IGNACIO CAMACHO – ABC – 02/09/16
· La presión exterior robustece a Sánchez. Sólo hay algo que los barones críticos detestan más que a él, y es al PP.
Cualquiera que esté en política sabe que nada cohesiona más a un partido que la presión de otro partido. El espíritu sectario se blinda ante la amenaza del rival en un acto reflejo de psicología colectiva: el infierno habita siempre en la tribu de al lado. Inmiscuirse en los asuntos internos del adversario es la forma más eficaz de fortalecer su unidad, por precaria que ésta sea. Toda organización sometida a tensiones y rencillas las aparca hasta mejor ocasión cuando ve aparecer al enemigo en el horizonte.
Por eso nada va a conseguir el PP tratando de fomentar una rebelión de disidentes contra Pedro Sánchez. Rajoy, que es un hombre con muchos trienios de militancia orgánica, ha de saberlo por mucha desesperación que acumule. Él mismo se ha beneficiado de ese efecto de autoinmunidad provocada, y lo volverá a sentir cuando, con toda probabilidad, el PSOE intente cuestionar su candidatura como condición para aceptar un Gobierno.
Bastará que Sánchez lo señale como el tapón de una eventual solución para que todo el partido cierre filas en torno a su candidato. Bien es verdad que él ha ganado dos elecciones que el otro ha perdido, pero en cuestión de injerencias da lo mismo. Nadie las admite. El único modo de que los socialistas decidan remover su liderazgo o doblarle el pulso al secretario general consiste en permitir que resuelvan solos sus problemas. Y lo último que el marianismo debe perder es su seña de identidad más clara: la paciencia.
La coerción exterior robustece a Sánchez y lo convierte ante muchos de los suyos en un adalid frente a la derecha. En ese clima de apremio forzado, oponérsele desde dentro puede parecer una deslealtad a la causa. Si la fruta ha de caer, tiene que madurar sin influencias. Un desastre en las elecciones vascas y gallegas sí podría poner más en cuestión al líder, intensificar su desgaste y acaso desencadenar la catarsis pendiente en el socialismo. Pero con la condición de que se trate de un proceso endógeno en el que militantes y/o dirigentes decidan dar un golpe de timón a su propio destino.
A Rajoy le toca esperar. Es lo que ha hecho siempre por su propia voluntad y ahora además resulta una necesidad objetiva. Azuzar a los críticos sólo servirá para enrocarlos y dará apariencia de teledirigidos a los pronunciamientos de opinión pública. Sólo hay algo que los antisanchistas detestan más que a Sánchez, y es al PP. Las cuentas las han de ajustar entre ellos y ni siquiera es seguro que reúnan voluntad o fuerzas para hacerlo.
El PSOE ya no tiene la vigorosa estructura de sus tiempos hegemónicos; es una organización deprimida, envuelta en dudas tras la aparición de Podemos y anquilosada en su musculatura política. Por eso la puede liderar un jefe lábil e insustancial que sin embargo ha encontrado en la defensa de su propio cargo el proyecto que no ha sabido levantar para su país ni para su partido.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 02/09/16