Cristina Ibarrola-El Español
  • «Los ciudadanos de Pamplona estamos condenados a ver a EH Bildu en el Ayuntamiento para que Pedro Sánchez y María Chivite puedan mantener sus cargos».

Han pasado ya unos días desde la moción de censura de Pamplona. Un hito inédito en la ciudad que, curiosamente, nos permitió vivir situaciones del pasado y, presumiblemente, del futuro.

Joseba Asirón, de EH Bildu, nuevo alcalde de la ciudad gracias al apoyo expreso del PSOE, afirmó haber vivido ese 28 de diciembre su particular chupinazo en la Plaza Consistorial.

Se refería, tal y como todos vimos, al apoyo recibido a las puertas del Ayuntamiento por parte de sus seguidores, que desde un mes antes (momento en el que reservaron un acto en la plaza) habían comenzado a organizarse para jalear in situ a su héroe.

Resulta estremecedor, y sobre todo muy preocupante, que Joseba Asirón perciba como gran fiesta un acto diseñado y orquestado por la izquierda aberzale más radical, que volvió a dejar muestras de su identidad pese a tratar de crear de forma artificial un acto lo más blanco y limpio posible.

No lo consiguieron porque es muy difícil disimular lo que uno es.

Para empezar, esa citada reserva de la plaza consistorial corrió a cargo, tal y como recogieron algunos medios de comunicación, de Egoi Irisarri, que fue detenido por pertenencia a SEGI, la considerada cantera de ETA.

Él fue uno de los cabecillas de esta cuidada organización en la que varios líderes se coordinaban mediante pinganillos para tratar de que a ningún hooligan de Bildu se le escapase algún insulto o incurriera en algún tipo de violencia física con el grupo de ciudadanos simpatizantes de UPN.

«Que algunos de los más radicales dirigieran las operaciones y llamaran a la calma a los demás pone los pelos de punta. ¿Quiere decir entonces que el resto son todavía más violentos, más peligrosos?»

Junto al citado Egoi pudimos ver al delegado de LAB Saúl Aranguibel; a la exconcejal Amaia Izko, inhabilitada por colaboración con ETA; o a Amaia Elkano, también de SEGI.

Ellos orquestaron una escenificación para tratar de blanquearse ante la evidente presencia de medios nacionales. Lo hicieron llamando constantemente al silencio y a la calma, haciendo uso de una charanga cuando sus seguidores gritaban independentzia, el famoso lema de ETA jo ta ke irabazi arte («dale duro hasta vencer») o proferían insultos (algo que hicieron a nuestra salida).

Que algunos de los más radicales dirigieran las operaciones y llamaran a la calma a los demás pone los pelos de punta. ¿Quiere decir entonces que el resto son todavía más violentos, más peligrosos?

Básicamente, es como ver a pájaros disparando a escopetas. Esta situación, que para muchos de nosotros sería absurda, en absoluto lo es para EH Bildu. Porque EH Bildu todavía quiere que estas personas, las más radicales, sean las que dicten el camino a seguir.

Llevar pinganillos para dirigir a la masa no es más que un nuevo síntoma de que son lo que son. De que si no son capaces de controlar temporalmente a su gente, quizá actúen como lo que son: violentos.

Nada nuevo bajo el sol. A esta EH Bildu es a la que ha entregado la alcaldía de Pamplona el PSOE. A la EH Bildu que todavía en Pamplona tiene de número tres a un condenado por agredir a dos mujeres y que, como tantos otros, sigue sin condenar el asesinato de un antiguo compañero de corporación.

A esta EH Bildu estamos condenados los ciudadanos de Pamplona para que Pedro Sánchez y María Chivite, presidenta de Navarra, puedan mantener sus cargos.

Una EH Bildu, por cierto, que PSOE y PNV ven bien para Pamplona, pero que consideran que sería horrible para los ciudadanos del País Vasco.

*** Cristina Ibarrola es exalcaldesa y portavoz de UPN en el Ayuntamiento de Pamplona.