Cristian Campos-El Español
También se ha preguntado Alegría quién manda en el PP, si Feijóo o Isabel Díaz Ayuso.
Ayuso manda más incluso de lo que parece. Y no sólo en el PP. Porque el propio Ministerio de Sanidad ha cambiado el modelo de cálculo de los fallecidos por Covid por el que siempre ha aplicado la presidenta de Madrid. Y no es la primera vez que el Gobierno calca una medida de la presidenta madrileña semanas después de haberla satanizado en sus medios afines por egoísta, o por demente, o por las dos cosas a la vez.
Pilar Llop, ministra de Justicia, dice por su lado echar de menos a Pablo Casado. Aunque hace un año se lamentaba por el «chantaje» al que Casado sometía al PSOE en el asunto de la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Un mes después, en septiembre de 2021, Llop afirmó que lo patriota es defender al Gobierno, no «criticarlo como hace el PP [de Pablo Casado] en Europa».
Con los líderes del PP pasa una cosa curiosa. El último en aterrizar suele hacer bueno al último en despegar. Véase Pablo Casado, que en 2021 era «un cenizo» que no daba «la talla para gobernar», un «alimentador de bulos, de mentiras y de odio», un «legitimador de la ultraderecha neofranquista» y «una amenaza para las mujeres españolas». Todas ellas citas literales de la en aquel momento portavoz del PSOE, Adriana Lastra.
Pero hoy, Pilar Llop le echa de menos.
«Casado sí que tenía talla de estadista» deben pensar en la Moncloa ahora que el enemigo es Feijóo. Observen que la talla de estadista es inversamente proporcional al número de escaños populares que arroja el CIS: a menos escaños, más talla de estadista. Con cero escaños, al PP le votarían hasta en Ferraz.
Ocurrió lo mismo con Mariano Rajoy, rancio conservador carpetovetónico hasta que llegó el joven ultraderechista Casado y lo hizo bueno, lo que demuestra que si uno viaja lo suficientemente atrás en la línea genealógica de la derecha española se acaba encontrando con el socialdemócrata perfecto: Manuel Fraga, que mejoraba a Antonio Hernández-Mancha, que mejoraba a su vez a José María Aznar y así, hasta llegar a ese Atila del siglo XXI que es Feijóo.
Uno casi desea que Feijóo renuncie mañana aunque sólo sea para ver qué ogro de las cavernas lo sustituye y con qué ditirambos hiperbólicos lo reciben en el PSOE: «Feijóo sí que nos gustaba», dirían. «Le echaremos de menos tanto como antes le echábamos de más».
Unos pocos ejemplos más antes de continuar. «Feijóo actúa como un ignorante, un sectario y un incompetente» (Miquel Iceta). «España le queda muy grande a Feijóo» (Félix Bolaños). «No hay nadie al frente del PP capaz de devolverle al partido el sentido de Estado» (Patxi López). «Ponga orden en sus filas, señor Feijóo» (también Patxi López). «Feijóo baila al son que le marca Ayuso» (otra vez Félix Bolaños).
La táctica del PSOE es elemental y tiene dos patas.
La primera consiste en el tradicional «¡que viene la derecha!». Uno de los viejos éxitos de la socialdemocracia española. El sofrito base con el que el PSOE elabora todos sus ranchos electorales.
Sin embargo, convencer a los españoles de que Feijóo es un peligro público le va a costar al PSOE muchas tertulias en La Sexta. Tampoco Casado era un peligroso fascista, sino más bien alguien al que pocas cosas, muy pocas cosas realmente nucleares, diferenciaban de socialistas como Emiliano García-Page o Javier Lambán. Pero también Donald Trump hizo bueno a Bush Jr., como Bush Jr. hizo bueno a Ronald Reagan. Y ya verán lo que se dice de Ron DeSantis si gana la nominación republicana.
Pero que nadie descarte, en cualquier caso, el poder del viejo reclamo socialista para patos que es el miedo a un partido tan, tan conservador que ni siquiera se atreve a tocar las peores leyes del PSOE cuando llega al Gobierno.
La segunda pata de la estrategia del PSOE consiste en presentar a Ayuso como la verdadera líder de la oposición y al PP como un partido roto en el que a Feijóo no le queda más remedio que tragar con las excentricidades de la presidenta de Madrid por su falta de autoridad sobre ella.
Pero aquí el PP sólo ha hecho que aprender del PSOE, que sostiene un discurso en Cataluña y el País Vasco, otro en Andalucía y otro en Castilla-La Mancha sin que sus votantes vean mayor problema en ello. ¿O es que los mencionados Lambán o Page tienen menos discrepancias con Sánchez de las que se le suponen a Feijóo y Ayuso?
A diferencia de Casado, para el que las autonomías (véase el ejemplo de Castilla y León y el pacto con Vox) debían sacrificarse si era necesario por el bien de la estrategia nacional, Feijóo cree que estas deben carburar de forma autónoma porque será eso, y no la sumisión a los planes de Génova, lo que le lleve hasta la presidencia del Gobierno.
La filosofía de Feijóo no puede además ser más simple: la autoridad de los presidentes autonómicos surge de las urnas. Mientras Ayuso, Juanma Moreno y el resto de los barones populares ganen elecciones, dirán y harán lo que quieran en sus territorios.
Mientras las ganen.
Exactamente lo mismo que ocurrirá con el propio Feijóo. Un Feijóo que sabe que la autoridad en el partido no llegará antes de las elecciones de 2023 y que sabe también que fue eso, precisamente eso, lo que acabó con Casado (y no la guerra con Ayuso): una inseguridad inexplicable que le empujó a intentar controlar al partido con mano de hierro en guante de esparto antes de haber ganado las elecciones generales.
Así fue, además, como el propio Pedro Sánchez, un marginado al que el propio partido había humillado y expulsado de su seno, acaparó todo el poder en el PSOE, barrió a sus contrincantes y convirtió a los socialistas en una cáscara vacía en el que todos son contigentes menos él, que es necesario.
Pero ese es otro tema. El tema aquí es que el PSOE no ganará las elecciones con el «¡que viene la derecha» ni con el «Ayuso es la que manda el PP». Por la sencilla razón de que ambas son mentira. Porque con el PP lo que llegará a la Moncloa será un partido socialdemócrata (hoy el PSOE, un partido echado al monte del cortoplacismo, no lo es) y porque en el PP actual lo relevante no es quién manda, sino quién gana en las urnas.
Que haya que explicar esto a estas alturas…