REBECA ARGUDO-ABC

  • Los tres escaños de Se Acabó La Fiesta en la Eurocámara no son el problema: son solo el síntoma, la tos en un cáncer de pulmón

A veces me toca asistir a cenas en las que no conozco a nadie. Por motivos que no vienen al caso, el otro día estuve en una de esas. Normalmente, trato de sentarme en uno de los extremos, porque reduzco el número de comensales con los que me veo obligada a interactuar, pero esta vez no fue posible. Charlaban animadamente, un poco de todo, hasta que salió el tema de las elecciones europeas. En esos casos, si los asistentes saben a qué me dedico, me piden mi opinión. Pero yo odio dar mi opinión sin que me paguen. Es como si yo le pidiera que me hiciese la renta ahí mismo al que es gestor o que diseñe la casa de mis sueños, sobre una servilleta de bar y con un boli prestado, el arquitecto. No estoy de servicio, prefiero hablar del tiempo, de la comida o, yo qué sé, del viento inmóvil. Así que hablaron ellos. Estaban todos muy preocupados por el advenimiento de Alvise Pérez en la política. Que 800.000 personas le hayan votado les parecía gravísimo y preocupante. Ultraderecha y fascismo, caos y desolación. Se imaginaban ya a sus hijas pidiendo permiso a sus maridos futuros para abrir una cuenta bancaria, a sus hijos homosexuales fingiendo heterosexualidad para no ser apaleados, a sus nietos menores trabajando en una mina y desmantelados todos los hospitales públicos. A mí me daba pena lo simplón de la interpretación. Y eso sí es un triunfo del asustaviejismo político y mediático.

Los tres escaños de Se Acabó La Fiesta en la Eurocámara no son el problema: son solo el síntoma. Serían solo la tos en un cáncer de pulmón. Sus 800.000 votantes no son 800.000 neonazis con bombers, botas con punta de acero, pelo rapado y puño americano escondido en el bolsillo. El antisistema hoy no va disfrazado de antisistema. Son nuestros vecinos y los hijos de nuestros vecinos. Es el taxista que me llevó a casa el otro día o el chaval que me sujetó la puerta cuando llegué cargada de paquetes. Son, en su mayoría, jóvenes descontentos que no ven salida ni oportunidades y que han perdido la confianza en la clase política y los medios tradicionales. Son los que contestan en las encuestas que prefieren renunciar a unas elecciones libres si a cambio alguien (un Alvise o el espabilado que sea) les promete mejor vida. Que hay futuro, que están en el lado bueno y que son importantes. Que esta es su lucha y van a lograrlo juntos. Y nos convendría comprender qué pasa en esas cabecitas y encontrar la forma de hacerles entender la importancia que tiene defender los derechos y las libertades para todos.

Pero, mientras continuemos con la cantinela de que si la ultraderecha y el fascismo, que si viene el lobo y la abuela fuma, deslegitimando a cualquiera que discrepe e hiperbolizando la amenaza de la más mínima disidencia, estaremos permitiendo que el cocodrilo, el que de verdad acecha, engorde. Que la tos se cronifique. Y para entonces ya no servirá de nada la miel con romero y limón.