José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Su victoria encierra dos claves: su mensaje se dirigió al electorado urbano al que captó y evitó la transversalidad ofreciendo un mensaje sin matices, de sí o no al secesionismo
La victoria de Ciudadanos en las elecciones catalanas del 21-D ha sido histórica. Desde 1980 siempre habían ganado los nacionalistas en escaños y los socialistas, un par de veces, pero solo en voto popular. Un partido liberal, urbano, laico y español, con implantación en prácticamente todas las comunidades autónomas, se alza con una holgada victoria (en escaños y sufragios) en plena tempestad separatista y lo hace recibiendo voto desde la izquierda (el PSC) y desde la derecha (el PP), convirtiéndose así en una opción que ya es de mayorías. Pero el triunfo de la candidatura de Arrimadas encierra dos claves.
La primera es que Cs concentró su oferta electoral en las zonas catalanas en donde podía calar su discurso con más facilidad: en las ciudades. Los naranjas ganaron, además de en la mayoría de los distritos de Barcelona (muy por delante de los «comunes» de Ada Colau), en las diez principales urbes de Cataluña, entre ellas Tarragona. En total, más de un millón cien mil votos que han procedido preferentemente de electorados urbanos que son los que ostentan actitudes políticas y sociales más decididas y más permeables a los cambios y detectan con anticipación los grandes movimientos de la opinión pública. También son los mejor instalados y a los que el aventurerismo independentista y populista les desestabiliza. Los nacionalismos —y mucho más cuando mutan a separatismos— se generan y fortalecen en zonas rurales. Los electorados de ciudades y pueblos pequeños están dominados por discursos menos ventilados, más endogámicos y, sobre todo, más temerosos y reactivos.
Más de un millón cien mil votos que han procedido de electorados urbanos que son los que ostentan actitudes políticas y sociales más decididas
Véase lo ocurrido en otros escenarios populistas internacionales. En ninguna ciudad de Estados Unidos de más de 150.000 habitantes ganó Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre de 2016. Batió a los demócratas en el campo y en los suburbios urbanos pero en las grandes capitales como en Nueva York, Clinton venció al republicano con el 77% de los sufragios. Algo muy similar ocurrió en el referéndum del Brexit: el 75,2% de los londinenses votaron por permanecer en la Unión Europea y en Edimburgo el 74,4%. Y ¿qué ocurrió con la extrema derecha en Francia en las elecciones presidenciales y legislativas de mayo y junio pasados? Pues que Macron superó a Marine Le Pen en las ciudades, hasta el punto de que la política extremista no alcanzó el 5% de votos en París. Las ciudades vencen a los populismos.
La segunda clave de la victoria de Ciudadanos consistió en la renuncia a la transversalidad. O en otras palabras, planteó un discurso binario: o a favor o en contra, pero sin ofertar consensos o prometer políticas de integración. Ante la actitud de los separatistas, el electorado quería una respuesta inteligible, directa y clara. Iceta, en cambio, trató de aglutinar en sus listas a personas que procedían de Unió y de Podemos (Espadaler y Jiménez Villarejo, por ejemplo), decisión bien intencionada pero que despistó al electorado y le hizo receloso de la opción del PSC. Una oferta de catalanismo cuando el catalanismo ya se había extinguido. Ciudadanos no entró en matices. Asumió que en Cataluña se habían implantado dos bloques con imposibles trasvases electorales entre ellos. La permeabilidad era interna en los propios bloques y optó por reclamar el voto útil: acumular fuerzas en el constitucionalista. Lo consiguió.
Cs no es un partido a la derecha del PP. Ese es el argumento de sus adversarios mediáticos, como analistas catalanes todavía perplejos por su triunfo
Dirigirse al electorado urbano —más abierto y atento a la globalización, menos temeroso y más dispuesto a los cambios— fue el primer acierto de Ciudadanos, completado con una oferta sin ambigüedades y que venía de lejos. Ninguno de los motivos de la victoria catalana de los naranjas resultó una improvisación, sino el resultado de una política sostenida en el tiempo que dio sus mejores resultados el 21-D.
Y por fin: Cs no es un partido a la derecha del PP. Ese es el argumento de sus adversarios mediáticos —especialmente de algunos analistas catalanes todavía perplejos por su triunfo— que responde mucho más a un deseo que al verdadero perfil ideológico de Cs. La realidad es que Ciudadanos ganó por liberal, por laico, por urbano, por representativo de las generaciones centrales y por español sin complejos. Y así venció una versión de España que se ha desprendido de lastres y complejos. Por eso, Rivera pisó firme el pasado jueves cuando cruzó el umbral del Palacio de la Moncloa.