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EL MUNDO 30/05/17
ARCADI ESPADA

DE CREER a las encuestas, como dice el clásico, hay un notable porcentaje de catalanes que quieren votar en un referéndum por la independencia pero que están en contra de ésta. La tesis en sí no merece mayor miramiento. El referéndum de autodeterminación es el primer acto de la autodeterminación y el que rompe el pacto entre españoles. Un pacto que puede romperse, siempre y cuando lo rompan los españoles y no los franceses, los uruguayos o los catalanes. Es posible que las encuestas no afinen lo necesario en esta cuestión y sea mucho menor el número de catalanes realmente interesados en votar para decir no. Por mi edad y mi oficio, y sobre todo por mi lugar de nacimiento y de pertinaz residencia, conozco muchas personas estrafalarias. Pero independentistas no independentistas yo no he conocido, ni siquiera ya muy entradas la noche y la farra.

Sin embargo, y dando por supuestas las trampas deliberadas o no de las encuestas y la posibilidad de que buena parte de los que contestan no tengan una idea clara de lo que significa un referéndum de autodeterminación, me inclino a pensar que estos catalanes existen y en una notable proporción. El que yo no les trate refleja un error indiscutible de mi trabajo de campo, mea culpa, pero no del campo considerado en sí. Es más: si algún talento político y jurídico fuera capaz de idear una convocatoria que dijera al mismo tiempo, y con similar carácter vinculante, no quiero seguir formando parte de España y además quiero seguir formando parte de España, no dude nadie que la autoindeterminación sería la opción abrumadoramente mayoritaria que elegirían los catalanes. Y aunque ni él mismo lo sabe, porque se conoce poco, es exactamente a eso a lo que se refiere el presidente Puigdemont cuando exige al presidente Rajoy una negociación. Es natural que Rajoy no le comprenda, porque es un hombre macroscópico que no está al caso de las particularidades cuánticas del subsuelo, aquel lugar donde el todo y su contrario suceden a la vez.

La pulsión cuántica de los nacionalistas no es más que una nueva versión de su xenofobia y de su asimismo cuántico inferior complejo de superioridad sobre el resto de españoles, a los que niegan el derecho a decidir que se arrogan. No es que los señoritos quieran separarse de los que consideran sus inferiores y a los que sin duda necesitan: sólo es que quieren que cada uno viva según su rango. El hecho diferencial elevado a la nauseabunda potencia. Y la razón moral especialísima por la que no deben salirse con la suya.