NACHO CARDERO-EL CONFIDENCIAL

  • Se forzó la apertura del turismo para evitar la debacle. Se nos vendió la burra de la recuperación en V. Se nos dijo que durante el verano se frenarían los contagios
Nos hablan de la primera ola cuando en realidad ya estamos en la tercera. España continúa batiendo récords por coronavirus. Hay un millón de personas contagiadas y más de 200 muertos diarios. El hecho de contemplar a diario tan macabro cronómetro nos insensibiliza ante la tragedia. Es como si en España se estrellara todos los días un avión repleto de pasajeros.

Lo de la nueva normalidad no era un oxímoron. Lo de la nueva normalidad era, directamente, una mentira. Artificios de chamarilero, conceptos que utilizan nuestros gobernantes para explicarnos como a niños lo que ni siquiera ellos mismos conocen. Igual que cuando emplean expresiones rimbombantes tales que «respaldo abrumador«, “moral de victoria”, “disciplina ciudadana”, “espíritu de equipo”, “actuar con determinación” o “máxima unidad”. No parecen gobernantes sino discípulos de Paulo Coelho. Se trata de un lenguaje vacío. Nunca hubo tal normalidad.

Este domingo, Pedro Sánchez convocaba de forma extraordinaria su Consejo de Ministros para decretar un nuevo estado de alarma que dote de cobertura jurídica los toques de queda anunciados por las comunidades autónomas. Hasta 11 ya los han solicitado para tratar de frenar al virus. La intención del Ejecutivo es mantenerlo en vigor seis meses, hasta el 9 de mayo.

Poco parece. Según ‘The Wall Street Journal’, viviremos hasta 2022 llevando mascarilla, evitando espacios concurridos y limitando los viajes; y seguiremos hasta 2024 recuperándonos del impacto clínico, psicológico, social y económico de la pandemia.

Adiós a la recuperación en V. La pandemia ha desbordado las previsiones. No hemos salido de una recesión y vamos de cabeza hacia la segunda

No hay normalidad sanitaria, pero tampoco la hay económica. Se forzó la apertura del turismo para evitar la debacle. Se nos vendió la burra de la recuperación en V. Se nos dijo que durante el verano se frenarían los contagios, volverían a abrir los negocios y el PIB crecería con la misma verticalidad con la que había caído en los meses precedentes. Se nos dijo que la vacuna estaba al caer y que con su llegada acabarían la desconfianza y la incertidumbre.

‘Rien de rien’. Nada de eso ocurrió. Los rebrotes comenzaron al poco de concluir el confinamiento y muchas compañías, especialmente en los sectores turístico y hostelero, continuaron cerradas para, posiblemente, no abrir jamás. No hubo turismo y sí, por culpa de una reactivación apresurada, nuevos contagios. La realidad de la pandemia ha desbordado las previsiones. No hemos salido de una recesión y vamos de cabeza hacia la segunda.

Los datos de las próximas semanas terminarán por descartar la recuperación. V, W, K… Nos hemos quedado sin letras del abecedario para tratar de descifrar el escenario macroeconómico.

Juan José Dolado, premio Jaime I de Economía y catedrático de la Universidad Carlos III, hablaba este fin de semana de una sociedad en U, donde “a los más cualificados les va a ir muy bien, a los menos cualificados, en términos de empleo, les va a ir bien, y a los intermedios, no les va a ir nada bien”, polarizándose y pendulando de uno a otro lado de la U.

Y es que esta crisis sanitaria y económica es sobre todo una crisis social. Empieza a percibirse fatiga en las calles. Hay hartazgo. Si los primeros meses de confinamiento fueron interpretados por algunos como un curioso ‘reality’ del que éramos protagonistas, con fecha de inicio y fecha de caducidad, ahora las sensaciones son distintas. Los españoles se han caído del caballo como Saulo, para convencerse de que de esta no saldremos más fuertes, de que era todo un trampantojo.

La clase media va a ir paulatinamente desapareciendo para situarse a uno u otro lado de la balanza, mientras el malestar de una generación de jóvenes —sacudida por la crisis de 2008 y rematada con la depresión de 2020— se va haciendo bola sin saber dónde y cuando explotará. Estos ‘millennials’ o ‘pandemials’, tanto monta, monta tanto, son vidas improductivas. Están descontentos con el mundo que les ha tocado vivir, quieren mostrar su malestar y no tienen nada que perder.

En uno de sus editoriales, ‘Financial Times‘ ponía negro sobre blanco cómo los jóvenes están descontentos con la democracia, algo inconcebible para las generaciones anteriores, lo que les “inclina hacia políticas extremas de izquierda o derecha, y amenaza activamente la democracia en el futuro”. Hay una impugnación generalizada del sistema.

El estado de alarma se prolonga en el tiempo. El tsunami populista irá a más y solo se le podrá hacer frente desde la unión de PSOE y PP

No hay normalidad sanitaria, no hay normalidad económica y tampoco habrá nueva normalidad política. No la habrá en España a pesar de la escenificación de la pasada moción de censura, donde todos los partidos del arco parlamentario se conjuraron para aislar a la ultraderecha en un ambiente propicio para la moderación y el consenso.

Desgraciadamente, la pandemia conduce a la alineación de los astros en favor de Vox, que no gobierna en ningún territorio, carece de responsabilidad y puede capitalizar el malestar de las clases empobrecidas y de los jóvenes, para así seguir creciendo. Un tsunami populista que irá a más y al que solo se podrá hacer frente desde la unión de los dos grandes partidos: PSOE y PP.

El Partido Popular todavía no se ha pronunciado sobre el estado de alarma y las sucesivas prórrogas hasta mayo. La pelota vuelve a estar en el campo de Pablo Casado. En eso de descargar responsabilidades, hay que reconocerlo, Pedro Sánchez es un maestro. Eso sí, de no consensuarlo con el PP, los próximos seis meses volverán a ser un infierno para España.