Auditoría política

Ignacio Camacho-ABC

  • Si no hay vuelco la derrota señalará a Sánchez con el dedo porque él fue quien planteó el 4-M como un referéndum

Hasta que los votos de Madrid estén contados no conviene adelantar conclusiones, que a menudo las urnas esconden sorpresas como bien aprendieron Aznar en 1993 o Javier Arenas en 2012. Se gana con los votos, no con las encuestas. Pero sí se puede ya hacer inventario de los destrozos que la izquierda ha provocado en las instituciones, en la convivencia y hasta en su propia correlación interna de fuerzas durante una campaña errática que sólo una inesperada victoria ‘in extremis’ podría dar por buena. Porque a los gurús con fama de infalibles que han diseñado esta colección de bandazos, errores y abusos sectarios no les salva ya del oprobio más que un buen resultado, un resbalón de Ayuso en la

misma línea de meta, en el último palmo del recorrido hacia un triunfo que tiene al alcance de la mano. Todo lo que no sea eso supondrá para Sánchez e Iglesias un rotundo fracaso. Un suspenso inapelable en la auditoría política de su primer año y medio de mandato, que ellos mismos han querido refrendar planteando estas elecciones como un examen plebiscitario.

Algún día tendrán que explicar qué clase de fantasía arrogante les inspiró la torpe operación de Murcia. A qué minerva se le ocurrió aquella descomunal chapuza bajo la resaca turbia del éxito de la censura que envió a Rajoy a las catacumbas. A partir de ese chusco patinazo que zarandeó de rebote el escenario madrileño no han logrado enderezar sus sucesivos tropiezos: la fallida moción castellanoleonesa, la improvisada salida de Iglesias del Gobierno, la nominación de un candidato que ya estaba haciendo el equipaje de regreso. Luego, la creencia irresponsable de que el virus podía convertirse en su principal agente de campaña, el hiperbólico dislate de la confrontación entre fascismo y democracia, la perplejidad ante la evidencia de que la hegemonía mediática no lograba contrarrestar el halo taumatúrgico de una rival despreciada, los grotescos aspavientos victimistas de las amenazas, los manejos semiclandestinos de Tezanos en la última semana. La sensación de desasosiego al comprobar que la opinión pública se está mostrando más sensible a la apertura de las terrazas que a los mensajes de una avasalladora maquinaria de propaganda.

Algo han debido de ver en la recurrencia adversa de los sondeos cuando Sánchez ha desaparecido prácticamente de escena tras irrumpir en ella coronado con los laureles de un césar. Se diría que ha olido a chamusquina y huye de la quema: que sean su socio y Gabilondo quienes se abrasen en la hoguera. El presidente comparecerá al final porque no tiene más remedio y por si acaso puede apuntarse la autoría de un improbable vuelco aunque sea a costa de darle una patada al tablero. Pero si no lo hay la derrota lo señalará con el dedo porque fue él quien planteó unos comicios regionales como un duelo trascendental en el que se involucró hasta el tuétano.