al biombo y les miren, que sean ellos quienes tienen que esconder su mirada, no las víctimas, protegiéndose de la mirada de la serpiente tras un biombo. Es que este asesino y todos los suyos padezcan la última maldición de Neruda al destinatario de ‘El general Franco en los infiernos’:
“Y que la sangre caiga en ti como la lluvia/ y que un agonizante río de ojos cortados/ te resbale y recorra, mirándote sin término.”
Santiago González, santiagonzalez.wordpress.com, 5/11/11