El escritor neoyorquino Shalom Auslander decía el otro día en La Contra de La Vanguardia que “sentirte víctima es muy autoindulgente: te exculpa de todo, te hace sentirte inocente”.
Es una frase que sirve para describir la actitud desafiante de los autodenominados indignados que asediaron ayer el Parlament de Catalunya, agredieron a los diputados, a los periodistas y a los funcionarios e intentaron –sin éxito– impedir que se celebrara el pleno de la Cámara que había de iniciar el debate presupuestario.
El Parlament vivió ayer el ataque más grave a una Cámara de diputados desde el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Entonces, tampoco los golpistas se salieron con la suya, pero el suceso en sí mismo tuvo una trascendencia política evidente. Ayer, el Parlament celebró el debate de las enmiendas a la totalidad al proyecto de presupuestos, que, tal como estaba previsto, fueron rechazadas con los votos de CiU y del PP. La sesión comenzó con apenas siete minutos de retraso sobre el horario previsto, pero los representantes del pueblo catalán sufrieron la peor humillación de su vida.
Toda la prensa internacional se hizo eco inmediatamente de la situación de Barcelona y las productoras de televisión no paraban de recibir encargos de reportajes sobre la algarada. Los diputados no ocultaban la vergüenza que estaban pasando por ello. El prestigio de Catalunya y la auctoritas democrática cayeron en picado al mismo ritmo que la Bolsa española, que sigue por debajo de los 10.000 puntos y bajando.
Giuseppe Tommaso de Lampedusa también hace una referencia en Il Gattopardo a “la tiranía de los débiles”. La debilidad de los presuntos indignados que se movilizaron ayer tendría un sentido filosófico o sociológico. No son, por supuesto, los poderosos, pero su tiranía también quedó fuera de duda. Todas las simpatías y complicidades que había despertado la iniciativa del 15-M se desvanecieron. Degeneró la protesta y se desarticuló el movimiento.
Concentrados desde el martes por la noche, bloquearon todos los accesos al parque de la Ciutadella, donde se encuentra el edificio del Parlament, símbolo precisamente de la recuperación de las libertades nacionales de Catalunya. Por la mañana, miles de personas, en su mayoría jóvenes, bloquearon todas las puertas del parque. La actitud violenta de los que protestaban aconsejó suspender la actividad en el instituto Verdaguer y en el zoológico, que se hallan dentro del recinto.
La prioridad/consigna del president de la Generalitat, Artur Mas, y de la presidenta del Parlament, Núria de Gispert, era que la protesta no alterara el normal funcionamiento de la Cámara y que el pleno comenzara a la hora prevista.
Los coches oficiales del president, de varios consellers y de los líderes de los grupos parlamentarios se concentraron previamente en la confluencia de las calles Buenaventura Muñoz y Marina. Los manifestantes se abalanzaron sobre los coches, los zarandearon, les rompieron los retrovisores y a un coche de escoltas le reventaron la luna trasera. A Artur Mas llegaron a abrirle la puerta del coche… La comitiva tuvo que refugiarse en la comisaría de los Mossos de la calle Bolívia.
Ante la agresividad de los atacantes y habida cuenta de que se acercaba la hora del pleno, Artur Mas tomó la decisión de trasladarse con la presidenta De Gispert en helicóptero. Luego hicieron lo propio consellers y líderes parlamentarios.
Paralelamente, otros consellers lograron penetrar en automóvil por la calle Wellington. Otros diputados accedieron al Parlament a bordo de furgonetas de los Mossos. Los diputados que intentaron acceder a pie fueron objeto de insultos y agresiones. Les pintaban la ropa con spray, les escupían y les lanzaban objetos. No hacían distingos por partido. Montserrat Tura, Joan Boada, Marina Geli, Alfons López Tena… Al diputado Gerard Figueras le robaron la maleta y, lo más infame, al diputado Josep Maria Llop, que es ciego, le zarandearon e incluso intentaron arrebatarle el perro lazarillo. “Es ciego, pero es diputado y de CiU”, espetó uno de los violentos. El boicot de los manifestantes obligó a retroceder e intentar penetrar con los furgones policiales o con el helicóptero.
Mas y el conseller de Interior, Felip Puig, analizaron la situación y se plantearon el desalojo por la fuerza. La prioridad de celebrar el pleno los disuadió. Con miles de personas con actitud desafiante, un desalojo por la fuerza habría requerido más policías de los que estaban disponibles y más tiempo del que se disponía, hasta las 10 de la mañana. También tuvieron en cuenta el efecto llamada que produce cada intervención de la policía retransmitida en directo por las televisiones como si se tratara de un nuevo formato de reality show. El vicepresidente del Gobierno español y ministro del Interior ofreció la ayuda de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. La relación de Rubalcaba con Felip Puig fue fluida y cordial, pero era demasiado para el conseller más soberanista del Govern ser el primero en pedir auxilio a la Guardia Civil. Pasadas las 9 de la noche, el presidente Zapatero telefoneó al president Mas, se puso a su disposición para lo que necesitara y le expresó su apoyo a la declaración que el president había emitido por televisión.
Todas las fuerzas políticas catalanas y españolas condenaron el asedio al Parlament. Incluso algunos indignados se desmarcaron del ataque. El president Mas llegó a pedir “comprensión a los ciudadanos si se recurre al uso legítimo de la fuerza”.
LA VANGUARDIA, 16/6/2011