Santiago González, EL MUNDO, 30/3/12
Si Von Clausewitz hubiera sido sindicalista, habría advertido que la huelga general es la continuación de la política por otros medios. No hay huelga general que no sea política y la de ayer lo fue, en cuanto que se trataba de revocar un decreto-ley convalidado por un acuerdo parlamentario de mayoría más que suficiente, 197 escaños frente a 142.
¿Fue un éxito para los convocantes? No parece. Los sindicatos son reacios a la cuantificación objetiva de sus cosas: de sus subvenciones, sus liberados, sus huelguistas, sus manifestantes. Su herramienta de precisión es el reputado ojo de buen cubero, una virguería óptica que siempre acerca el resultado al 80%. Se puede (y se debe) desconfiar de las cifras del Gobierno, pero el cálculo del consumo energético, ponderándolo con la víspera y con el mismo día de la semana pasada, es algo parecido a lo que entendemos por método científico. Daniel Kahneman, Nobel de Economía en 2002, ya había apreciado que los individuos son propensos a los atajos heurísticos, o sea, que tienden a apartarse de los principios básicos de la probabilidad cuando toman decisiones en entornos de incertidumbre. Y eso sin conocer a Toxo y a Cándido Méndez, ¡qué tío!
Habida cuenta de que el día D es la víspera del finde en el que empieza la Semana Santa, tal vez convendría aplicarle como ponderación adicional la rebaja del consumo eléctrico de hoy con respecto al viernes de la semana pasada.
El balance es interpretable. La huelga ha alcanzado un nivel de seguimiento comprendido entre el 77% apreciado a bulto por los sindicatos y el 16% que supone la disminución del consumo eléctrico de ayer.
Los convocantes se jugaban el ser después de una etapa contemplativa en la que vieron, sin inmutarse, cómo se encaramaba trimestre a trimestre la cifra de parados por la enredadera de la EPA. Han salvado la honrilla, especialmente en Cataluña y también en el País Vasco, aunque aquí ayudados por la fuerza motriz abertzale. Es un paso muy pequeño en realidad. De las huelgas generales que ha conocido la democracia, sólo dos se han saldado con victoria sindical. Una, la del 14 de diciembre de 1988, en la que Felipe González entendió el mensaje y aumentó significa- tivamente el gasto social, con la creación de las pensiones no contributivas, entre otras medidas, lo que trajo un crecimiento desbocado del déficit. La otra fue la que le montaron a Aznar el 20 de junio de 2002, que produjo la caída del ministro de Trabajo, Juan Carlos Aparicio. No parece que ésta vaya a conseguir nada, inconveniente de haberse lanzado a ella con un Gobierno que acaba de cumplir los 100 días de su apabullante mayoría absoluta y que ha conseguido para convalidar la reforma el apoyo de CiU, UPN y Foro Asturias. Están momentáneamente aliviados Méndez y Fernández por los resultados electorales de Andalucía y el relativo éxito de la huelga. Pero deberían leer a Kahneman para no incurrir en un nuevo atajo heurístico. Rajoy no tiene vuelta atrás, como se veía en la portada de Le Monde de ayer, y hace falta saber si una segunda convocatoria no les va a dejar en evidencia. Recuerden las Trade Unions frente a Thatcher.
Santiago González, EL MUNDO, 30/3/12