IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Hasta los ministros se lamentan de su propio desgobierno. Como en la célebre viñeta de Ramón, el caos también son ellos

El aspecto más relevante de la frase del título («así es muy difícil gobernar» según otras versiones), con la que cualquier español podría estar de acuerdo, es que la pronunció la vicepresidenta segunda del Gobierno, frustrada por el rechazo del Congreso a su decreto sobre las cotizaciones del subsidio de desempleo. Se refería en concreto al voto en contra de Podemos, un sabotaje ordenado por Pablo Iglesias para poner a su antigua pupila en aprietos.

El fracaso ha dejado a Yolanda Díaz en evidencia ante sus compañeros de Gabinete, que le reprochan el mal manejo de los conflictos internos. Sabido es que Pedro Sánchez estaba dispuesto a conceder a los podemitas un ministerio en aplicación de la vieja teoría de Lyndon Johnson sobre la inconveniencia de tener al indio fuera de la tienda meando (sic) para dentro, pero la líder de Sumar aplicó la purga estalinista en los términos más severos. Y el fuego amigo de la revancha incrementó el incendio de una tarde que el Ejecutivo vivió con verdadero desasosiego, atrapado en las contradicciones de unos pactos heterogéneos que amenazan con convertir la legislatura en un descalzaperros. Así no se puede ni se debe gobernar, desde luego.

Pero ése es el camino que ha elegido Sánchez. El muro que se ufana de haber levantado frente a la derecha limita sus propias posibilidades y lo aísla de soluciones más razonables. «No me busque cuando sus aliados le traicionen», advirtió Feijóo en aquella investidura llena de improperios y desplantes donde los puentes de diálogo y los compromisos de Estado saltaron por los aires. Las consecuencias de esa confrontación bipolar no han tardado en manifestarse: la atmósfera política se ha vuelto irrespirable, el presidente se ve obligado a pagar el rescate exigido por los separatistas según su habitual estrategia de chantaje y los mecanismos institucionales crujen bajo la presión de un continuo desgaste. El mandato está desde el principio en rumbo de catástrofe.

Hasta los ministros se lamentan de esta apoteosis de desgobierno. La mayoría de quienes este fin de semana se han reunido en Toledo con su jefe –ejercicios espirituales para aclarar criterios- ignoraban el miércoles lo que acababan de negociar con Puigdemont sus colegas Bolaños y Montero. Marlaska votó sin conocer qué competencias de su departamento formaban parte del arreglo y es probable que a estas horas siga sin saberlo. Los diputados socialistas ni siquiera se preocuparon de disimular su desconcierto aunque aplaudieran para celebrar el supuesto éxito. Incluso ciertos arúspices oficialistas han fruncido el ceño ante el número degradante de una compleja regulación normativa sometida en el Parlamento a la tensión especulativa del estraperlo. Y como en aquella célebre viñeta de Ramón –«o nosotros o el caos»—, la disyuntiva se ha resuelto con la incómoda evidencia de que el caos también son ellos.