- Todo lo que no sea adoración al líder es desafección. Todo lo que no sea celebración de las causas progresistas es antipatriotismo
El idilio del ecosistema mediático con la selección en la Eurocopa adquirió muy pronto tintes de campaña ministerial pero se desplomó con estrépito. Comenzó a apagarse, curiosamente, poco después de la victoria. Se les gastó la ilusión de tanto mercadear con ella, podríamos decir.
Si hubieran estado atentos podrían haberse dado cuenta mucho antes de que el pastel no les iba a salir como querían. Los españoles ajenos a su área de influencia comentaban con entusiasmo durante días los lances en los que Carvajal o Nacho frenaban a algún rival con fuerza y sin pedir perdón. Los goles y asistencias de Lamine Yamal y Nico no suponían un duro golpe a la “ultraderecha”, como repetían los analistas gubernamentales que de repente también sabían de fútbol. La “ultraderecha” -que a estas alturas son todos los españoles corrientes que no dependen de un sueldo del Gobierno– llegó a la final creyendo en la victoria y en España. Una España sin apellidos ideológicos. Los analistas sólo querían vender la idea del pluralismo y la diversidad enlatados; hasta que el pluralismo se salió de la lata.
Ellos esperaban algún “viva la diversidad”, o “diferentes somos más fuertes”, tal vez incluso algún insulto contra Abascal o Le Pen. Pero no. Había ganado España, y celebraron como españoles normales
Carvajal, Morata, Olmo, Merino, Cucurella, Nico y todos los demás llegaron a Cibeles como se esperaba e hicieron lo que se esperaba. Incluso superaron la línea de la celebración encorsetada para dejar salir un júbilo patriótico espontáneo que se ve pocas veces. “Viva España”, se escuchó en varias ocasiones para desgracia de los analistas. Ellos esperaban algún “viva la diversidad”, o “diferentes somos más fuertes”, tal vez incluso algún insulto contra Abascal o Le Pen. Pero no. Había ganado España, y celebraron como españoles normales.
El golpe de la celebración fue duro, pero algunos ya lo vieron venir. La cacería sincronizada había comenzado horas antes, tras la fría recepción que los futbolistas dedicaron al presidente del Gobierno. Caras largas durante su discurso, ilusionante como un control antidopaje. En el paseíllo protocolario Carvajal, capitán de facto para los aficionados y para los analistas del sistema, por motivos opuestos, dio la mano a Sánchez. Pero no fue suficiente. El comité de analistas, expertos, cortesanos y periodistas con acceso quería más. Esperaban un gesto de sometimiento, un juramento de lealtad a los principios del socialismo, una reverencia, un discurso que encajase. Hubo frialdad. Cumplimiento del protocolo, y ya. Ni un milímetro más allá de lo obligado.
Tanto elogio del pluralismo y de la diferencia y al final acaban pidiendo un compromiso de lealtad inquebrantable a los principios del movimiento. Que nadie se salga del guion
Ante tal provocación, el equipo de sincronizada entró en escena. Compitieron a un nivel altísimo, y esto es decir mucho en un equipo que nos ha acostumbrado a grandes exhibiciones. En La Ser recogieron “la dura crítica de un politólogo a Carvajal”. Un investigador y profesor de políticas se refirió al lateral como el “cuñado cabreado que tiene que liarla el día de la boda”. Todos los fans de puñito en alto se convirtieron de repente -y al unísono- en críticos de dedo enhiesto. “Vergüenza ajena”, “mala educación”, “masculinidad tóxica”. Iban pasando el balón, pim, pam, la rosa mecánica. El comentario más representativo fue sin duda el de un periodista que pedía, anticipando la próxima victoria, un “organizador profesional de celebraciones”. Balón de oro y mejor gol del torneo.
Por eso el periodista pide un organizador profesional de celebraciones. A ser posible, con concurso de méritos como el del CIS o el de Correos
Tanto elogio del pluralismo y de la diferencia y al final acaban pidiendo un compromiso de lealtad inquebrantable a los principios del movimiento. Que nadie se salga del guión. Que nadie diga lo que no se debe decir, y que nadie se calle lo que es obligado expresar. Las reacciones a la fiesta de España revelan lo que ya sabíamos. Hay un deseo real de controlar todo lo que se mueve en el plano ideológico, y todo se puede convertir en una bandera ideológica. Todo lo que no sea adoración al líder es desafección. Todo lo que no sea celebración de las causas progresistas es antipatriotismo. Los modelos de conducta pública son -sin ironía- Ion Antolín y Fran Guerrero. Quien no sea capaz de rebajarse hasta esos niveles, que no hable. Por eso el periodista pide un organizador profesional de celebraciones. A ser posible, con concurso de méritos como el del CIS o el de Correos y con un programa verdaderamente apropiado. Wyoming amenizando la noche con chistes sobre el neoliberalismo. James Rhodes hablando en representación de Nico y Yamal para elogiar la inmigración comprometida. Inés Hernand leyendo el relato ganador del concurso escolar “La belleza de nuestro líder”. Gabriel Rufián y Arnaldo Otegi para vigilar el entusiasmo patriótico. Jenni Hermoso recordando cada cinco minutos el éxito de la selección femenina. Y Samantha Hudson, que algo aportará.
Las reacciones al triunfo y a la naturalidad de los jugadores españoles han supuesto en realidad otro espectáculo de masas. No ha sido la Super Bowl, pero casi. Creen que son los maestros de ceremonias dirigiendo al público y no se dan cuenta de que son como Bart en aquel capítulo-meme. Say the line, Bart. Decid lo vuestro.