Manuel Marín-Vozpópuli

«Cualquier hipotética mano que se tiendan PP o Vox es un esfuerzo baldío»

Nos podríamos poner melosos y suavones y dar la bienvenida a un discurso racional y pragmático como el que días atrás han mantenido Iván Espinosa de los Monteros, un huido de Vox harto de vendettas que aún no ha querido relatar; Esperanza Aguirre, el eterno e indomable verso suelto del PP; y Albert Rivera, renacido o no se sabe qué… Los tres hablan de la necesidad de una “coalición reformista” y de un nuevo espíritu político “que ilusione a la ciudadanía” para crear algo que no definen y que contribuya a conformar una alternativa al sanchismo. Una alianza, es de suponer, que sume, que consiga resultados con palabras brillantes e ideas luminosas envueltas en celofán, y que sirva como aglutinante para que el PP y Vox (descanse en paz, Ciudadanos) se reconcilien. Proponen crear la atmósfera necesaria para que vivan en paz y armonía por aquello de defender el constitucionalismo, el espíritu de la Transición convenientemente renovado, y lograr que el sanchismo deje de desestructurar España.  Como primera reflexión, encaja. Bonita ficción…

La segunda reflexión es más lacerante, pero no por ello incierta: lo que ocurre en España, alegan Espinosa, Aguirre y Rivera, es culpa de una derecha fracturada que no sabe votar. Su frustración radica en que, teniendo remedio el problema, la derecha no sabe o no quiere utilizar los resortes que siempre usa Pedro Sánchez en beneficio propio. Este diagnóstico de una derecha que se anula a sí misma por sistema, muy certero por cierto, choca sin embargo con numerosos inconvenientes que no tienen solución gracias al odio creciente e irreversible que la derecha sociológica se profesa a sí misma, alimentando así exponencialmente las opciones de la izquierda. El muro lo ha creado Sánchez, pero quien se da cabezazos contra él hasta reventarse es una derecha que se mutila a sí misma de pura soberbia.

La segunda reflexión es más lacerante, pero no por ello incierta: lo que ocurre en España, alegan Espinosa, Aguirre y Rivera, es culpa de una derecha fracturada que no sabe votar.

No se van a poner de acuerdo. Traduzcamos a los hoy benévolos RiveraEspinosa Aguirre. ¿Han de concurrir juntos a las elecciones el PP y Vox? Impensable. La crudeza de los rencores mutuos lo impide. ¿No han de concurrir juntos, pero Vox, que está en minoría en intención de voto respecto al PP, debe renunciar a una decena de provincias donde carece de escaños y donde los votos derechistas arrojados a la basura regalan escaños a la izquierda? Impensable también. Vox asumiría una condición de inferioridad subalterna que desnaturalizaría su proyecto. Vox se agotaría en poco tiempo subsumido en listas que el ciudadano identificaría con el PP. ¿Debería entonces producirse un híbrido y concurrir con una lista conjunta PP-Vox en esa decena de provincias? La respuesta es idéntica. No va a ocurrir.

Vox vive de ser Vox. Vive de haber instituido una personalidad propia, una identidad política aceptada por un número suficiente de electores a los que el voto útil, la proporcionalidad de la Ley D´Hont, los trucos electorales y la política en su sentido mas pragmático, le son perfectamente indiferentes. Son lo que son. No transigen, no negocian, no pactan. Porque en eso radica su esencia, en la endogamia militante, en la erradicación del disidente, en la plasmación de su obsesión identitaria, caiga quien caiga. O quien no caiga, como Sánchez.

Vox ejerce como el eje que impide cualquier moción de censura porque no se alimenta de conquistar más espacios en la derecha, sino de la cacería contra la izquierda y el nacionalismo. Y si resulta que se refuerza a la izquierda con esta extraña bipolaridad en la que el discurso destructivo es más potente que el constructivo, eso a Vox le resulta irrelevante. Cualquier hipotética mano que se tiendan PP o Vox es un esfuerzo baldío, una entelequia, un simplismo infantil. Es hasta ingenuo sostener la tesis de que Vox ha caído en la trampa de Sánchez a través de la polarización perversa en que se ha instalado nuestra democracia. No va a ser una simple cuestión de maduración. Vox no madura. Sólo ejecuta objetivos con la jactancia y la impostura sobreactuada de quien siempre cree estar en posesión de la verdad. Se aloja en la realidad visceral del ordeno y mando, del pensamiento único y del señalamiento. Eso es lo que vienen a resumir Espinosa (lo conoce bien, porque participó de esa práctica), Rivera (quien se afanó todo lo que pudo por lograr esa fractura de la derecha sociológica, y a fe que lo logró), y Aguirre (con sus lanzadas a moro muerto contra la derecha blandengue y líquida que representaba su PP). Arrepentidos los quiere Dios, dice el Evangelio.

Es hasta ingenuo sostener la tesis de que Vox ha caído en la trampa de Sánchez a través de la polarización perversa en que se ha instalado nuestra democracia. No va a ser una simple cuestión de maduración. Vox no madura.  Sólo ejecuta objetivos con la jactancia y la impostura sobreactuada de quien siempre cree estar en posesión de la verdad.

A ver, resulta inútil cualquier llamamiento a la lógica. Llegan tarde. Son demasiados años perdidos. A buenas horas plantean algunos pichones el establecimiento de prioridades útiles como desbancar a Sánchez. Vox es un partido cabreado, con una visión monocolor de una realidad compleja y repleta de matices. Y sigue progresando así, sin tomar nota del hastío de dirigentes valiosos que han sido arrumbados, o acometiendo purgas fulminantes, o llevando al extremo la opacidad con la que se maneja.

Es curioso. Rivera propone ahora lo que siempre se negó a hacer y a entender. El sueño húmedo de Ciudadanos, su obstinación, era destruir al PP, no pactar con él. El de Vox, pactar contra el PP, no convivir con él. Y el del PP, esperar, esperar y esperar… en esa cansina rutina del día a día, con la confianza puesta en gobernar con una hipotética minoría de 150 escaños… Como si dilatar su inmenso problema con Vox y cronificar la crisis de fe recíproca fuese a resolverse como por ensalmo cuando la derecha alcance el poder. Si lo alcanza. El cemento para unir a dos derechas que aborrecen vincularse no va a proceder de otra derecha más con apariencia de bonachona y virtuosa, de esas que otra vez se dirá liberal, regeneradora y modernita.

Evolucionar en los planteamientos es meritorio. Reconocer tus equívocos del pasado y rectificar tiene un valor si la propuesta goza de un instinto edificante y provechoso. Pero el muro de Sánchez sigue ahí, fortalecido y denso. Ni la derecha política ni la derecha sociológica van a transigir para optimizar nada porque no es sólo que se miren con desconfianza mutua. Es que se repelen con idéntica carga de culpa. Unos y otros. Porque así sigue siendo la derecha en España, estúpido. Incapaz de ver al elefante en la habitación y enemistada con la seducción. Los milagros, a Lourdes.