Juan Carlos Girauta-El Debate
  • La última que les han metido es el cupo catalán, que es el precio de que Esquerra no tire a Sánchez por corrupto. Lo cual extiende la complicidad de la corrupción a los golpistas (que ya venían buenos), y plantea una de esas raras situaciones en las que no se cumplirá la ley (injusta) porque otras administraciones no van a aceptarla

Vivir en la ilegalidad trae problemas. Cualquier forajido podría explicárselo a Sánchez. Es curiosa la ley: por un lado, sin ella no hay nada, ni convivencia posible, ni respeto de los contratos, ni cumplimiento de las obligaciones. ¡Ni suministros! De repente nada funciona y la sociedad se despeña hacia la barbarie. Aquí mismo estamos perdiendo la condición de sociedad, añoramos el estado de naturaleza, donde la vida es una guerra de todos contra todos. Es curiosa la ley: por otro lado, cualquier desaprensivo encaramado al poder por casualidad, violencia o promoción proxeneta sufre una fatal falta de imaginación y concluye que la ley no es nada. Una convención que la mayoría respeta, sí, pero nada, pues tal respeto deriva del miedo, y cuando las consecuencias las administra y gestiona el desaprensivo encaramado, entonces ni para él ni para su círculo la ley existe. Creen.

Esta es, en breve, la convicción que lleva a Sánchez, a su familia, a su Gobierno, a la cúpula de su partido, y a cuantos le tienen agarrados por las partes blandas (toda la calderilla podemita, sumatoria, golpista, posterrorista) a instalarse fuera de la ley con temeraria pachorra. Duermen tranquilos al borde de un acantilado. Es el precio de aquella falta de imaginación que afecta a la hez de la política: ni siquiera comprenden verdades largamente demostradas, como que la convención de respetar la ley tiene una fuerza descomunal. La mayoría lo hace, si no sería imposible coexistir; nuestras vidas, propiedades y libertades penderían del hilo de una mañana, una tarde, una noche más. No hay soldados y policías suficientes en ningún país del mundo para poner orden en una sociedad que decide dejar de serlo. O sea, que decide que la ley no va con ella.

Tampoco entienden los de la banda de Sánchez que incluso ellos, con todo lo que arrastran, tienen a una parte nada desdeñable de la población mirándoles para tomarlos por modelo, para extraer de ellos la medida de la normalidad. Ya sé, ya sé que esas admiraciones nos parecen inconcebibles, pero los siete millones de votos que fueron al PSOE en las últimas generales proceden de otros tantos millones de personas que conocían bien lo que había. Ya se habían enterado de los incumplimientos sanchistas, de su vacuidad, de sus arbitrariedades, de sus mentiras sistemáticas, de giros de 180 grados cada vez que una exigencia de sus socios así lo exigía, ya fueran golpistas, ya fueran exterroristas (sigo sin ver lo de ex), ya fueran recogenueces.

La última que les han metido es el cupo catalán, que es el precio de que Esquerra no tire a Sánchez por corrupto. Lo cual extiende la complicidad de la corrupción a los golpistas (que ya venían buenos), y plantea una de esas raras situaciones en las que no se cumplirá la ley (injusta) porque otras administraciones no van a aceptarla. Sánchez, que vive peligrosamente, habrá ganado unos meses, pero el futuro será sin cupo catalán o en estado de naturaleza. Ellos mismos.