EL CONFIDENCIAL 18/05/13
GRACIANO PALOMO
Vengo sosteniendo, y sostengo, que la declaración unilateral de independencia es la noticia política más importante desde la Guerra Civil, aunque, en efecto, el temita aburre con su tabarra inmisericorde hasta a las ovejas merinas y los cerdos de las granjas de la Cataluña profunda.
Comprendo la rebelión (teórica, oiga, porque la sangre no llegará al rio) de los llamados ‘barones’ autonómicos del PP -calificar a José Antonio Monago de ‘barón’ es una ofensa política para Núñez Feijóo, Juan Vicente Herrera, Valcárcel, Bauzá o el riojano Sanz– porque, al final, lo que transciende es que se acepta la asimetría por imposición de la quiebra financiera catalana.
Quiero recordar lo que es una nación para el presidente Rajoy (“Una comunidad de hombres y mujeres libres e iguales”). Lo ha dejado dicho y escrito por activa y por pasiva. Y no es lo mismo la petición de ayuda al Estado por parte de unos dirigentes que pueden discrepar en asuntos concretos, pero que mantiene su lealtad a la Nación, que aquellos que quieren irse a toda prisa de la casa común pero, eso sí, con la caja de caudales de tapadillo.
Me recuerda uno de estos ‘barones’ que el pasado mes de abril el ministro Montoro (es decir, España) se hizo cargo del vencimiento de los bonos patriótico catalanes por valor de 4.400 millones de euros que alegremente habían extendido los governs de Montilla y Mas.
Pregunto si la subida a la chepa de la “asimetría” podría tener algo que ver con el coñazo inmenso que los dirigentes independentistas de CIU y ERC, entre otros, dan constantemente al jefe del Ejecutivo para su financiación. “Podría haber algo de eso, pero en cualquier caso, se supone que el Gobierno habría exigido a cambio remodelar ipso facto la deriva rupturista de aquellos”.
Lo que me pregunto es si alguien en su sano juicio puede pensar a estas alturas de la disputa si, por darles mayores facilidades, cambiará algo en su sentimiento acendrado de que “España nos roba”. Mariano Rajoy, que tiene una muy acreditada capacidad de supervivencia, sabe mejor que nadie que cualquier desliz respecto al mantenimiento de la dignidad nacional en un asunto tan capital (de la crisis económica se saldrá; de ésta, si se permite cualquier resquicio independentista, no) supondría su suicidio político. En cualquier caso, es mucho más fulminante que los 6.202.700 parados que actualmente oscurecen nuestro porvenir.
Hace unos días, Santiago Spot, destacada lumbrera en su odio hacia todo lo español, me decía que el dilema de los españoles es que ya no pueden optar entre “una España roja y una España rota”. Sólo quedaría, a su entender, la España rota.